Entre Europa, América y Japón

Henry Bulmahn.

PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’

Desde que tengo recuerdos, he sabido que soy americana. Tenía que enfrentar mi identidad nacional desde una edad muy joven puesto que nací en Japón y este país, al contrario que Estados Unidos de América, no da la nacionalidad por derecho de suelo sino por derecho de sangre –recuerdo muchos casos en la escuela primaria en los que tenía que protestar fuertemente contra mis compañeros que decían que yo era japonesa, porque yo sabía que esa idea era incorrecta.

Nunca me han interesado las historias de mis antepasados que vinieron desde Europa hasta Estados Unidos, tanto porque siempre he sentido mi propia nacionalidad estadounidense y como porque llegaron hace mucho y por eso no siento una conexión con sus países de origen. Sin embargo, si alguien me presiona para saber de dónde vino mi familia, revelo que soy una mitad alemana, una cuarta parte irlandesa y una cuarta pate inglesa.

Dado que el linaje de cualquier familia tiende a florecer con muchísimas ramas, decidí centrarme en las historias de mis familiares con los apellidos de mis cuatro abuelos: Froude y Hyatt en la parte de mi padre, y Wiese y Bulmahn en la parte de mi madre.

La familia de mi padre, William Hyatt Froude, vino en su totalidad del Reino Unido. No sabemos mucho sobre esta parte de la familia, dado que el padre de mi padre murió cuando mi padre tenía solamente 11 años, y muchos hechos se perdieron con él. Lo que sí se sabe es que el bisabuelo de mi abuelo, quien también se llamó William Froude, nació en Inglaterra en 1831 y probablemente emigró a Estados Unidos en los años 50 de ese siglo.

Hemos descubierto con la ayuda del censo que en 1880 ese William vivía en Nueva Jersey y trabajaba como maquinista. Se casó con Selena, una americana cuyos padres nacieron en Nueva Escocia e Irlanda. Su matrimonio con una americana, y el hecho de que la lengua materna de su país de origen era la misma que en su país de acogida, implican que es posible que la transición de William a su vida nueva no le costase mucho, al menos no tanto como a los emigrantes de otros países. Sin embargo, debido a la falta de detalles sobre su vida, no podemos saberlo sin duda.

La familia de la madre de mi padre, mi abuela Helen (Hyatt) Froude, procedía de Irlanda por la parte de su madre, Helen Mahoney, y de Inglaterra por la parte de su padre, Raymond Hyatt. Los detalles de las vidas de esa gente se han perdido por el paso del tiempo, pero hay rumores de que la familia Hyatt llegó a América en uno de los primeros barcos, como el Mayflower.

Debido a la falta de información y los muchos siglos que ha vivido esta parte de mi familia en Estados Unidos, creo que tengo razón por no identificarme con los países de sus orígenes. Sin embargo, tengo más derecho a sentir alguna pertenencia a la cultura de la familia de mi madre, de la cual tenemos más información sobre su viaje más reciente.

La familia de mi madre, Julie (Wiese) Froude, tenía todas sus raíces en Alemania. El bisabuelo de mi abuelo, Gottlieb Wiese, emigró a América desde la provincia de Posen, en Alemania, en 1872, llevando a su esposa Caroline en un barco también llamado Caroline y a su hijo Emil, quien tenía cuatro años. Una hija de Emil, mi tía bisabuela Marie, recordó un cuento que su padre le dijo sobre su viaje. Para cuando se hizo adulto, no tenía muchos recuerdos sobre la llegada a América, pero sí se acordaba aún de que tenía un sombrero rojo nuevo para su nueva vida en otro país. Mientras el barco se acercaba a Nueva York, su sombrero cayó al agua del puerto volado por el viento, y el niño tuvo que entrar en la isla de Ellis sin su elegante tocado.

Registro de llegada de Gottlieb Wiese a la isla de Elllis desde Alemania.

Gottlieb era un fabricante de barriles, así que, aunque no sabemos sin duda sus motivaciones para inmigrar, es probable que fueran económicas. Sin embargo, parece que su hijo Emil no tenía ganas de continuar en este campo de trabajo, puesto que después de casarse con una mujer, Mary, que nació en Missouri, acabó con una finca en Indiana y se hizo granjero, el empleo que todavía desempeña esta parte de mi familia. A lo mejor, yo viviría en el campo ahora si mi abuelo no hubiera decidido irse del trabajo de la familia para ser sacerdote.

La parte de mi familia más cercana a sus raíces inmigrantes es la de mi abuela, Rita (Bulmahn) Wiese. Sus padres, Henry Bulmahn y Velma (Bengs) Bulmahn, nacieron en América de padres que habían inmigrado desde Alemania. Henry, de hecho, nació en Indiana en la primavera de 1904, y sus padres, Heinrich y Louisa, habían cruzado juntos el océano Atlántico en junio del año anterior, aunque el árbol genealógico que ha creado una tía abuela mía indica que no se casaron hasta septiembre de 1903, después de su llegada a América.

