Juntos en el jardín

Luciano Furcas at Huerto del Rey Moro in calle Enladrillada / GRACE HASHIGUCHI

Escondido en el barrio de San Julián, Luciano Furcas cultiva una comunidad de pioneros de la permacultura. A través de su trabajo con escolares y amigos en el desarrollo de ecosistemas agrícolas sostenibles, Luciano demuestra que la esperanza para el futuro brota del suelo.

Echando raíces

“Somos lo que comemos, y si podemos trabajar para crear nuestra propia comida con nuestra madre tierra, creo que así seremos más nosotros”.

Luciano Furcas, 66 años, pasea por el patio de la escuela de infantil y primaria Huerta de Santa Marina y entra en su modesto aunque verdeante oasis enfundado en unos pantalones vaqueros desteñidos y una chaqueta verde bosque. Un coro de “holas” y “buongiornos” surge de entre el puñado de voluntarios de ojos brillantes apostados en los arriates.

Cualquier día entre semana, se le puede encontrar en la escuela de la Huerta de Santa Marina o en un huerto urbano cercano, la Huerta del Rey Moro, en la calle Enladrillada del casco antiguo de Sevilla. Cuidando de estos espacios verdes, se ha convertido en una figura muy reconocible en torno a la que gravitan personas de todas las edades.

Un detalle del jardín / GRACE HASHIGUCHI

“¡Luciano, Luciano!” Le grita una niña con coletas que se le acerca deslizándose sobre sus patines rosas. Le abraza como se abraza a un abuelo muy querido. “¡Cuánto has crecido!” Luciano gesticula con la mano indicando que ahora casi supera la altura de su hombro. Tanto los profesores como los padres se acercan a él mientras cruza el patio de cemento de la escuela para preguntarle por la huerta, o simplemente para intercambiar un par de besos cariñosos (aunque pinchen). Incluso quienes no tienen relación directa con la huerta a menudo reconocen su nombre o recuerdan al hombre de la sonrisa de oreja a oreja y la barba desaliñada que cae como una cascada para convertirse en una pulcra trenza blanca.   

Aunque parezca que Luciano ha crecido en esta comunidad, sólo han pasado 15 años desde que se estableciera en la ciudad, y 30 desde que llegara a España por primera vez.

Naturaleza divina

La historia de Luciano comienza 1.358 kilómetros al este de Sevilla, en el pequeño pueblo agrario de Cagliari, en la isla de Cerdeña. Sus padres, Demetrio y María, trabajaban la tierra como forma de subsistencia. Desde una temprana edad, Luciano comprendió el poder de la tierra para nutrir y dar forma a una comunidad.

“Vengo del campo, así que siempre me ha interesado la relación entre mis padres y su medio de sustento”, cuenta. En un mundo que estaba recuperándose de la Segunda Guerra Mundial, la industrialización proporcionó una nueva organización social. Luciano, sin embargo, prestaría mucha atención a la sabiduría de su comunidad, manteniéndose cerca de los recursos disponibles. “Los niños aprendieron de dos maestros: uno, las decisiones de la sociedad; el otro, la consciencia de unos padres que dependían del cultivo de alimentos para darle de comer a la familia”, explica.

El abuelo paterno de Luciano, Raymundo, vivía con la familia y se despertaba temprano cada mañana para trabajar en el campo. “Cuando regresaba, me traía siempre algo del campo, como un tomate, una de esas pequeñas esferas rojas”, relata Luciano con un titileo de alegría infantil. Cuando era niño, su abuelo lo mantenía en contacto con el campo, compartiendo sus olores y sabores. Sin embargo, a medida que crecía, Luciano inició un diálogo más directo con sus padres sobre su conocimiento de la labranza.

A los 16 años, se acercó a su padre con una observación. “Papá, todos los domingos te pones camisa blanca, pero no te veo nunca ir a la iglesia como todo el mundo”. Su padre respondió: “Es en el campo donde yo encuentro a Dios los domingos, en la iglesia no lo veo”. Luciano comenzó entonces a detectar también una conexión espiritual con la naturaleza, y continuaría cuestionando las creencias de la sociedad convencional.

Trabajar con la tierra fue una realidad familiar para Luciano mientras crecía. Pero su propia comprensión del cultivo sostenible surgió después de un período de exploración individual. “Cuando dejé mi tierra natal, fue para buscar otra forma de interpretar mi vida”. Luciano residió durante la mayor parte de su treintena en Roma, que había sufrido graves daños a causa de un terremoto. Trabajó con nuevos compañeros para reconstruir la zona y descubrió procesos de bioconstrucción y el diseño de energía pasiva.

“El campo lo redescubrí tras preguntarme a mí mismo ‘¿qué quiero hacer con mi vida?’ Me topé con la bioconstrucción, la reconstrucción con materiales naturales y locales, y eso me llevó de vuelta a mi raíces, al campo”. A sugerencia de sus compañeros, Luciano decidió mudarse a Tarifa, en el Estrecho de Gibraltar. Allí continuó desarrollando sus habilidades en permacultura y diseño sostenible a través de proyectos como la Galería de Arte Elemental, una comunidad intencional dedicada a vivir respetando la naturaleza y el arte. Después de 15 años allí, Luciano volvió a hacer las maletas para ir a ayudar con proyectos ecológicos en el corazón de Sevilla, y comenzó a fomentar la pródiga comunidad que lo rodea hoy.

Luciano Furcas con unos amigos / GRACE HASHIGUCHI

Tareas actuales

“Uno no es lo que dice, sino lo que hace. Por eso trato de dedicarme a hacer más que a hablar”. Con una sonrisa natural, Luciano cruza sus robustos brazos y mira hacia el exuberante follaje. Con tono suave y humilde, añade, “de las palabras nacen imágenes, pero las acciones crean paisajes”.

