El perfeccionista

Las frases que salen de su boca, entreabierta debido a la concentración, son inconexas y casi nunca llegan a su final. Sin embargo, en su cabeza están perfectamente conectadas en forma de imágenes seguramente caleidoscópicas, llenas de movimientos fugaces, sustituyéndose entre si, mutando unas en otras, esperando a ser trasladadas a la pantalla en la que trabaja. Quizá es por su desconexión total con el cuarto en penumbra que le rodea por lo que ni siquiera parece escuchar las sugerencias de su compañero. O quizá no le parecen lo suficientemente interesantes.

Carlos estudia comunicación audiovisual y está trabajando en un vídeo que tiene que entregar mañana. Quien dice mañana dice en unas horas, y quien dice trabajando dice dejándose los nervios en una especie de calma tensa con forma de ceño ligeramente fruncido, pelo despeinado y unas grandes manos sobre el teclado y el ratón. Porque así es cada noche antes de una entrega, y así es él, una mezcla entre el deseo de conseguir el mejor resultado y la imposibilidad de hacerlo sin la presión de las últimas horas, algo que saca lo mejor de él. “Mi mayor defecto es que soy muy perfeccionista”, te dirá mientras se ríe irónicamente. Esa afirmación será rematada por una lista de sus logros y habilidades, sobre todo si se le pregunta dos semanas después, en la clase en la que recibirá sobresaliente por aquel trabajo.

Ahora mismo está en su casa de Sevilla, en la que vive con su novia y sus compañeras desde que decidiera dejar la casa de sus padres en su pueblo. Decisión tomada para, según él, estar más cerca de la universidad, pero según sus ojos (que solo se levantan para mirar a su pareja entrando en el cuarto con una sonrisa comprensiva) para tener el mismo perfeccionismo con su relación como el que tiene con su trabajo.

Tras varias horas frente al ordenador parece que su detallismo extremo ha dado lugar a un trabajo “presentable”, en sus propias palabras. En el momento en el que apaga la pantalla y se echa hacia atrás con las manos sobre su cabeza no hay nada de esa altanería que uno diría que posee en clase, no salen de su boca más elogios ni definiciones para su trabajo que “presentable”. Solo queda preocupación por si su labor es lo suficientemente buena, y en medio de todo ello, cuando su compañero ha agotado ya todos sus intentos por conectar con él, Carlos da una señal de realmente haberle estado escuchando toda la noche. “Me gustan tus ideas de verdad, creo que vales mucho”, le dice, y entonces su cabeza vuelve al lugar donde dejó su trabajo. “La próxima vez empezaremos antes”, es la única respuesta que puede recibir de su compañero. Los dos saben que solo uno de ellos dice la verdad.