
El día antes de la última elección presidencial estadounidense, falté a todas mis clases, alquilé un coche, y manejé durante tres horas hasta Filadelfia para ver el último mitin de Hillary Clinton. Fui con tres amigas de mi universidad, y estuvimos esperando durante más de cinco horas en el frio para poder acceder al evento.
La noche fue mágica; había música popular sonando a través de grandes altavoces antes del comienzo. Luego, Bon Jovi y Bruce Springsteen tocaron en directo. Mis amigas y yo, estábamos allí con miles de personas con la misma visión para nuestro país, personas de muchas partes del país (y del mundo también) con historias diferentes, pero con valores semejantes. Yo había asistido antes a eventos donde había hablado el presidente Obama, pero era algo diferente verlo no solo a él, sino también a su esposa y a la familia Clinton.
La forma en la que yo pasé a pensar sobre esa noche cambió muy rápidamente. El día después, al contrario de lo que la mayoría de gente habían pensado, Hillary no ganó. Uno de los mejores días de mi vida había ocurrido tan solo un día antes de uno de los días más horribles. Como alguien que ha estado apasionada por el servicio público y la política toda su vida, no podía entender como alguien sin cualificaciones y que había dicho cosas tan horribles como Trump podía ganar.
Ahora, puedo pensar sobre mi noche en Filadelfia no como una esperanza falsa; todavía es un día muy importante en mi vida. Sigo sin tener mucha confianza en los americanos y tengo miedo del futuro de nuestro país; sin embargo, todavía tengo esperanza. Los políticos que hablaban esa noche tenían ideas buenas para Estados Unidos, y tengo que esperar que podamos lograrlas en el futuro.