En 2011, después de trabajar algún tiempo en el Huerto del Rey Moro, la madre de un estudiante que asistía a la Escuela Pública de Infantil y Primaria Huerta de Santa Marina, le preguntó si enseñaría a los niños de allí. Mediante la construcción de arriates elevados, ahora rebosantes de plantas comestibles, Luciano ha ayudado a transformar una esquina del patio cercado de hormigón en un aula al aire libre. Durante los cinco años que ha trabajado para crear el huerto, el programa ha ido creciendo y ahora cuenta con nuevos profesores y numerosas oportunidades para que los niños trabajen y aprecien la tierra.

Las clases en el huerto no son unidireccionales. “Es importante enseñar en la escuela a los niños, pero nosotros también aprendemos con ellos. Más que enseñar, se trata de recordar de dónde venimos y adónde vamos”.

Ahora más que nunca, Luciano entiende la importancia de su trabajo dirigiendo a su comunidad para que comprueben los beneficios de la permacultura. Sin una reducción significativa de las emisiones de carbono, los investigadores predicen que los ecosistemas del Mediterráneo y el sur de España se transformarán en desierto en el próximo siglo. La zona de biodiversidad es particularmente vulnerable y ha experimentado más aumentos de temperatura que el promedio global, de 1,0 ºC a 1,3 ºC desde la Revolución Industrial. “Estamos en una ciudad donde está todo muy apelmazado. Una ciudad necesita al menos 20 metros cuadrados de verde por habitante”, explica Luciano. Sevilla, al igual que la mayoría de las ciudades modernas, ni se acerca a esa cantidad de espacio verde. En el registro municipal se indica que la provincia de Sevilla ha experimentado un crecimiento de población del 10% en los últimos 10 años, por lo que abordar la protección del espacio verde sigue ganando más y más importancia para la sostenibilidad de la ciudad.

También es consciente del consumismo que perpetúa nuestra desconexión colectiva de la Tierra. Sin embargo, mantiene un tono comedido y una mirada de complicidad, como si también comprendiera la ingenuidad de sensacionalizar esta tragedia autoinfligida. “Lo llamamos crisis, pero la crisis está muy vinculada a la depresión. Debemos replantearnos nuestras acciones porque, si queremos otro resultado, no podemos continuar haciendo lo mismo”, explica.

Presentando principios de interdependencia con la tierra, Luciano pretende compartir la posibilidad de un futuro más sostenible. “Compartir una visión nueva con las personas que vienen aquí al huerto me da más esperanza”.

“Todavía no estoy del todo seguro de si lo hago bien o no lo hago bien, porque no lo decido yo. Sólo interactúo con el presente”, explica Luciano con gesto pensativo. Desde su perspectiva, la manera de reclamar nuestro equilibrio con el medio ambiente debe decidirse entre toda la comunidad.

“Creo que la palabra esperanza más que nada es como ‘querer esperar’”. Pero el futuro trasciende la capacidad de los sueños. “Yo espero siempre algo conocido. Pero lo que estoy buscando no lo conozco. Busco algo que sea la respuesta a todo, de modo que ese algo no puedo conceptualizarlo”. En lo que sí puede trabajar es en cuidar los recursos que tiene ahora. “Entonces, a los niños les deberíamos devolver la tierra un poco mejor de lo que la hemos encontrado. Tenemos el lujo de recordar cómo la encontramos, así que podemos devolverla más completa ahora”.

Huerto del Rey Moro / GRACE HASHIGUCHI
Huerto del Rey Moro / GRACE HASHIGUCHI

Creciendo juntos

“Hombre, hay mucho trabajo, pero principalmente hay que redefinir qué es el trabajo”, reflexiona Luciano. El huerto fluye en constante cambio con las estaciones y los miembros de la comunidad que cuidan de sus parcelas. Pero las plantas saben cuidar de sí mismas. “Ellas son los auténticos profesores”, afirma Luciano respetuosamente. Su trabajo es facilitar la armonía que ya existe en el espacio natural. Señala a un gato que descansa al sol y explica, “el gato cuida del espacio, y también la planta. Quizás el gato y la planta no hablan el mismo idioma pero entienden muy bien cómo vivir juntos aquí”.

“No tenemos más que un planeta; es muy importante que apreciemos eso”. Aunque la gente podría quedarse con sensación de escasez, Luciano presenta la posibilidad de reconocer la abundancia que existe en un solo huerto. La permacultura implementa los ciclos naturales de los ecosistemas locales, lo que incluye una observación paciente y una orquestación colaborativa de todas las criaturas vivientes. No tiene hijos propios, pero uno de los voluntarios del huerto bromea, “las plantas son la madre, el padre y los hijos de Luciano”. No en vano, las plantas, junto con la gente, son las que forman el ecosistema del huerto y hacen de este espacio una especie de familia.

La siempre creciente red de personas y experiencias de Luciano arroja nueva luz sobre la perdurable sabiduría de su padre. “Encuentro menos a Dios en la ciudad pero empiezo a darme cuenta de que está también en los ojos de las personas que tengo delante”, explica. “Aunque una persona no sea campo, es del interior de las personas de donde brotan muchas cosas. Y todos somos parte del mismo campo, de la misma tierra”.

El sol ilumina los intrincados murales de los antes estériles muros que albergan el Huerto del Rey Moro. “Un día es un resumen de un año y un año podría ser un resumen de 70 años”. Puede que el futuro sea incierto, las soluciones al dolor de nuestro mundo todavía desconocidas, pero un momento juntos en el huerto es todo lo que tenemos, y un momento juntos es suficiente.