
En Sevilla, como en cualquier otro lugar, el deporte puede ser un ámbito muy competitivo. Pero hay excepciones: Antonio Delgado, presidente del CB Macasta, un club de baloncesto del Barrio de San Julián, considera que lo importante es que los jugadores disfruten, aprendan a ser parte de un equipo e incorporen valores fundamentales, no sólo sobre el deporte, sino sobre la vida.
Imagine el lector un entrenamiento de un equipo de baloncesto. ¿En qué piensa? ¿Quizá en un grupo de hombres, corriendo y sudando en una asfixiante cancha cubierta? ¿O tal vez en un entrenador con la cara roja de furia mientras grita a los jugadores y un silbato incansable en la boca? Ahora, que borre estas dos imágenes estereotipadas de su mente y la disponga para acoger una escena completamente distinta. En ella, en dos canchas al aire libre, dos equipos de niños y jóvenes entrenan con pasión y siguen las indicaciones de sus entrenadores, que lejos de gritar y presionarles con el silbato, los motivan. Alrededor de ambas canchas, se encuentran los padres de los jugadores, que animan a sus hijos y charlan entre sí. Esta escena es real y uno puede verla por sí mismo cada tarde en el Colegio Sor Ángela de la Cruz de Sevilla, sede del Club Deportivo Macasta.
Son las siete de la tarde. De pie entre los padres, observando el entrenamiento, hay un hombre mayor y con el pelo blanco. En su chaqueta, que combina con unos pantalones de deporte, luce el logo azul y blanco del Macasta. Su nombre es Antonio Cayuela Delgado y es el presidente del club y uno de sus entrenadores. Apasionado del baloncesto desde niño –sus primeros pasos los dio en el minibasket, con cinco años-, su vida ha girado siempre en torno a este deporte. Jugó en varios equipos, aunque reconoce que él nunca fue de los mejores. “Pero esto nunca me importó. Para mí, era sólo un hobby. No pretendía nada más que hacer aquello que me gustaba…” Esta actitud apasionada y a la vez poco ambiciosa hacia el baloncesto lo ha acompañado durante más de 50 años y le ha ayudado a estar siempre en estrecho contacto con su mayor afición, tanto dentro de la cancha como desde la línea de banda.
Delgado no fue el fundador del CB Macasta, pero ha estado involucrado en él desde su creación en 2010. Por aquella época, el club -que hoy cuenta con 2.030 niños de edades comprendidas entre los ocho y los 18 años- tenía sólo 40 jugadores. Sus objetivos, tanto entonces como ahora, son los mismos: el primero, que los niños vean el baloncesto, ante todo, como un juego que pueden disfrutar y que, a partir de ahí, lo entiendan como una alternativa al deporte rey en España. “Lo más importante es que lo pasen bien y que, a base de jugar, se den cuenta de que el fútbol no es lo único que hay”. Su segundo objetivo es el de ayudar a cambiar poco a poco la cultura de la competitividad en el deporte, que considera especialmente tóxica en el ámbito de las competiciones infantiles. “Aquí no vamos a ganar los partidos, a ser los primeros o los segundos clasificados. No enseñamos a ganar, sino a jugar al baloncesto. Ésta es nuestra primera responsabilidad: los fundamentos, la técnica… Y a partir de ahí, ya veremos adónde llegamos”.
Aprender a jugar y disfrutar jugando. Ésta es la cultura del deporte que cultiva Delgado en su labor al frente del CB Macasta, una visión del baloncesto que marca la diferencia entre su club y muchos otros clubs de Andalucía. Con ello, Delgado se aleja de la perspectiva tradicional –basada en la competitividad y en la lucha por el premio; en el sudor y el dolor- y convence a los que les rodean, a los jugadores y a los padres, de que existe una forma distinta y mejor de vivir el deporte.
Esta visión convence también a quienes la ponen en práctica con los niños y los jóvenes: los entrenadores. Se puede ver a uno de ellos –un hombre grande y atlético, con barba de tres días y el pelo negro peinado hacia atrás- hablar con sus compañeros en medio de las canchas. Su nombre es Humberto Quispe y entrena al equipo Cadete Femenino. Como los demás en el CB Macasta, se hace eco del sentimiento de Delgado de que lo primero que debe asegurar un entrenador es que los jugadores disfruten. Aunque esto implique que, en vez de 10 jugadores –cinco contra cinco, como es lo habitual-, haya alguno más: “Si hay 15 niñas en un equipo, se quedan las 15 y se lo pasan bien. Si no tenemos niños, no tenemos un club”.
“Sí, pero además hay que inculcar valores a esos niños…”
Quien habla es Curro Carmona, otro de los entrenadores que está en el grupo junto con Humberto mirando a los niños jugar. Curro, que acaba de terminar su entrenamiento con el Benjamín Azul, está de acuerdo con la filosofía del Macasta de que lo primero es que los niños tengan una experiencia positiva con el baloncesto y se diviertan. A la vez, como el resto de los entrenadores, considera importante que aprendan las lecciones de vida que puede enseñarles el ser parte de un equipo: el compañerismo, el respeto al otro, la puntualidad o el compromiso. “Y la cancha de baloncesto es un lugar muy efectivo para hacer este aprendizaje. Para nosotros, el baloncesto es un instrumento para formar también no sólo al deportista, sino a la persona. Es verdad que esta mentalidad no es la más adecuada si lo que se quiere es ganar trofeos, pero los trofeos no son la prioridad para el CB Macasta”.
Entender el deporte así tiene efectos positivos en los jugadores, como muchos de ellos reconocen: el CB Macasta es un lugar donde pueden relajarse y olvidarse de sus problemas. Así es para Elena Carbona, una de las jugadoras que acaba de terminar su entrenamiento con las Infantiles Femeninas donde, desde su posición de base, lidera a sus compañeras y orquesta la ofensiva del equipo. Durante la última hora y media, Elena ha estado zigzagueando entre los defensores del conjunto rival, anotando puntos desde todas partes y dando asistencias precisas y efectivas a sus compañeras. Aunque ser base implica una enorme responsabilidad, Elena no siente presión en ningún momento; al contrario, se siente muy cómoda. “Cuando juego, lo que hago es disfrutar. Me despejo, me olvido de otras cosas, como el instituto o el conservatorio”.
Son las ocho de la tarde. Elena se despide de sus compañeras, de Humberto, de Curro. A lo lejos, Delgado se está despidiendo a su vez de los padres. Los entrenamientos han terminado por hoy, los niños y jóvenes volverán a sus casas y las canchas cerrarán hasta mañana. Más que un club de baloncesto, el Macasta es un refugio para todos aquéllos que forman parte de él, un equipo en el que aprender sobre el baloncesto pero también sobre la vida. No forma sólo deportistas sino, por encima de todo, personas. Es probable que las nuevas generaciones, en el futuro, recuerden a su club así: como una extensión de su propia familia. •