Un cuento irlandés y una historia mexicana de amor

Edmundo Aragón y Jennifer O’Brien en México, 1989.

(PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’)

Los primeros miembros por parte de mi familia materna que emigraron de Irlanda a los Estados Unidos fueron los bisabuelos de mi abuelo (en el lado del padre de mi madre), en el año 1852. Por el lado de la madre de mi madre, los primeros que se mudaron de Inglaterra a los Estados Unidos llegaron entre 1633 y 1638. A pesar de que dediqué mucho tiempo a trazar ambos lados de la familia de mi madre, no tuve la suerte de encontrar a mis antepasados por parte de mi padre. Mi abuelo y mi abuela por parte de mi padre, María de Jesús Leguízamo Aguirre y Edmundo Aragón Rebolledo, tenían casi 25 años de diferencia cuando se casaron en 1973. En el momento de la boda mi abuelo tenía 53 años, así que casi toda su familia ha fallecido o no recuerdan las historias que su padre les contó sobre su vida. La historia de la migración de mi padre es muy importante para mí porque no sé mucho, en lo que respecta a los detalles.

La historia de Martin O’Brien es muy querida en la familia de mi madre. Por esta razón, voy a contar la historia migratoria de mi tatarabuelo Martin O’Brien, la primera persona de la familia O’Brien que vino a Estados Unidos, y la historia migratoria de mi padre, Edmundo Leguízamo Aragón.

Martin dejó a su familia en busca de una vida mejor para todos y navegó hacia América en el buque Robena, llegando al puerto de Nueva York el 2 de julio de 1852. Cuando le preguntaron, Martin escribió que tenía 18 años y que su ocupación era trabajador (Laborer). El Robena navegó desde el puerto inglés de Liverpool hasta el puerto irlandés de Cobh (pronunciado “Cove”). Cobh, situado al sureste de Cork, era el último puerto para los barcos que navegaban a América desde Irlanda e Inglaterra. Mi tío Gene, que es el historiador de la familia, me dijo que el viaje duraba seis semanas y que, en la época en que Martin emigró, no querían emplear a irlandeses en Estados Unidos y muchos almacenes y agencias de empleo publicaban carteles que advertían: «No se admiten solicitudes de irlandeses”. Las únicas compañías que empleaban a irlandeses eran las ferroviarias, porque necesitaban su ayuda y se beneficiaban de su mano de obra barata.

Al llegar a América, Martin fue directamente al condado de Loran, en Amherst, Ohio, donde comenzó a trabajar para el ferrocarril. Martin vino a América con un amigo con la seguridad de que sería capaz de conseguir empleo aquí. Poco después de comenzar a trabajar, Martin tuvo un accidente de ferrocarril, le cortaron una pierna y recibió una indemnización de 500 dólares. Con ese dinero, Martin pagó el pasaje de su familia a América. Su familia incluyó a su padre, William; a madre, Hanora; y a sus hermanos Thomas y Mary. Todos llegaron al puerto de Nueva York el 9 de enero de 1854, en un barco llamado Kossuth. Hasta el día de hoy, mi familia no ha podido averiguar por qué Martin y su familia decidieron instalarse en el municipio de Lebanon, Wisconsin. Cuando la familia llegó, para comprar tierra en Estados Unidos uno tenía que ser ciudadano estadounidense, así que William solicitó la ciudadanía en el condado de Outagamie. Martin y su hermano Thomas también solicitaron la ciudadanía en el condado de Waupaca y la obtuvieron.

Los primeros registros indican que Martin era la única persona de su familia que era capaz de leer y escribir. Tal vez por esa razón solamente, Martin fue el primer maestro en Lebanon y fue contratado por la familia Gorman para enseñar a sus hijos a leer y escribir. No se ha encontrado mucho sobre las ocupaciones del resto de la familia. El 29 de mayo de 1868, Martin se casó con Susan Fitzgerald. Martin tenía 35 años; Susan, 13. Susan nació en Connecticut, y apenas sabemos de ella que trabajaba en la casa. En 1870, Martin registró en el Censo Federal de los Estados Unidos que él era marinero, como persona que dirige o asiste en la navegación de un barco. Hay muchas historias transmitidas a través de las generaciones que son bastante interesantes. Una de ellos fue que cuando Susan y Martin fueron de luna de miel a Oshkosh (a unos 25 minutos en coche de donde ahora vivo en Appleton, Wisconsin), Susan se llevó su muñeca con ella. Otra historia es que William, conocido como Billy O’Brien, llevó una estufa de madera en su espalda desde Lebanon a hogar. Hay un poema titulado «Los exiliados de Erin», escrito por Charles Kelly, que habla de Billy O’Brien. Dice así:

It was in the year of ‘56
I heard the old folks say
That they saw one Billy O’Brien
A-heading for that way.
With a stove that weighed two hundred pounds
Across the swamp did lug
Besides a few provisions
And he also had a jug.
At the site of Billy coming
The wild animals did flee
For the rattling of his hardware
Was like a shivaree.

