
“Mamá, incluso si yo matara a alguien, ¿todavía me querrías?” pregunta la hija. Erika, la madre, le responde, “Por supuesto, todavía te querría” y la madre abraza a su hija única, adoptada, y se acurruca con ella en la cama, murmurándole su oración de todas las noches al oído, “El polvo de hadas, los buenos momentos, y la buena gente para ayudarte” hasta que su niña se duerme.
Erika, una mujer curvilínea, baja y pálida, entra en la cocina en la que su hija está desayunando y su esposo está lavando los platos. Lleva una chaqueta verde esmeralda de seda con hombreras al estilo de los 80 y pantalones negros adornados por unas joyas de su gran colección. Su pequeña figura va cargada de varios bultos, haciendo que sus pasos resulten pesados. Antes de salir, desde su boca con labios pintados de coral le grita al esposo un recordatorio sobre el horario de su hija y se va.
Cuando vuelve a casa después de un día de reuniones, lo primero que hace es ponerse un conjunto más cómodo, usualmente un suéter de forro polar y pantalones de terciopelo, se toma un vaso de su Chardonnay favorito y platica sobre su día.
Luego, trabajará durante horas en casa en la oficina de su consultoría empresarial, que está llena de cosas al azar. Pilas del papel, cuadernos, y notas adhesivas cubren los dos escritorios con su ilegible y gran escritura, mientras muñecas viejas de su hija rebosan del armario. Aunque aquello parece desaliñado, de algún modo, Erika siempre puede encontrar lo que necesita.
A veces, algo le molesta. Cuando se enoja, la dulce voz que usa con su hija se convierte en una cuchilla de afeitar y aparece su acento de Nueva Jersey, especialmente con telemarketers. Erika usualmente le dice “Aló, mire usted está llamando durante la hora de cena. Voy a llamar a la policía para reportarle en la lista de ‘no llame,’ Adiós,” y luego le cuelga. Pero ella casi nunca usa su voz de Jersey con su familia, aún cuando sería justo.
Cada vez que su esposo desde hace veinticinco años se queja sobre su manera de hacer las cosas, Erika mira a su hija y ambas empiezan a reírse. Y aún cuando la angustia de la adolescencia causó una fase del maltrato y rechazo del amor por su hija, Erika sencillamente siempre le respondió con una sonrisa, “Sabes que te quiero mucho, Ri. Porque eres nii.” Donde ella es blanda, su esposo es pragmático y usualmente solo da un gruñido en respuesta a declaraciones de amor.
Ella es la luz y el pegamento de su casa.