El espacio de los coloquios

De abuelos hondureños, padres embajadores en Estados Unidos y hermanos pilotos de American Airlines. León cierra su cuello y la puerta que deja pasar el frío con una bufanda estilo Burberry. “Yo fui un hondureño hablando ruso con acento andaluz”. El presidente de la Asociación de Comerciantes del Mercadillo Histórico Popular El Jueves vende libros y vivencias. De lunes a viernes, León es abogado y lleva una vida ajetreada y estresante de papeles, montañas de papeles. Los jueves, su alter ego cambia las herramientas y se convierte en librero con libros, montañas de libros. Se enciende un cigarro y nos lleva hacia dentro –como si en la calle hubiese otra arteria paralela-. “Ese es el espacio de los coloquios, ahí charlamos sobre literatura” dice mientras señala un par de sillas al lado de un contenedor.

León mueve sus libros con delicadeza y simetría, quiere que se pueda ver el título de todos, que no quede ningún autor sin su correspondiente hueco de aire entre el amontonamiento de libros. Habla con cariño de Isabel Allende, le gusta Tolstoi y Dostoievski. Abre un libro con el precio ya escrito, está en pesetas. Hay libros que no hicieron el cambio de moneda, se quedaron estancados u olvidados en un tiempo pretérito. Ahora, libreros o artistas del arte de vender como León, tratan de hacer su propia transición democrática, mientras ofrecen tiempo y aceptan con cada transacción el intercambio de épocas.

En el Jueves hay móviles caducos, espejos rotos, muñecas cansadas de servir, trajes de novia divorciados, hay montañas de cosas que compran jóvenes estudiantes de Bellas Artes, ingleses jubilados que quieren rejuvenecer, japoneses de apariencia futurista. Ellos se llevan el tiempo de los objetivos. León, Juan y los demás vendedores se quedan con el recuerdo, la ausencia de un hueco vacío en la lona del suelo.