 

Foto de la familia en Cuernavaca. De izquierda a derecha, los hermanos Aragón, Edmundo, César y Sergio, con su padre, Edmundo Aragón.

La historia de la infancia de mi padre es muy interesante por muchas razones. En primer lugar, la diferencia de edad entre mi abuelo y mi abuela era muy grande. En segundo lugar, mi abuelo tenía tres familias antes de casarse con mi abuela, y en tercer lugar, la verdad sobre el padre biológico de mi padre no fue descubierta hasta que cumplió los 19 años de edad. Para este artículo, me centraré en la historia de la migración de mi padre a los Estados Unidos. Le pedí a mi padre que empezara por el principio, y le pregunté cuándo empezó él a pensar en mudarse. Me dijo: “Cuando era niño y mi papá tenía dinero, él nos llevaba mucho de vacaciones a San Antonio, Texas, y creo que eso fue lo que despertó la curiosidad en mí por querer vivir en los Estados Unidos. Durante esos años en mi universidad, la Universidad del Estado de Morelos, empecé a darme cuenta de que mi futuro no estaba en México. Me di cuenta de que si no salía del país yo no podría estar en una mejor situación económica”.

Empezó y no se detuvo hasta que finalmente tuve que pedirle que tomara un descanso. Para él, creo que revivir su pasado es difícil porque ahora se volvió a casar con otra mujer y una gran parte de por qué se mudó a los Estados Unidos fue por mi madre. Él estaba tan emocionado por fin de sacar toda su historia y yo estaba feliz de dejarle hablar. Él continuó: “Yo veía que a mi papá ya no le iba bien y que él tenía que tener varios trabajos y trabajar todo el tiempo para poder mantener a la familia. Me di cuenta de que si me quedaba yo en México…, iba yo a tener problemas para encontrar un trabajo que me pagara bien. Fue entonces cuando empecé a estudiar inglés. Yo en la primaria odiaba el inglés y era el peor de mi clase con el inglés”. Mi padre también me dijo que antes de conocer a mi madre había pensado en mudarse a Israel o Londres porque su padre le hablaba de una escuela israelí a la que podía asistir y mi padre tenía amigos que vivían en Londres. Poco después, mi abuela empezó a acoger a estudiantes americanos de visita en México y mi madre Jennifer O’Brien, fue una de ellas, en 1989. Mi padre me dijo: “Cuando conocí a tu mamá y me enamoré fue cuando dije  ¡aquí es donde yo quiero vivir!”.

Cuando mi madre tuvo que volver, mi padre decidió emigrar a Estados Unidos. El 16 de marzo de 1990 llegó a Chicago con su amigo Héctor Hernández Martínez, que también quería vivir en el norte. Conocían a una mujer, Susan Nusband, con la que podían quedarse. Mi padre recordó: “Mi papá me dio 500 dólares, mi pasaporte y mi visa y me dijo, ‘este dinero es todo lo que te puedo dar. Si no logras superarte en los Estados Unidos, te tendrás que regresar a México’. Mi papá me compró mi vuelo que salía a las 12 de la noche de la Ciudad de México. Esa noche me despedí de mi familia. Mi amigo Enrique Cué, que tenía coche, nos fue a dejar al aeropuerto junto con otro amigo que se llama Omar Bernal García, y allí nos quedamos esa noche Héctor y yo hasta que tomamos el avión para Chicago”. Y añadió: “Fue triste dejar a mi familia y saber que yo ya no volvería a regresar a México. Mi mamá lloró un poco y a mí se me saltaron las lágrimas en el coche sentado atrás. Creo que todos mis amigos estaban tristes y callados pues sabían que era un momento difícil”.

Edmundo (d.) y su amigo Héctor Hernández Martínez, con quien emigró de México DF a Chicago en 1990.

Ni mi padre ni Héctor sabían hablar inglés cuando llegaron. Ellos decidieron que no querían vivir más tiempo con Susan porque querían su propio espacio, así que encontraron nuevos trabajos y en un club campestre llamado Idle Wild, donde también dormían. Mi padre no estuvo mucho tiempo en Chicago antes de mudarse a Appleton para vivir con mi madre. Su amigo Héctor se quedó un tiempo y regresó a Cuernavaca, México, en 1990. Mi padre nunca habló con cariño del club de campo en el que trabajaba. Estoy segura de que era porque no les trataron justamente y porque era difícil tomar el autobús para visitar a mi madre en otro Estado. Héctor y mi padre siguieron siendo amigos y recuerdo que cuando yo era niña fui a su boda en México.