Mis orígenes: mi madre y México

Junie Burke
Mi abuelito Rafael y mi abuelita Rosa, en 1996.

PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’

La historia de mis orígenes no tiene un comienzo concreto, pero tiene un término concreto. Mi tiempo en España, en la Universidad de Elon, en Carolina del Norte, y toda la gente en mi vida son resultados de mis orígenes. Para entenderlos, puedo rastrear desde este momento en mi vida.

Mi niñez fue una aventura, llena de cambios y contrastes. Cuando yo tenía siete años, mis padres decidieron mudarnos de Florida a Carolina del Norte. De repente, mi ambiente social cambió: de un estado de diversidad e inmigración, a un estado de comunidades y tradiciones antiguas.

Yo nací en Miami, Florida: una ciudad latina. Miami era un reflejo de la diversidad presente en mi propia familia; mis padres son una mujer mejicana y un hombre ruso.

Aunque encontré conflictos en mi niñez, también había unos elementos fundamentales que me han seguido toda mi vida. Mi madre, Teresa Balderas Burke, fue criada como católica, y por eso toda mi familia, incluso mi padre, quien se convirtió, fue criada como católica también. Cada fin de semana en mi casa consiste de una misa y oraciones del Rosario.

Mi madre vino a los Estados Unidos cuando ella tenía 25 años, en el año 1990, por invitación de su hermana mayor, mi tía María Carmen. Ésta se había mudado y casado por lo civil en el juzgado antes de la llegada de mi madre. Pero, después de la llegada de mi madre, mi tía volvería a México para casarse en la iglesia –otro ejemplo de la importancia de la religión en la familia. Las dos hermanas vivían juntas, en un apartamento en Kendall, un barrio de Miami, con el nuevo marido de mi tía, mi tío Max Jardines.

Fue un momento feliz en la vida de mi madre, llena de descubrimientos y experiencias nuevas. Pero mi madre se sentía sola.

Ella llegó a Miami con el sueño de estudiar en la universidad. Empezó a completar su GED (General Educational Develpment Test, el examen para demostrar su nivel de bachillerato) en Miami y a trabajar como niñera. Finalmente, se empleó como como secretaria bilingüe. Cada año, mi madre regresaba a México para visitar a su familia. Además, como su hermana había hecho antes, aprovechaba esos viajes para renovar su visa de turista.

Cada vez que mi madre regresaba a México, renovaba su visa de turista por otros seis meses. Pero mi madre no podía ir a México cada seis meses porque no tenía el dinero. Por eso se tenía que quedar en los Estados Unidos con un estatus ilegal hasta que podía volver a México otra vez.

Cuando le pregunté si tenía miedo durante ese periodo de su vida, me dijo que claro que sí, porque no sabía qué pasaría. Sin embargo, me dijo que en ese punto de historia la inmigración no era tan controvertida como hoy. Me explicó que debido a que en esa época antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 había menos restricciones. Aunque no tenía estatus legal parte del año, mi madre mantenía su licencia de conducir y nunca se sintió que estuviera en riesgo de ser deportada.

Después de cinco años de trabajar y viajar entre México y los Estados Unidos, mi madre se casó con mi padre, Joey Burke, el hijo de su jefe. Inmediatamente después de casarse, el estatus de mi madre cambió al obtener una visa de residencia. Ella necesitaba completar tres años de residencia antes de solicitar la ciudadanía estadounidense, pero mi madre tardó mucho tiempo más en hacerlo. Me dijo que ser ciudadana no era entonces su prioridad, porque era un tiempo muy azaroso.

Mis padres se casaron en 1995, y para 2000 habían tenido tres hijas: Rosie, mi hermana mayor, en 1997; yo, en 1998, y mi hermana menor, Grace, en 2000. Tres años antes de que nos mudáramos a Carolina del Norte, en 2004, nació mi hermano menor, Joey. Todos nacimos en Miami, Florida.

Mi madre no recibiría su ciudadanía estadounidense hasta el año 2007, el mismo año en que mi madre dejó a su hermana y su familia mejicana en Miami para mudarse con su marido y sus hijos a Carolina del Norte.

Mi madre y mi tía María Carmen no fueron las primeras de su familia en mudarse de México a los Estados Unidos.

Sus padres, mi abuelito Rafael Balderas y mi abuelita Rosa Pérez, nacieron en 1938 y 1944, respectivamente, en el mismo pueblo de Palo Verde, en el municipio de San Diego de la Unión, en el estado de Guanajuato.

Mis abuelos crecieron en el campo, en la tierra de México. Se conocieron a través de sus comunidades, que estaban al lado de la otra. Todo el mundo se conocía, me dijeron ellos. Cada uno de mis abuelitos tenía nueve hermanos y, al igual que ocurrió con mi madre, sus familias eran muy religiosas.

