Pelotas y rampas

En la escuela primaria, yo era aquella niña, o una de aquellas niñas. Era un bicho raro. Muchas veces los maestros no me entendían y los otros niños, cuando nos conocíamos, solían decirme “eres rara”. No seguía la ola.

En mi clase de primer grado, teníamos un tema de física elemental. Posiblemente reconocéis el concepto “pelotas y rampas.” Un día, nuestra profesora nos hizo una pregunta-broma. Describió una situación con una pelota y una rampa y nos pregunto “¿qué va a pasar?” Luego nos dijo, “quien piense esto, que se vaya allí, y quien piense esto otro que se vaya allá. Encuentren su propia respuesta y vayan.”

Todos pensamos y pensamos en la confusa pregunta. Yo sabía que la respuesta era factible, pero tendría que tener cuidado. Sentía que estaba cerquita. Los otros estudiantes también pensaban. Algunos de mis compañeros ya habían escogido una esquina. Yo me inclinaba más y más por el otro lado. Así que me fui allí, pensando todavía en el problema.

Miré al otro grupo, que contenía a casi toda la clase, menos a algunos que seguían pensando. Vi a la chica más popular de la clase, la menor de tres hermanas. Sus amigos también estaban allí. Vi a mi amigo Kiran con la boca cerrada. También vi al malo de la clase y al cerebro. Allí estaba Rosa, una chica muy simpática. Todos, allí de pie. Allí. Y yo allá sola.

Entre nosotros estaba el suelo de la clase, unos cuantos metros vacíos. En ese momento, empecé a pensar de nuevo. Toda mi clase estaba allí, y yo estaba sola, tácitamente expresando mi desacuerdo con todos los demás. Empecé a dudar. Solo un lado tenía razón. Si asumía el riesgo de decir lo contrario que el resto, podría parecería muy tonta por no seguir el consejo silencioso del grupo. También sabía que, probablemente, mis compañeros de clase estaban acostumbrados a que yo hiciera las cosas de manera diferente.

“Sigue, confía en tus ideas. Puedes determinarlo”, dijo la maestra.

Yo titubeé. Miré allá y acá, respiré hondo y me quedé donde estaba. La maestra reveló la respuesta. Era mi lado. El riesgo y el sacrificio habían valido la pena. Mi pecho se expandió con alivio.

Ahora que mis compañeros son diferentes y todos (yo y los demás) somos más maduros también, soy parte de ellos de una manera más fuerte que antes.

Tuve razón aquel día, pero tengo curiosadad por saber si hubiera escogido lo mismo de haber tenido más aceptación entre mis compañeros. Si no hubiera sido aquella niña, ¿habría sido capaz de oponerme así? Tal vez, mi inteligencia no es lo único que merece ser reconocido.