
Estaba en mi clase de literatura el miércoles, 6 de abril de 2016 a las 9:15 de la mañana. Todo parecía tranquilo y más o menos normal. En mitad de la clase había un anuncio en el que el director decía que los maestros debían mirar sus correos electrónicos. No pensé mucho sobre ello, pero todos los estudiantes estaban mirando a nuestra maestra para intentar saber qué estaba pasando, cuando de repente ella perdió el color en su cara.
Tratando de contener las lágrimas, nuestra profesora se levantó y, situándose frente de la clase, nos dijo después de algunos segundos: “uno de los estudiantes de vuestro año se suicidó anoche”.
Su nombre era Felipe.
Ese año, Felipe estaba en tres de mis clases. Era una estrella en nuestro equipo de pista y campo. Era muy guapo, inteligente, un poco callado, y tenía muchos amigos y una sonrisa muy bella. Parecía completamente feliz, como si tuviera una vida perfecta. Pero, por dentro, estaba luchando contra sí mismo.
Antes de Felipe, yo nunca había pensado mucho en los efectos y el dolor que causa el suicidio, pero en ese momento, el que yo sentía por mi comunidad entera era profundo. Unos días después, yo y otras cien personas asistimos a su funeral. Después, traté de seguir adelante con mi vida, pero fue muy difícil. Durante semanas y semanas, tuvimos sesiones obligatorias de apoyo psicológico. Y, en tres de mis clases, había un asiento vacío.
Casi un año después, llegó la noche de mi graduación, la noche que debería haber sido la de Felipe también. En esa noche llena de felicidad, reservamos un asiento vacío para él.
Ahora estoy en mi clase de periodismo en la universidad, el 13 de febrero, 2020 a las 2:26 de la tarde, cuatro años después de la perdida de Felipe. Echo un vistazo a mi aula, con todos los asientos llenos de estudiantes con un brillante futuro por delante de ellos. Me hace sentir feliz. Al salir de clase, mientras voy caminando a casa con mi amiga, le digo, “estoy muy contenta de tener una amiga como tú. Aprecio mucho tu amistad”.
Ella me lanza una mirada un poco rara, pero no me importa.
Nunca entenderá por qué digo cosas así con frecuencia. Pero yo sé que decirlas es lo que mantiene los asientos de las aulas llenos.