
En Sevilla viven 12.657 inmigrantes de América del Sur, de los cuales 2.105 son de nacionalidad boliviana. Española por parte de madre y boliviana por parte de padre, la joven Rosario Marín da cuenta, mientras espera a ser recogida en la estación de tren, de sus experiencias como dueña orgullosa de un corazón doble a pesar de las dificultades que ha ido encontrando en una sociedad muy a menudo deseducada e intolerante.
“Yo no me acuerdo, pero mi padre me contó que, cuando yo era chica, iba a él a decirle que los niños de mi colegio me llamaban cosas, como pobre y negra”.
La cara joven y animada de Rosario Marín muestra desesperación cuando habla sobre un tema que, aunque aceptado hace mucho tiempo, todavía le resulta visiblemente doloroso. Hija de un inmigrante boliviano, Rosario vivió de niña las burlas de sus compañeros de colegio por el color de su piel. Hoy vuelve a ese recuerdo en la estación de Santa Justa, donde espera a que su padre la recoja para cenar y cerca de la clínica en la que hace sus prácticas de la carrera de Enfermería. De pie frente al horario de los trenes que llegan y se van, mira a los viajeros que, iluminados por el sol del atardecer, corren a coger el suyo. Algunos son claramente turistas, con sus dos cámaras colgadas del cuello; otros son españoles caucásicos. Entre ellos, una multitud de inmigrantes latinos, marroquíes, asiáticos o europeos que hablan en castellano y a los que ella mira sin especial atención.
“Para mí, son normales, aunque para muchos españoles son un espectáculo”.
Rosario –Charo para sus familiares y amigos- mira hacia atrás, hacia las luces y el ruido del McDonald’s que hay dentro de la estación, y se dirige hacia allí para esperar sentada su padre. A sus 25 años, está acabando sus estudios en la Universidad de Sevilla y sigue los pasos de sus progenitores, ambos médicos. Él, William Orgaz Jiménez, vino a España después de finalizar sus estudios y de trabajar algunos años como médico practicante, pero a diferencia de numerosos inmigrantes latinos –que llegan al país en condiciones de pobreza y dispuestos a aceptar cualquier empleo-, él era Licenciado en Medicina, tenía una buena situación económica y su objetivo, más allá de encontrar un trabajo, era conocer otros puntos de vista sobre la vida. William se instaló en Sevilla, en la que residen actualmente 12.657 inmigrantes de América del Sur y de los cuales la mayor parte, 2.015, son de nacionalidad boliviana. William encontró un trabajo y, gracias a que su situación económica era desahogada, pudo integrarse en la vida de la ciudad más allá del distrito de la Macarena, que es donde viven la mayoría de los bolivianos. Entonces, conoció a la madre de Rosario, se casó con ella, tuvo hijos y se divorció.
“Y mientras hacía todo eso, se enfrentó a la discriminación que existía entonces en este país y que existe todavía. Pero mi padre es un hombre de carácter, no se deja pisar por los demás ni se siente peor por lo que le digan. Y yo le admiro por ello y se lo agradezco. Le agradezco que me haya enseñado que no soy menos que los demás por mi color de piel y mis raíces latinas. En el colegio, hubo un niño que me hacía bullying y me llamaba negra de mierda. Mi padre habló con el niño, hubo un juicio y echaron al niño del colegio”.
Sentada en el McDonald’s, con un refresco entre las manos, Rosario habla con suavidad y sonríe al evocar este recuerdo. A su lado, pasa un padre joven con su hija, que no aparenta tener más de seis años. El padre le dedica a la niña una gran sonrisa y ella se ríe emocionada. Rosario los mira y, cuando se alejan, pasa del recuerdo de su infancia a su presente: de aquel chico malo –así lo describe ella- a los jóvenes que hoy la llaman “sangre caliente”. “Aquí nos ven a las latinas como ‘hipersexuales’ o ‘Machu Picchu’, un nombre que he escuchado ya demasiadas veces, incluso por mis amigos. Y eso que soy española de nacimiento…”
La dificultad de sentirse digno de dos identidades cuando una no está valorada o no goza de la aceptación de la comunidad en el país natal del individuo es un problema reconocido. Con frecuencia, jóvenes latinos como Charo se sienten frustrados y avergonzados por sus identidades latinas al ver la dureza y la crueldad de los estereotipos que todavía existen sobre ellos entre los españoles. Muchos de esos jóvenes hablan de cómo ocultan ciertas partes de sí mismos a causa del racismo con el que se los recibe y del trato negativo que encuentran incluso en sus propias comunidades.
“Pero, gracias a mi padre, yo nunca he dejado de estar orgullosa de mi identidad. Nunca he ocultado esta parte de mí, y a lo largo de mi vida he luchado y sigo luchando porque me vean como a cualquier otra española en todos los ámbitos: personal, académico y profesional”.
A esto también ha ayudado el mantenerse cerca de las tradiciones culturales relacionadas con su identidad boliviana. En uno de sus recuerdos de infancia, se ve a sí misma como parte del desfile del carnaval boliviano por la ciudad. Para ella, el vestirse con las ropas tradicionales de Bolivia –con sus colores brillantes, con sus plumas, con sus coronas…-, escuchar los ritmos únicos de las flautas, bailar la música del conjunto folclórico Los Kjarkas y comer su comida boliviana favorita –las salteñas rellenas de pollo, carne picada y huevo- le hacía sentirse cerca de su otra identidad. A la vez, ver las sonrisas de los españoles que contemplaban el desfile le hacía percibir que esa identidad, que algunos en Sevilla rechazaban, era también bien recibida por otros. “Me sentía boliviana en el corazón”.
Rosario no ha comido nada en el McDonald’s, pues tiene la esperanza de que, cuando su padre la recoja en coche y vayan a casa, pueda cenar su plato favorito: tortilla de patatas. En este momento, recibe un mensaje de él: la está esperando a la salida del aparcamiento de la estación. Se levanta y camina hacia la salida, dejando escapar un profundo suspiro. Parece que se siente aliviada al dejar de hablar sobre inmigración, identidad y racismo; sobre una sociedad en la que muchos de sus miembros no la aceptan como española al cien por cien. Pero es consciente de que esta conversación es necesaria; que debe seguir hablando sobre estos temas si quiere que las cosas cambien para la comunidad de la que ella y su padre forman parte.
“Hace años le dije a un español que mi padre era de Bolivia y me respondió que qué bien hablaba yo español. En tanto que siga existiendo esta deseducación en el país, la conversación es necesaria. Y también mientras haya personas que me digan: ‘Tú eres sólo boliviana, no española’. Porque la verdad es que yo soy las dos cosas”.