
Soy la primera de mi familia en asistir a la universidad. De joven, ni sabía de la universidad hasta que me hablaron de ella en mi escuela, en sexto grado. Mis padres solo me exigían completar el colegio y no esperaban nada más de mí. Aun así, logré pedir plaza para la universidad y mudarme al otro lado del país.
Decidí ir a Pennsylvania, que queda muy lejos de mi hogar para poder tener mi independencia y comprobar que podía luchar por mí misma. El verano previo a mi primer día en la universidad, me lo pasé en tres trabajos para poder pagar la escuela. Mis padres tenían sus propias deudas, porque estaban planificando los pasos para conseguir el permiso de residencia que su estatus de inmigrantes no les garantiza en los Estados Unidos.
Cuando se aproximaba la hora de ir a la universidad y de comprar mi billete de avión, les pregunté a mis padres que quién irá conmigo, y los dos dijeron que no sería posible apra ninguno por la cuestión del dinero. Lo entendí y supe que no podía hacer nada para cambiar su decisión. Cuando se lo conté a mi jefe, sin pensarlo dos veces, me ofreció pagar mi vuelo y el de mi padre. Mis esfuerzos e independencia le habían sorprendido y supo que me merecía la ayuda.
Al llegar, me encontré con un mundo completamente diferente al de Tejas. Tuve la ventaja de llegar más temprano que la mayoría de mis compañeros, porque tenía que participar en un programa para los nuevos estudiantes. Eso me ayudó a ubicarme en la escuela y a conocer a otros estudiantes, muchos de los cuales me dijeron que dependían de sus padres y que por eso no se habían ido muy lejos de casa. Me di cuenta entonces de mi madurez, y aún más cuando mi padre se despidió de mí con lágrimas en los ojos. Le entristecía no poder apoyarme económicamente. Le daba pena que yo tuviera que preocuparme de mis estudios y de las facturas pagar la escuela. El sentía que me estaba fallando como padre. Le respondí que agradecía su apoyo emocional y que yo lucharía para cambiar el futuro. Al final, esa es la mentalidad de los inmigrantes. Como hija de inmigrante, siento que yo vivo el sueño americano para ellos. No echo de menos mi educación, porque me esfuerzo mucho para pagarla y sé que pronto me dará respeto y regresará la dignidad a mi familia. No fracasamos.