
PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’
Para la bailaora María Martha Rodríguez, el flamenco no sólo es un estilo de baile sino también un arte, una pasión: y tan fuerte, que la llevó a los 25 años a dejar su ciudad natal para vivir en Sevilla.
Como hija y nieta de bailaores de flamenco, Rodríguez siguió la tradición de su familia a los dos años, cuando empezó a bailar bajo la dirección de su abuela, Martha Forte. Su primera profesora, Forte tenía una academia de danza española en la ciudad de México, donde Martha pasó los días de su niñez aprendiendo a bailar. «Mi abuela me enseñó a bailar hasta que tuve doce años, y luego me cambié porque mi abuela se retiró», dice Rodríguez. «La verdad es que sí, es increíble».

Aprendiendo de su «profesora excelente», Rodríguez practicaba de lunes a jueves, y «luego los fines de semana porque quería». Cuando terminó el colegio, decidió transformar su pasión por bailar en su trabajo, en vez de ir a la universidad. «Salí del colegio y dije, me voy a dar seis meses para pensar. Me metí en todas las clases de baile que pude y ya empecé. Me metí a trabajar y me vine para Sevilla».
Pero Rodríguez no decidió venir a Sevilla sólo para seguir bailando. Ella quería seguir los pasos de la mujer que más la influyó. «Mi abuela decía que su vocación era ser profesora. A ella le encanta bailar, pero también le gusta enseñar». Rodríguez, como su abuela, también quería dedicar su tiempo a enseñar a otros lo que más le gusta hacer. «A mí lo que más me gusta, además de bailar, es enseñar. Me encanta ser maestra», insiste.
Ahora Rodríguez está trabajando exactamente en eso, como auxiliar de profesora en la Fundación Cristina Heeren de arte flamenco, una escuela de flamenco profesional. La fundación, que está en el barrio de Triana, al lado del río Guadalquivir, es el lugar donde Rodríguez empezó a bailar como alumna antes de ser profesora.
Ahora, entre las diez de la mañana y las tres de la tarde, Rodríguez pasa todos sus días en la fundación, enseñando y ayudando a otros profesores a dar clases. «Me despierto, desayuno y me vengo a la fundación». Pero no sólo da clases de baile a alumnos de niveles diferentes, sino que también baila para los clases de guitarristas y cantaores de flamenco. «Todo el día estoy bailando y bailando», resume sobre su vida.
Cuenta que las personas que conoce en la fundación le hicieron su transición de México a Sevilla más fácil. «El primer año, cuando llegué, fue muy duro acostumbrarme. Cuatro años después, ya son una familia”, recuerda la bailaora. Pero, aunque ya ha encontrado en Sevilla esta nueva familia de la fundación, todavía extraña a su «gente» de México. «No tengo a nadie de mi gente aquí. Llegar aquí sola fue complicado».
Además de extrañar a sus seres queridos, también echa mucho de menos la comida mexicana. Y como alguien que es «muy de sopas», añora especialmente la sopa de frijol, su comida favorita de México. Para compensar, le encanta el salmorejo, una sopa fría española, y la carne española. «Soy super carnívora», confiesa. «A mí la comida española me gusta un montón».
Además de la comida española, le gusta correr al lado de la dársena del río, uno de sus lugares preferidos de Sevilla. «Me encanta el río, me encanta cómo la gente siempre está en la calle, cómo siempre hay vida en la calle, eso me fascina. Eso me encanta».
Pero el paseo fluvial no es lo único que le atrae de Sevilla. «Me encanta que se puede caminar a todos lados o en bicicleta. Eso me fascina porque es fácil llegar a todos lados», dice quien nació y se crió en México DF, una de las mayores ciudades del mundo. Por eso, aunque echa de menos a sus amigos, a su familia y su ciudad en general, afirma que está contenta: «Se vive muy bien en Sevilla. En Sevilla se vive increíble».
Como se la conoce como la capital del flamenco, es seguro decir que en Sevilla se aprende muy bien a bailar. Por ello hay mucha competencia entre academias, señala Rodríguez. «Todo el mundo viene para aprender. Somos un montón. Hay gente con muchísimo nivel, gente que es de aquí».
Pero, ella misma es una competidora feroz entre este montón de gente talentosa. «Lo que me dicen, o yo creo, es que me inclino por un estilo elegante y con fuerza», describe. Su estilo único de elegancia y fuerza lo ha cultivado a fuerza de bailar para muchos y de mirar a sus bailaoras favoritas, entre ellas Concha Jareño, su bailaora, coreógrafa y profesora de flamenco predilecta. Tambien, Carmelilla Montoya, que era una profesora en la Fundación Cristina Heeren. «Ella es espectacular. Íncreíble», enfatiza María Martha Rodríguez.
Pero aunque le influyeron bailaoras como Jareño y Montoya que tienen sus propios estilos, ella subraya que cada artista baila de forma diferente. «Depende del momento en que estés en tu vida te vas identificando con cierto palo», explica. «Yo ahora mismo me identifico mucho con un baile que se llama la cana. Significa mucho porque es el primer baile que presenté en un concurso en Ronda. Este baile es mío. Es como mi creación, y por eso es tan importante para mí».
Tal vez, para Rodríguez, ésta es la parte más importante del flamenco: que se puede usar para expresar cualquier emoción y para representar lo que está sintiendo en cualquier momento de su vida. «Para mí el flamenco es la forma que tenemos de expresar nuestros sentimientos, nuestras sensaciones. Es un baile de sentimientos. Es una pasión».
Debido a este carácter pasional, el arte de flamenco viene de dentro de las bailaores. «Hay que sentirlo», dice. «Si no, se convierte en algo frío, en una coreografía. Cuando bailas es una forma de soltar todo. En flamenco, cada palo, cada estilo tiene una emoción. Cada baile es diferente, saca de ti todo lo que tú tienes dentro: tu felicidad si estás triste, tu rabia si estás enojada”.

Su tratamiento del flamenco como un baile de emoción, en el que necesitas sentir, es algo que aprendió de su abuela y que enseña a sus estudiantes. «Mi abuela tiene un impacto muy grande en mi forma de bailar y en mi amor por la docencia, ya que al verla dar clase aprendí y entendí que el flamenco y la danza española hay que tratarlas con seriedad pero al mismo tiempo hay que disfrutarlas y sentirlas», analiza la bailaora.
Rodríguez también destaca que es muy importante permitir a sus alumnos que descubran su pasión como bailarines y como artistas, siempre corrigiendo su técnica pero no su forma de bailar. «Quiero intentar dar a mis estudiantes una buena base para que luego puedan ser quienes quieren ser bailando».
Cuenta que la parte más preciosa de ser profesora es tener la oportunidad de ver cómo sus alumnas se desarrollan y avanzan como las bailaoras que quieren ser: «Ver cómo la gente va avanzado es súper, súper bonito. Me emociona», cuenta . Cuando llegan y no pueden hacer nada y a los tres, cuatro meses hacen cosas que ya ni cuenta se dan de que las hacen. Eso es súper lindo».
En el futuro, a María Martha Rodríguez le gustaría regresar a México y abrir su propia academia de baile para compartir la pasión que ella siempre ha tenido por este arte, la misma pasión que compartió por primera vez con su abuela. «Ella es la razón por la cual me dedico a esto. Ella me transmitió el amor y respeto por este arte, y es por ella y sus enseñanzas de vida por lo que quiero dedicar mi vida a la danza y a la docencia. Ella ha sido y seguirá siendo mi inspiración al cien por cien».