
Hogar: era el olor de la sopa de tomate y los bocadillos de queso después de un paseo lluvioso a casa después de la escuela. Estar reunidos alrededor de la mesa, antes de ir a dormir, para jugar al juego de cartas favorito de mi padre. Correr a la casa de mis vecinos en una mañana de verano, la agenda de todo el día dependía nada más que de la hora del almuerzo y de la puesta de sol. Era todo lo que sabía: mi hogar, a las afueras de la ciudad, junto a mi familia de cinco personas y dos perros. Dejábamos que las estaciones llegaran con el olor de la hierba recién cortada, que le daba la bienvenida al verano, o con la primera nieve del año, que permitía nuestro primer paseo en trineo del invierno. Era un hogar en el que todos estábamos orgullosos de compartir; una casa que sólo dejábamos para ir de vacaciones y en la que, cuando volvíamos, teníamos la oportunidad única de sentir de nuevo el olor de nuestra casa: un olor al que nos habíamos acostumbrado.
Al darle la bienvenida al invierno de 2016, decidimos invitar a alguien nuevo a nuestra casa, alguien que nunca había experimentado un hogar en su vida. Bo: su foto en Internet mostraba la vulnerabilidad de un cuerpo frágil sobre un texto que decía Bo. 11 años. Ha vivido en la calle durante más de 8 años. Labrador amarillo. Necesita un hogar con mucha comida y dueños capaces de darle unos buenos últimos años de vida.
Mi madre respondió con gran interés. Teníamos el hogar perfecto para Bo: podríamos comprar una cama extra para perros y hacerle comida natural. Aunque era un perro viejo, le daríamos un final confortable.
Bo llegó poco después. El centro de rescate estaba ansioso de saber más acerca de la familia que había pedido quedarse con el viejo y frágil perro. A la semana, Bo estaba atravesando el umbral de nuestra casa, captando la variedad de aromas que solo somos capaces de oler después de unas vacaciones. De esquina a esquina, Bo se estuvo paseando nerviosamente. Su sonrisa se parecía a la de un niño que intenta contener las lágrimas cuando se le pregunta cómo se ha caído. Su sonrisa parecía más por costumbre, como si supiera que eso era lo que hacían otros perros.
Habíamos estado preparando su rincón de la casa toda la semana: su cama estaba hecha con una manta y un peluche para hacerle compañía. Después de que hubiera olfateado con éxito toda la casa, lo llevamos a su cama y lo preparamos para su primera noche en una casa.
La mañana siguiente comenzó de manera típica para mí. Mientras me cepillaba los dientes, mis oídos se sintonizaron con la conmoción de abajo. La puerta principal se abrió y se cerró de golpe.
El teléfono sonó repetidamente, cada vez con mayor urgencia.
«Buenos días, mamá», le dije mientras preparaba mi plato de Cheerios.
«¿Él qué?» Mi mamá dijo por teléfono, evitando el contacto visual conmigo.
«Ven conmigo», dijo, sin agarrar su bolso.
Mientras conducíamos, mi madre me contó lo que había ocurrido la noche anterior. Bo había despertado a mi madre en mitad del pánico.
«¿Necesitas salir?», le preguntó mi madre, que había sido dueña de cuatro perros antes.
Así que salieron al aire libre. Con el frío, tan familiar para él, Bo recordó su definición de hogar. Tan pronto como la puerta se abrió, Bo desapareció, perdiéndose en la oscuridad mientras mi madre se quedaba congelaba en la luz.
En ese momento, mi madre y yo llegamos al supermercado.
“¿Necesitamos pan?” le pregunté.
“No, sígueme”, me dijo.
Pasamos por los pasillos mientras yo podía ver todos mis productos favoritos, pero no tenía tiempo de cogerlos.
“Aqui está”, dijo el empleado con una sonrisa.
Allí estaba Bo, durmiendo en la sección de carne.
“Llegó hasta aquí corriendo anoche”, dijo, “a través de la puerta corredera”.
Mi madre y yo nos quedamos conmocionadas. ¿Cómo es que el perro que habíamos acogido en nuestra casa quería irse?
Bo nos miró con ojos confundidos. Era la primera vez que alguien volvía a por el. Era la primera vez que era parte de un hogar.
Tuvimos el placer de conocer a Bo duante seis meses antes de que muriera. Nunca volvió a escaparse. De hecho, poco a poco fue encontrando el camino hasta nuestras camas en mitad de la noche. No le gustaba dormir solo. En nuestros últimos momentos con él, descansamos a su lado.