Amor encontrado: el poder de la adopción

One of Grace’s first pictures, with her carer at the orphanage / MIKE STONE

Por la fuerza del amor, dos madres, Susan e Irene han creado una familia sin lazos de sangre gracias a la adopción.

“Creo que cada persona debe adoptar. Entiendo que la manera en que nosotros lo hicimos, ir a China, era muy caro, pero no importa si lo haces en otro país o en el tuyo. La oportunidad de darle a un niño o a una niña un lugar en el mundo, seguridad, familia y educación – no se le puede poner precio a eso. No puedes cambiar el mundo, pero puedes cambiar una vida”, dice Susan en su casa a las afueras de Nashville, en el estado de Tennessee.

Susan rebusca en una pequeña caja llena de fotos y papeles y sonríe cuando encuentra la imagen de una niña china de pelo oscuro y corto, vestida con abrigo rojo y con una expresión feliz en su rostro. Es su hija adoptada, Grace. “Al principio, la agencia nos dijo que la espera sería de 18 meses. Pero para cuando terminamos con el papeleo, habían pasado tres años. Grace todavía no había nacido cuando iniciamos el proceso”.

Aunque ya tenía una hija biológica, Susan supo desde que se graduó de la universidad que querría adoptar. En febrero de 2005, con su marido Mike y su hija Sarah, Susan contactó con la agencia de adopción Chinese Children Adoption International (CCAI). Fundada en 1994 y que, con sede en el estado de Colorado, CCAI había encontrado hogar en los Estados Unidos a más de 11.000 niños chinos.

Después de varias visitas de trabajadores sociales, clases de maternidad y lectura de libros sobre adopción, Susan y su familia llegaron a Nanchang, capital de la provincia china de Jiangxi, en el sudeste del país, el 21 de febrero de 2009. CCAI les proporcionó un traductor para manejarse en una ciudad de dos millones y medio de habitantes. La pérdida de sus maletas al llegar al aeropuerto, que no pudieron recuperar hasta pasados cinco días, causó un elemento de estrés más en el viaje. “No sólo estábamos sin ropa limpia ni nada para cepillarnos los dientes o asearnos, sino que también teníamos una bebé para la que yo no tenía nada”.

En una sala grande de hotel, junto a otras doce familias adoptivas, Susan esperaba impaciente a que llegaran las cuidadoras del orfanato. Las bebés vinieron embutidas en ropa de abrigo. “Recibimos a Grace con tan solo la ropa que llevaba; nosotros tampoco teníamos más que la vestíamos en ese momento”, explica Susan sobre el momento en el que conoció a su hija que sólo tenía dieciséis años.

Se quedaron en China dos semanas, un país que en aquel momento tenía una política muy abierta de adopciones. En 2009, la de Grace fue una de las aproximadamente 3.000 adopciones oficiales tramitadas de China a los Estados Unidos. Entre 1999 y 2016 el Departamento de Estado estadounidense ha documentado 78.257 adopciones chinas, el 86% de las cuales han sido de niñas.

Susan deja caer una lágrima mientras recuerda su momento favorito, más de nueve años después. “Ella se portó muy bien, especialmente en comparación con alguno de los otros bebés, que parecían más traumatizados”, recuerda. Aun así, Grace, que luego tendría una adaptación fácil a su nueva vida, no se sintió confiada de inmediato. “No  fue hasta tres días después, mientras Grace estaba sentada en mi regazo, que, de repente, se relajó lo bastante como para reclinar la cabeza sobre mi pecho. Fue en este momento cuando ella estableció un vínculo conmigo”.

Dos años después de esa escena en Nanchang, al otro lado del Océano Atlántico, otra madre tomaría la misma decisión de crear una familia a través de la adopción. Hoy, Irene*, que es italiana de nacimiento, pero española por ciudadanía, sentada en el futón de su cómoda casa en Sevilla, muestra algunas fotos de un pequeño bebé de piel oscura sobre una mesa. En una de ellas, Mario*, su hijo adoptado, aparece en un porta-bebé, suspendido sobre la espalda de Irene. Ambos sonríen a la cámara frente a un fondo de arena y piedras en Malí.

“Me pareció mucho más bonito de lo que hubiera podido esperar”, explica Irene con una sonrisa sobre el momento en el que conoció a Mario. Fue el 14 de noviembre 2011. Mario tenía entonces apenas 11 meses. “Yo estaba allí con otras mujeres que iban a adoptar. Me decían que tenían miedo de no sentir nada por los niños o de no quererlos. Pero yo sentía lo contrario. De lo que tenía miedo era de cómo sería la reacción de este niño. Sé que a veces los niños se asustan con los blancos”.

Ocho meses antes, Irene había empezado su camino para adoptar. Al tramitar la adopción como familia monoparental, tuvo que encontrar un país que permitiera esas adopciones. Después de la sugerencia de una amiga traductora, Irene se decidió por Mali, que sólo había recibido 222 adopciones españolas entre 1998 y 2012. Para Irene, la decisión de escoger Mali fue fácil, “Yo no tengo, por ejemplo, nada en contra de China, pero no tengo tanta afinidad cultural como puedo tener con el continente africano”.

