Objetos vivos de personas fallecidas

Manuel atiende a los clientes desde la mesa de la sala principal de El Pianillo mientras Antonio trabaja al fondo. / CLAUDIA VILA

El Pianillo es la tienda de anticuario que Antonio González Silva regenta en la calle Feria de Sevilla desde hace 17 años. Los jueves, saca su heterogéneo repertorio de objetos que nunca caducan fuera del local, para integrarse en el homónimo mercadillo callejero.

Cada vez que alguien cruza la puerta, Antonio le responde con una amplia sonrisa. Habla con los clientes, se acerca a ellos, parece querer invitarles a todos a un café o a una cerveza. Apenas se sienta, se mueve de un lado a otro para colocar los nuevos artículos, modificar la decoración de la sala o explorar lo que cada historia le cuenta de los objetos.
Estamos en el número 15 de la calle Feria. Con pintura roja y una tipografía que llama la atención de los transeúntes curiosos, tres palabras sobre un cartel: Antigüedades El Pianillo. Aquí reside y aquí renace parte de la esencia y del folclore de la ciudad, a través de incontables objetos. La decisión de llamarlo así fue más casual que causal: habían comprado hacía poco un antiguo pianillo y les pareció el nombre más adecuado. La mascota de la tienda, como la define Antonio, ha sido alquilada en numerosas ocasiones para películas. También ha ocurrido con una bicicleta antigua de la marca Orbea, que tiene entre 80 y 90 años.
A Antonio lo ayudan dos italianos: Manuel como socio y su hermano esporádicamente. Antonio lleva 43 años dedicándose al negocio de las antigüedades. Le ha vendido a sevillanos, a turistas de dentro y fuera de España, a personas jóvenes, a mayores, a médicos, a coleccionistas, a clientes anónimos y hasta a celebridades. A la Duquesa de Alba le encantaba la cerámica, al escritor Antonio Gala los elegantes bastones, y al periodista Jesús Quintero las radios antiguas. Aunque la crisis ha repercutido también en este comercio. “A lo que más ha afectado ha sido a la venta de muebles”, indica Antonio. Antonio reconoce que antes los anticuarios se peleaban por conseguir uno, pero hoy día es difícil competir con Ikea, y los muebles están desapareciendo para dejar espacio a otros objetos. Aún le resulta extraño no tener al menos una cómoda en el almacén. Pese a todo, defiende que hay otros artículos que se venden siempre, como un buen libro o un pergamino. “Este oficio no decae”, insiste, “se ven más o menos tiendas, pero no decae; antes funcionaban cincuenta anticuarios en la ciudad y ahora somos apenas diez.”

Antonio González Silva revisa su colección de libros en El Pianillo. / CLAUDIA VILA

UN LUGAR ÚNICO
Por el altavoz suena siempre alguna canción popular española, normalmente flamenco. Pese a ser un cementerio de objetos vivos y aunque algunas colecciones están ahogadas por la humedad, huele de manera agradable. En nuestro campo visual hallamos una amalgama de elementos: colecciones de llaves, muñecas “de las que dan miedo”, bromea, cerámicas, azulejos, llaves, porcelanas, latas, carteles originales y reproducciones modernas, tallas de Inmaculadas, abanicos, libros descatalogados de poesía o de literatura clásica, pergaminos, estampas, cuadros… Tiene hasta una colección de botes de medicamentos (entre tres y cuatro mil), de una farmacia que se llamaba Burgos. Antonio aprende de los particulares a los que compra estos objetos las historias que traen con ellos. Entre los más preciados, hay unas caricaturas de monjes y médicos realizadas por el pintor costumbrista Valeriano Bécquer, hermano de Gustavo Adolfo, el poeta romántico, que valen 1.800 euros y que le gustaría restaurar en un futuro.

Uno de los rincones de El Pianillo / CLAUDIA VILA

UNA HABITACIÓN ÚNICA
Por las paredes de El Pianillo han pasado también dos cuadros del pintor cordobés Julio Romero de Torres. Uno de ellos acabó siendo de Florentino Pérez, el empresario que preside el Real Madrid. El otro, con la firma del pintor bien visible, sigue en el despacho que Antonio tiene en la trastienda, donde se reúnen sus colecciones privadas. Destaca una colección de monografías de diferentes artistas, pintores, músicos, y gran cantidad de libros de la historia de Sevilla. “Los siento, me gusta cogerlos y admirar su encuadernación. No entiendo cómo se puede comparar a un ordenador”. Los de la tienda los tiene más desordenados pero los de su colección los ha organizado con mimo.
Sobre una de las estanterías descansan numerosas figuras de caballos y toros hechos con la antigua técnica del cartón moldeado con harina, pegamento y papel de periódico. Antonio aprendió a hacerlos con un artesano y llegó a hacer miles. Los vendía en el barrio de Santa Cruz por 50 o 100 pesetas (menos de un euro) y tenían muchos adeptos. La fabricación cesó cuando aquel artesano murió y, según Antonio, se llevó los moldes a la tumba. Su forma, su color, su singularidad, lo original y particular de su composición hace que sean figuras con mucho valor –para Antonio, al menos–, sentimental. En el despacho también hay un Cristo de 147 centímetros de altura, tallado en marfil, y una fotografía de Andrés Moro González, el anticuario más importante de Europa en palabras de Antonio, junto a su hermana. Decoran la habitación dos cuadros anónimos de vírgenes, pinturas de Manuel Monedero, discípulo de Baldomero Romero Ressendi, y alguna más de Francisco Hohenleiter.

Antonio González Silva en El Pianillo. / CLAUDIA VILA

TE VAN A SOBREVIVIR

El compositor Rafael Berrío explica la paradoja del tiempo en esta letra: “Y pensar que este cuaderno en el que escribes, los libros todos, la enciclopedia, los diccionarios… que todos estos objetos tuyos inanimados te van a sobrevivir…” Los visitantes de El Pianillo lo saben, y eso les atrae. Antonio disfruta custodiando todas estas cosas que nos sobrevivirán. Está enamorado de Sevilla, ciudad en la que nació y donde desea morir. Es hermano de las Cinco Llagas, que procesiona cada Sábado Santo. Lo de ser anticuario reconoce que lo lleva en la sangre, que lo aprendió de su familia, recibiendo el amor por los recuerdos y por unos objetos que, para él, “tienen vida propia”. Algunos incluso vuelven a él como en un ciclo: los vende y los vuelve a comprar. Se refiere a un cuadro que cuelga de la pared y que está a medio hacer en el que están representados a carbón y óleo un niño y una cabra. También le ocurrió con un retrato de una persona que se parecía a un familiar suyo. Como si no se quisieran ir.
¿Qué hace falta para ejercer correctamente esta profesión? Antonio lo tiene claro, un gran conocimiento de la historia, además de pasión. Por contradictorio que parezca, un anticuario no vive de nostalgias. Vive de ilusiones.