El tercer compañero de cuarto

Era un hombre de pocas palabras y grandes gestos. Esto es lo que más recuerdo desde que lo conocí, hace dos meses, en Budapest.

Se supone que era un viaje sólo para mi amigo Leo y para mí, pero entonces apareció Szebasztian, o “Sebby”, como nos dijo bruscamente una noche en el exterior de nuestro desolado hostal, viéndole darle caladas a los cigarrillos de su paquete de Marlboros. El gélido aire azotaba mi bufanda mientras Sebby buscaba palabras en inglés para describirse y explicar qué es lo estaba haciendo en Budapest. Recogí trozos de información aquí y allá pero, aunque hablaba cuatro idiomas, el inglés no era uno de ellos. Sebby nació en Múnich para ser exacto, sobre su madre nunca habla y su padre, o “papa”, es un miembro muy poderoso en el ejercito de Serbia. Luego sabríamos que Sebby es de Hungría y que su nombre es en realidad Nagy… Nagy Szebasztian Zoltán.

Una de sus frases favoritas es “Yo soy spontan”, lo que quiere decir que le gusta vivir espontáneamente, viajar de lugar a lugar, conocer a gente nueva, compartir su alma en todos los lugares en los que da a conocer su presencia extraña y aislada.

La primera vez que entramos en la habitación del albergue con suelo de cemento e iluminación fluorescentemente que compartimos con él, me llamaron la atención sus ojos marrón oscuro que parecían haber visto y experimentado dificultades inexplicables, su piel de olivo y fuertes brazos, resultado de su amor por el muy thai, cubiertos de tatuajes, y que no era un hombre feo. Dos cosas resultaban obvias, que tenía un sentido de poder que le permitía  abandonadar las cosas materiales, y que Sebby nunca se reía, o al menos hasta la noche en la que Leo y yo aceptamos salir con él, cuando terminamos en un lujoso restaurante de sushi.

Cuando le pregunté si quería venir, su respuesta fue un simple «sí». A lo largo de la cena tratamos de charlar, pero era difícil conseguir pistas de su increíble vida con la barrera del idioma. Aun así, descubrimos los detalles más extraños sobre nuestro compañero de cuarto. Mientras  yo le hacía preguntas rápidas, él charlaba con fluidez en húngaro con la camarera, pidiendo botellas de buen vino húngaro a la mesa, mientras Leo y yo nos mirábamos, preocupados por cómo podríamos pagar la cuenta. Cuando se terminó la cena, Sebby puso la cantidad suficiente de dinero en la mesa, y nos arrastró a Leo y a mí a las calles amenazantes y llenas de luces de Budapest, a vivir las aventuras que nos estaban aguardando.