En septiembre de 2010, Irene, que es traductora e intérprete de profesión, había sido invitada a participar como intérprete voluntaria en la reunión de una plataforma de organizaciones campesinas e indígenas. Ya había iniciado los trámites de adopción y aprovechó para conocer a un abogado maliense que más adelante la ayudaría en el proceso. Después de tomar exámenes psicológicos y clases de maternidad, Irene recibió del gobierno español el certificado de idoneidad para poder adoptar. Entre 1998 y 2011, España fue el tercer país del mundo en número de adopciones, con aproximadamente 60.000. Aunque la adopción es muy popular en España, el proceso puede retrasarse nueve años debido a la lentitud de los trámites legales. Las familias tienen que esperar por lo general entre cuatro y ocho años. En el caso de Irene duró mucho menos, pero todavía tuvo algunos desafíos. “Era un poco como el juego del Monopoly. Si te faltaba algo, tenías que volver a la casilla uno para empezar de nuevo”, explica Irene en broma. En Andalucía, a diferencia de en los Estados Unidos, el proceso de adopción es gratuito y lo gestiona la Consejería de Igualdad y Políticas sociales del gobierno autonómico.

El día que recibió a Mario en Bamako, la capital de Mali, Irene tuvo cierto shock. Él le recordaba mucho a sí misma, con una personalidad calmada y perceptiva. Durante casi tres semanas, Irene se quedó con Mario en su país nativo, para tener un tiempo de transición. A principios de diciembre de 2011, volvieron a Sevilla. Fue un viaje que Irene nunca olvidará. “Eran las cuatro de la madrugada y él tenía una diarrea muy líquida. Recuerdo todavía el momento de cambiarle el pañal en el aseo pequeño del avión, con la luz en mis ojos y el estrés de todo”. La transición de Mario a su nueva vida en Sevilla duró poco. “Él tenía un grado de autonomía muy fuerte. A principios de enero, ya tenía sus rutinas super cogidas”, cuenta Irene.

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Gracias a los libros, los distintos idiomas, el arte, la comida y la influencia de sus padres, tanto Grace como Mario han podido mantener una conexión con sus culturas nativas. Según un estudio del profesor de sociología Arnold Silverman, publicado por la Universidad de Princeton en 1993, el equilibrio entre la identidad heredada y la herencia nativa de los niños adoptados fomenta el vínculo entre las dos culturas, especialmente desde una edad temprana, y permite desarrollar el orgullo por ambas.

Susan ha intentado seguir este consejo. “Siempre hemos llevado a Grace a celebraciones del Año Nuevo chino. También, cada verano, asiste a un campamento patrocinado por su agencia de adopción, con baile, ropa, arte, comida, lengua y canciones, junto con otros niños adoptados principalmente en China, cuyos padres quieren mantener una conexión con esa cultura”. Además del campamento, Grace tiene una compañera de clase, Sophia, cuyos padres son chinos también. “Grace va a su casa para aprender cómo cocinar bolas de masa hervida y otros platos tradicionalmente chinos. También ha empezado a aprender un poco de Mandarín con su familia”. Susan no tiene dudas sobre la fuerte identidad cultural de su hija, que acaba de cumplir diez años.

Para Irene, la identidad africana de Mario también tiene un papel muy importante. Cree que es importante llevar a Mario a Mali, otra vez, cuando sea mayor. Pero por ahora, no se preocupa de los problemas emocionales para él. “Mario no tiene problemas de autoestima en general. ¡Una amiga me ha dicho que no necesito trabajar más en eso!” dice Irene riendo. A causa de la piel oscura de Mario, poco frecuente en Sevilla, Irene ha recibido comentarios sobre el futuro de criarlo. “Me dicen ‘¡Ay, es que eso puede dar problemas durante la adolescencia!’ y yo siempre respondo ‘Bueno, es más la adolescencia la que da problemas’. Son comentarios racistas, más que en contra de la adopción. Siempre vas a encontrar la ignorancia”. A pesar de algunas personas maleducadas, Irene ya tiene muchas ganas de vivir su futuro con Mario. Para ella, la decisión de adoptar fue fácil, “Tengo Mario gracias a una madre africana y gracias a África, no ha venido del cielo. Es un orgullo y un agradecimiento que para mí es natural”.

Del mismo, el deseo de adoptar vino de forma natural a Susan, “He creído por muchos años que puedes querer a un niño con el que no tienes vínculos biológicos. Yo no sentía que tenía que salvar al mundo, pero estoy muy agradecida de haber sido capaz de hacerlo una vez”. Gracias, entre otras muchas iniciativas nacionales e internacionales, al Convenio de Adopción de La Haya relativo a la Protección del Niño y a la Cooperación en Materia de Adopción Internacional, Susan e Irene tuvieron la posibilidad de adoptar. Tanto China como Mali son parte de los 96 países miembros de la Convención, cuyo objetivo es facilitar y mantener la seguridad de la adopción internacional.

Junto a esto, en 1995, el presidente estadounidense Bill Clinton declaró noviembre como el Mes Nacional de las Adopciones, durante el cual es importante celebrar las adopciones, internacional y regionalmente. Para Susan y Grace, como para Irene y Mario, la adopción ha creado familias sin los lazos de sangre. Por encima de todo, Irene piensa que la adopción no es nada fuera de lo ordinario, “Es una forma de maternidad normalizada, es una forma más de ser madre o padre. Los niños son el vínculo que tú haces con ellos a lo largo sus vidas”.

*Los nombres de los protagonistas han sido cambiados para proteger su intimidad.