Mi abuelito tenía 21 años la primera vez que vino a los Estados Unidos, en 1959. Él fue el único hijo de sus hermanos que dejó su hogar en Palo Verde. Sus hermanos, como me dijo mi abuelita Rosa, se quedaron para cultivar la tierra. Mi abuelito Rafael soñaba con buscar otro tipo de vida y tenía ganas de aventura.

Se fue a los Estados Unidos para trabajar en Stockton, California, al norte de Los Ángeles. Le encantaron las ciudades de los Estados Unidos. Como mi madre y mi tía María Carmen harían en el futuro, mi abuelito Rafael dejó a su familia y consiguió su sueño.

Mi abuelito Rafael (33), mi tía María Carmen (7), mi madre, Teresa (6), y mi abuelita Rosa (27), en la primera comunión de las hermanas, en el estado de Guanajuato, en México.

Después de un año, mi abuelito Rafael regresó a México. Se casó con mi abuelita Rosa en 1963, cuando él tenía 25 años y ella 19. Después de casarse, decidieron mudarse a la ciudad de México, donde vivieron dos años. En 1965 decidieron mudarse otra vez de la ciudad al campo, al estado de Guanajuato. Mi madre tenía dos meses de edad y mi tía María Carmen, un año.

Como mis padres harían en 2007 cuando nos mudaron de Miami a Carolina del Norte, mis abuelitos vivían en una ciudad grande antes de que decidieran criar a su familia en otro estado más tranquilo. Mis abuelitos vivirían en Toluca, Guanajuato, por más de veinte años, y tendrían 9 hijos en total, incluidas mi madre y mi tía.

Después de la secundaria, mi madre y mi tía querían continuar sus estudios, pero no podían, porque mis abuelitos no tenían el dinero. Mi madre empezó a estudiar inglés cuando tenía 15 años y decidió que iba a ser una secretaria bilingüe.

Todos los hijos fueron bautizados e hicieron la primera comunión en la iglesia católica, como mis abuelitos en sus familias.

Aunque la religión puede ser una constante positiva en la vida, también puede ser una fuente de conflicto. Para mi abuelito, ser católico fue la base de su vida, pero con unas amenazas. De 1926 a 1929, la Guerra Cristera afectó a muchas zonas de México, especialmente en el estado de Guanajuato, donde pocos años después nacieron mis abuelitos.

La Guerra Cristera empezó cuando el presidente Plutarco Elías Calles cambió el Código Penal de la Constitución de 1917. Calles añadió la “Ley Calles” el 21 de junio de 1926. La nueva ley quería quitar el poder de la iglesia católica con medidas como “reducir el número de sacerdotes”, “expropiar las propiedades y bienes de la iglesia” y “prohibir las manifestaciones de fe fuera del hogar”. Aunque la ley se dirigía contra los católicos, muchos mexicanos de diferentes creencias lucharon en la Guerra Cristera para proteger sus derechos a expresarse, ser y creer.

Aunque sus familias eran muy religiosas, mis abuelitos y sus familias evitaron la misa y la iglesia durante muchos años durante su niñez. Cuando hablé con mi abuelito Rafael sobre este punto de su vida, me dijo que se cerraban las iglesias en contra de los que creían en dios. Un día, en 1925, el padre de mi abuelito Rafael, mi bisabuelo Encarnación Balderas, fue arrestado porque la policía sospechó de su fe.

La infancia de mis abuelitos, como la de mi madre y la mía, estuvo llena de influencias de los cambios y conflictos de la época: de sueños y de aventuras, de fe y de religión. Aunque hemos vivido en momentos diferentes de la historia, los mismos temas nos han seguido.

Ahora, puedo ver cómo las vidas y experiencias de mis familiares han influido en el crecimiento de mis hermanos y de mí. Mi familia, especialmente mi madre, siempre ha sido una fuente de apoyo, con su fuerza y valentía. Cuando mi abuelito Rafael sintió que necesitaba buscar otra vida, se fue. Cuando mis abuelitos no podían pagar para enviar a mi madre a la escuela, ella buscó la manera de seguir estudiando. Y ahora, mis hermanas y yo somos estudiantes universitarios de primera generación. Yo he sido el primer miembro de la familia que ha viajado a Europa, y soy la primera de mi familia que estudia en el extranjero.

Somos una familia que rompe las fronteras, literal y figuradamente. A través de la educación, la migración y la religión, mi familia ha iluminado nuevos caminos: me han dado un ejemplo de la resiliencia en la vida que siempre intentaré reflejar.