
En Sevilla, viven aproximadamente 300 filipinos: son una pequeña parte del 10% de la población filipina que actualmente, y en su mayoría por motivos laborales, viven en el extranjero. La primera de esas personas, Adelaide Sureta Aurelo, conocida como Tita Del, llegó a la ciudad en 1975. Ésta es su historia y la de cómo contribuyó a crear esta comunidad.
Es un domingo de marzo de 2019 y son las seis y media de la tarde en la Iglesia del Señor San José de Sevilla, en el barrio de La Alfalfa. Se acerca el final de la misa y los fieles, de pie, cantan el Padrenuestro, pero lo hacen en Tagalog, el idioma más hablado en Filipinas. Después, el sacerdote bendice el pan y el vino en inglés y los fieles responden en inglés. Estamos en una misa semanal para anglohablantes que se celebra en Sevilla y congrega a personas de todo el mundo, pero la mayor parte de los asistentes, los voluntarios que ayudan al sacerdote y el sacerdote mismo son filipinos. Cada domingo a esta hora, la comunidad filipina de Sevilla se reúne en esta iglesia para escuchar la misa.
Entre la gente, con su mejor ropa de domingo –pantalones y suéter rosa-, se encuentra Adelaide Sureta Aurelo, o Tita Del, como todos la llaman. ‘Tita’ significa ‘tía’ en Tagalog, pero en la cultura filipina no sólo se refiere al parentesco, sino que también es un título de respeto. Tiene 81 años y sabiduría en la mirada. Cuando la misa termina, los participantes salen y hablan entre ellos. El sacerdote les saluda, se une al grupo. Toma la mano de Tita Del y se la lleva a la frente, una señal de respeto en esta cultura. Hablan. La voz de ella es calmada; su compostura, serena. A su alrededor se oyen risas y la charla animada de amigos y familiares. Los miembros de esta comunidad hablan entre sí con una cercanía tal que es difícil imaginar que no siempre ha sido así, que hace 43 años esta comunidad no existía. Fue entonces cuando Tita Del llegó a Sevilla. Era la primera filipina de la ciudad.
En 1975, muertos sus padres en su provincia natal y después de un tiempo al servicio de una familia china en Manila, Tita Del decidió cumplir su sueño de conocer el mundo y abandonó su país rumbo a España. Era una de los muchos ciudadanos filipinos afectados por una de las medidas que el presidente Ferdinand Marcos había tomado para mejorar la economía de una nación pobre por aquel entonces. Ésta consistía en animar a la migración laboral a países del primer mundo, de manera que el dinero ganado por los trabajadores fuese enviado de vuelta al país y ayudara, con ello, a mejorar la situación. La alta tasa de desempleo que había en el país y la corrupción del régimen dictatorial de Marcos llevaron a que muchos filipinos tomaran la difícil decisión de dejar su país para convertirse en OFWs, Overseas Filipino Workers (Trabajadores Filipionos de Ultramar) y apoyar a sus familias. Estados Unidos, Arabia Saudí, Singapur y España estaban entre los principales destinos. Hoy, el 10% de los filipinos se encuentra trabajando en estos y otros lugares de todo el mundo.
Tita Del no llegó sola a Sevilla. Vino con unas amigas, dejando su país y su familia y sin hablar el idioma. Todas ellas tenían un poco de miedo, porque no sabían si las señoras para las que iban a trabajar eran buenas o malas personas. Su miedo era fundado; entre los filipinos, circulaban historias sobre trabajadores de ultramar que habían sido explotados en sus países de destino y de algunos de ellos que, incluso, habían muerto debido a esa explotación. Por suerte, éste no fue el caso de Tita Del. La mujer para la que empezó a trabajar fue amable con ella desde el principio. “Me enseñó todo, me dejó cada martes libre, me cuidaba cuando estaba enferma… Me dio la oportunidad de viajar…” Con ella, fue a Cádiz, a Fátima, a Lourdes. “Íbamos a un sitio nuevo cada vez”.
