La despedida final

Paul y Mare

Paul C. Vanderwarker, esposo, padre, abuelo, bisabuelo, veterano de guerra, amigo y aún más, pasa los últimos días de su vida de la manera con más sentido: con sus seres queridos, sobre todo con su esposa desde hace 37 años, su mejor amiga y el gran amor de su vida.

“Paauuulll!” “Paauully?” “Paul are you with me? Do you know who I am, honey?”

El suspiro exasperado, pero lleno de amor. La respuesta cantarina:

“Yes, Mare, I’m right here. You’re my love, you’re my honey.”

Paul puede sentarse con Mary en un raro momento de claridad. Con la cabeza inclinada y las manos temblorosas, la abraza en lo que será uno de los últimos días de su vida. A sus 85 años, los indicios de la vejez son obvios en Paul, bañados por la luz suave y amarilla de la lámpara de mesa. Pelo blanco, escaso, piel arrugada, como de papel, postura encorvada y ojos azules apagados: todos los resultados de una vida bien vivida.

Esas manos temblorosas ya no pueden abrir sus innumerables botes de pastillas, ni insertar en sus oídos los audífonos que él se negaba a llevar, para disgusto de su esposa. Esos ojos no ven tan claramente como durante su juventud, pero los que lo conocieron entonces aún pueden divisar su destello travieso. Y mientras su voz siga rechinando un poquito hacia el final, sus seres queridos todavía podrán oír los gritos joviales de su juventud. Entre las arrugas de la piel del brazo, se ven aún los restos borrosos de los tatuajes que se grabó siendo soldado en la guerra de Corea.

Paul guarda una memoria selectiva que le previene de revivir momentos penosos de innumerables batallas y tiroteos que le dejaron magullado emocionalmente. También sufre de un pánico a volar que lo aleja de los viajes familiares. Sin embargo, para esos familiares, es un lastre constante en un turbulento mar: deberes, proyectos de carpintería, bodas, mascotas y nietos.

Esa estabilidad solo será alterada durante sus días finales, cuando el cerebro cansado comience a entrar y a salir del estado de consciencia y el cuerpo luche para poder pasar más tiempo con su familia.

Al final, una de sus nietas no podrá asistir al funeral, pero a él no le hubiera importado. La habría agarrado por el hombro, le habría pellizcado la piel lisa, le habría sonreído con complicidad y le habría hecho una broma antes de despedirse con un beso.