Mi tatarabuelo Emil Wiese, que emigró con cuatro años, y su esposa Mary.

A este lado de mi familia le importan las tradiciones de Alemania, y por eso tengo más información sobre los viajes y sus transiciones a América. Debido a que Henry y Velma eran los dos hijos de inmigrantes de Alemania, ambos hablaban alemán, y cuando tuvieron hijos –mi abuela y sus cuatro hermanos– decidieron usar alemán con ellos en casa. Vivían en Fort Wayne, Indiana, y según mi abuela, cada persona en sus alrededores hablaba alemán, en las tiendas, las calles y las iglesias. Sin embargo, esta tradición no pudo continuar. Mi abuela nació en 1936, y cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y la lucha entre Estados Unidos y Alemania, su familia y todos sus vecinos con raíces alemanas tuvieron que dejar de hablar alemán y aprender inglés, para parecer verdaderamente americanos y no traicioneros. Mi abuela ha dicho que no sabía inglés hasta que empezó el primer grado en la escuela primaria, pero después de ese tiempo solo ha usado inglés, salvo cuando canta ciertas canciones que mi familia ha intentado conservar a través de las generaciones. Este cambio lingüístico aceleró el proceso de integración a la vida americana para la familia, y aunque han preservado unas recetas, algunas canciones y el apellido de Alemania, la familia se ha convertido en americana.

Así son mis raíces inmigrantes. Son tan distantes de mi propia vida que no siento pertenencia a ellas. Sin embargo, la historia migratoria de mis padres, y mis propias esperanzas para el futuro, sí han cambiado mi manera de vivir.

Mi madre nació en San Luis (Saint Louis), en Estados Unidos, en mayo de 1962. Un mes después de su nacimiento, ella y sus padres se trasladaron a Japón, adonde enviaron a trabajar a mi abuelo como misionero luterano. Vivieron allí, con cuatro hijos más, durante casi toda la niñez de mi madre; ella solo vivió fuera de Japón un año cuando tenía siete años y su padre estudiaba en California. Al principio, mi madre asistía a un colegio japonés, donde aprendía japonés, y aun cuando se mudó a un colegio internacional, estaba rodeada por la vida y cultura japonesas todo el tiempo.

Cuando se mudó a Indiana para asistir a la universidad, ella experimentó un choque cultural. Era americana y hablaba inglés, pero había perdido casi toda la cultura popular y la vida cotidiana de sus compañeros de clase en la universidad. Se dio cuenta de que, aunque no era japonesa, de alguna manera pertenecía a Japón y Japón le pertenecía a ella, y por eso intentó volver lo más pronto posible. Su momento surgió al principio de los años noventa, pocos años después de casarse con mi padre, un hombre americano que solo había viajado fuera de América una vez en su vida, de niño. Ellos decidieron aceptar puestos en un colegio internacional, donde mi madre enseñaba música y mi padre trabajaba como orientador escolar.

Mis padres pasaron siete años en Japón, trabajando y viajando por el país y el continente. Adoptaron a mi hermana Mari, de Hiroshima, y dos años después nací yo, en Nagoya. Aun con esos grandes cambios en sus vidas, decidieron que era el momento de volver a Estados Unidos. No era lo que quería mi madre, pero mi padre esperaba trabajar en una universidad, y mi hermana necesitaba recursos que no estaban disponibles en Japón. Por eso, dos meses después de mi nacimiento, mi familia se mudó a Ohio, donde hemos vivido desde entonces.

He vuelto dos veces a Japón, y aunque la última vez fue hace diez años, el tiempo que pasó mi familia allí me ha impactado muchísimo, particularmente en la apertura de mi mente a lo enorme que es el mundo. Mi madre cocina mucha comida tradicional japonesa, y nos ha expuesto a las tradiciones, la historia, la cultura y la lengua del país. Los viajes de mis abuelos y mis padres me enseñaron que vivir fuera de Estados Unidos es una opción para mi vida, y han inspirado en parte mi decisión de estudiar relaciones internacionales e idiomas. Por extensión, se puede decir que estoy aquí en Sevilla, escribiendo este ensayo y aprendiendo más sobre el mundo, debido a sus acciones.

No quiero parecer desagradecida con mis antepasados que tomaron las difíciles decisiones de trasladar a sus familias a Estados Unidos por decir que no me siento vinculada a sus historias. Solamente intento expresar que las decisiones más recientes de mis familiares americanos, y también mis propias decisiones, me han afectado mucho más. Pienso seguir escribiendo mi historia migratoria a medida que sigo adelante en esta vida.