
PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’
Hace unas semanas, asistí a una clase de flamenco, donde conocí a Junko Hagiwara, una bailaora de Japón. Después de la clase, las otras estudiantes y yo nos sentamos con Junko para preguntarle sobre el flamenco y su vida.
“¿Naciste en Japón?”, le pregunté.
Ella me contestó, sonriente: “Por supuesto, ¡soy japonesa!”.
La clase era parte de mi grupo de interés en CIEE, que se llama “Turismo frente a turismo”. El propósito del grupo es tener experiencias típicas de turismo en España, pero ver esas experiencias a través de otra lente, como reflejo de la cultura española.

Después de la clase, le pregunté a Junko si podría hablar más conmigo sobre su vida e inmigración a España, y le di mi correo electrónico. Después de algunos días de conversación por correo, decidimos reunirnos en la plaza de Alfalfa, cerca del Estudio Flamenco Silvia, donde Junko baila y enseñó la clase de flamenco que yo había tomado.
En el centro de la concurrida plaza, Junko empieza a contarme su historia.
Junko, conocida como “La Yunko” por el mundo de baile, se mudó de Japón a España cuando ella tenía veinticinco años para seguir su sueño de ser bailaora de flamenco.
Aunque el flamenco es un reflejo de la cultura española, no es el único país que lo practica. Esta expresión artística que une cante, baile y música es muy popular en Japón. Según un reportaje de The Japan Times, hay aproximadamente de 50.000 a 70.000 japoneses estudiando flamenco en Japón, y la mayoría de los estudiantes en algunos estudios de flamenco en Sevilla son de esta nacionalidad. Junko empezó a practicarlo cuando tenía dieciocho años. Pero, durante sus lecciones, se dio cuenta de que le faltaba algo.
“Hasta los veinticinco años, yo aprendí flamenco en Japón. Pero me di cuenta de que el flamenco es una cultura, que no es solamente la técnica, la coreografía”, dice. “En Japón, hay muchas academias, pero la parte de la cultura flamenca no se puede aprender allí. Por eso quise venir a España”.
Junko vino a España desde Japón en 2002, procedente de la ciudad de Kawasaki, al lado de Tokio. Japón tiene la décima población más grande del mundo, con más de 126 millones de personas.
“Sevilla es más pequeña, la gente se conoce y coincidimos bastante. Pero en Kawasaki, no. Así que la forma de relacionarse también cambia”, explica Junko (Kawasaki tiene 1,5 millones de habitantes, el doble que los 700.000 de Sevilla).
Junko sintió una fuerza que la impulsaba a irse a España, porque creía que había una diferencia no solamente entre el flamenco de España y el flamenco de Japón, sino también entre las culturas que han moldeado el flamenco en cada país. Pensaba que tenía que ir más allá de practicar en la academia para aprender el flamenco “auténtico”, que, para Junko, no es sólo una forma de bailar, sino una forma de ser.
“En Japón, el flamenco es sólo mi profesión. Aquí, también es mi profesión, pero hay algo más. Es parte de mi vida. Por eso me siento más cerca del flamenco aquí en Sevilla”, dice.
Aunque era su sueño, no fue fácil seguirlo.
“Mi decisión de irme a España fue difícil”, recuerda. “Cuando empecé a practicar flamenco, al principio, ya tenía ganas de ir a España, porque tenía mucha curiosidad.”
Aunque Junko quería descubrir la cultura española, había razones que le complicaban irse a España. Por ejemplo, dice Junko, era muy caro mudarse a otro país sin trabajo.
“Primeramente, el tema económico era difícil. Necesitas dinero para ir a España. Yo había estado trabajando durante tres años como educadora de niños para ahorrar dinero”, explica.
Era más difícil irse a España teniendo un trabajo estable. No fue fácil saltar al desconocido.
“Tenía que decidir ‘voy a dejar este trabajo’. Ahora me quedo sin sueldo, sin nada, sin seguridad. Ahora me voy a España”, dice. “Dejar todo fue muy difícil. Me iba fuera de mi país, de mi familia y, aunque había empezado a aprender español en Japón, no lo entendía aún bien”.
“Una parte de mí tenía ilusión de ir a España, pero otra parte también tenía miedo”.
Además, la familia de Junko no estaba de acuerdo con su decisión.
“Mis padres pensaban que la felicidad de una mujer era trabajar en una empresa, casarse con un hombre, tener hijos. Algo más tradicional. Ellos no pensaban nada de ir a España, bailar flamenco, dejar el trabajo”.
Su decisión desató un conflicto en su casa.
“Cuando tomé la decisión, mi madre ya no me dijo nada. Pero mi padre se enfadó muchísimo”, dice la bailaora. “Durante tres meses, no me habló. Se enfadó muchísimo no sólo conmigo sino también con mi madre, porque ella ya lo sabía anteriormente y mi padre se sentía que lo habíamos dejado fuera”.
Cuando pregunto a Junko si cree que los valores de sus padres eran un reflejo de la cultura japonesa, su respuesta es interesante; me contesta a su vez con una pregunta:
“¿Tύ qué crees?”.
“Pues, no sé”, le contesto. Al fondo, unos niños empiezan a gritar.
“Yo no lo sé tampoco”, replica. “Creo que en cualquier país hay esos valores, no solamente en Japón: en España también”.

Para Junko, sus valores y su identidad no vienen sólo de su país de nacimiento. También están relacionados con su país de residencia (donde vive con su marido sevillano, al que conoció aquí).
Hablamos sobre los valores culturales de los dos países y cómo han influenciado en la identidad de Junko. Piensa que, ante todo, ella tiene su propia identidad.
“Yo nunca me siento que soy española. Pero tampoco pienso mucho que soy de Japón. Claro, soy Junko”, dice.
Junko siente también que su identidad puede cambiar según su ubicación. Aunque la gente no puede ver desde fuera cómo ella se identifica a sí misma, y la siguen etiquetando.
“Si la gente me mira aquí, me llama ‘oriental’, o me dice ‘china, china’, o ‘japonesa’, entonces está claro que sí que soy japonesa, ¿no?”.
Pero Junko no deja que los pensamientos y suposiciones de otros determinen su identidad.
“Cuando estoy aquí, me siento que estoy más adaptada a la cultura de aquí. Y cuando vuelvo a Japón, vuelvo a ser la ‘Junko japonesa’”, dice. “Es como si tuviera dos cajones. Un cajón para mi cultura japonesa, y otro cajón para la cultura de aquí”.
Sin embargo, en Sevilla, Junko ha experimentado en el pasado casos de discriminación y racismo de diversas maneras, y no solamente por las palabras de otros.
“Por ejemplo, andando por la calle, me han tirado cosas, de todo: champiñones, lo que tuvieran a mano. Entonces me sentía fatal. Eso no me lo esperaba”, recuerda.
Pero Junko no piensa que su experiencia con el racismo en Sevilla en el pasado sea un reflejo de la mentalidad de los sevillanos de ahora. “Hoy en día ya no encuentro esa situación muchas veces”.
Aunque Junko ha visto lo peor de las mentes de algunos sevillanos, también cree que su inmigración es una parte de su vida muy importante y no se arrepiente.
“No cambiaría ningún aspecto de mi vida. Estoy contenta”, me dice. “Hay cosas que he conseguido. Y hay otras cosas que no he conseguido”.
Y aunque Junko ya ha logrado mucho, especialmente por su traslado a España, todavía no ha terminado. Ella cree que siempre tendrá nuevos retos.
“No me siento exitosa”, concluye, “porque siempre hay otras cosas que conseguir”.