Pronto, Tita Del y sus amigas, ayudadas por sus familias sevillanas, empezaron a buscar trabajo para otros filipinos. Había familias que necesitaban ayuda en la casa o para encargarse de los niños. Poco a poco, la comunidad filipina de Sevilla empezó a crecer. “Cada martes, cuando mi señora se ausentaba para jugar a las cartas con sus amigas, yo reunía a las mías en casa para estar juntas”. Ellas estaban con buenas familias, familias que se fijaban en cómo trataba a Tita Del la mujer para la que trabajaba y seguían su ejemplo. Y entretanto, Tita Del continuó haciendo realidad su sueño de viajar por el mundo.
Tita Del vive hoy en un apartamento del barrio de la Macarena con su sobrina y los hijos de ésta. Las paredes de su casa se abarrotan de fotos y de objetos de sus viajes alrededor del mundo. Fue a Jerusalén y conoció Nazaret, donde nació Jesús. Fue al Monte Koressos y estuvo en la casa de la Virgen. Fue al Mar Muerto y se bañó en sus aguas sagradas. Fue a Malasia y paseó por sus canales en góndola. Fue a Francia, a Italia, a Egipto… A la vez, se dedicó a visitar otras comunidades filipinas de España –Barcelona, Granada, Madrid-, así como las asociaciones filipinas de cada ciudad, formadas por voluntarios que apoyaban a la comunidad organizando celebraciones, haciendo entrevistas a posibles empleadores y publicando ofertas de trabajo. “Pero los que más nos hemos ayudado hemos sido los de Sevilla, porque en Madrid y en Barcelona han sido siempre muy competitivos. Cuando estuve en esas ciudades, no quisieron hablar conmigo. En Sevilla, los filipinos se apoyan”.
La comunidad filipina de Sevilla la forman unas 300 personas repartidas por diferentes barrios de la ciudad. Muchas de ellas son mujeres que trabajan como empleadas de hogar y que viven con las familias a las que prestan sus servicios. Otras tienen sus propios apartamentos y la mayoría de ellas viven en el barrio de la Macarena, que por sus alquileres económicos es una de las zonas de la ciudad con mayor población inmigrante: colombianos, venezolanos, ecuatorianos, peruanos, coreanos o indonesios que han conseguido establecerse aquí con sus familias o que trabajan para enviarles dinero a sus países de origen y quizá, algún día, poder traerles con ellos.
Tita Del ya no trabaja. Jubilada, pasa sus días con sus amigas y su familia. A menudo, le gusta ver los álbumes de fotos de los países a los que ha viajado y reflexionar sobre la vida que ha tenido. Sólo hay un lugar más que le gustaría visitar, un cromo que le falta en su colección: Estados Unidos. “Pero no puedo viajar sola. Ahora, cuando viajo, me mareo…” En lugar de viajar, Tita Del se dedica a ver la comunidad filipina crecer. Uno a uno, sus compatriotas van instalándose en Sevilla y empiezan sus propias vidas en la ciudad, la mayoría sin hablar español y algunos con más suerte que otros en cuanto a los empleadores para los que trabajan –los hay amables, pero también los hay que les hacen trabajar demasiado-. Todo ello mientras resisten al principio el choque cultural, la morriña por su tierra tan lejana y la soledad que viven lejos de sus familias.
El domingo que viene, Tita Del se pondrá sus zapatos de tacón y su mejor vestido e irá con su sobrina a una de las paradas de autobús de su barrio de la Macarena. El autobús vendrá y Tita Del se unirá a la multitud de filipinos con los que irá a la misa angloparlante en la Iglesia del Señor San José. Tita Del hablará con sus amigas y, juntas, llenarán el autobús de alegría. Este domingo que viene, en su día libre, los filipinos sonreirán acompañados de amigos que están en la misma situación que ellos.
No es una vida fácil. Pero al menos cuentan los unos con los otros. •