
Como parte de la serie de retratos de estudiantes saharauis en Sevilla que realizan los estudiantes en el curso Reportaje y Publicación en Revistas (Magazine Reporting and Writing), Eliza Radeka, Laura Campos y Caroline Hitchcock, realizan cada una su perfil de Hattab Abdelhay.
Desde té hasta armas
Por Eliza Radeka – University of Colorado at Boulder
Hattab Abdelhay, joven Saharaui de 20 años, describe las diferencias entre la vida que dejó en los campamentos refugiados del Sáhara y su vida nueva en España, mientras busca una solución que quizás nunca venga, la de resolver el conflicto Saharaui-Marroquí.
“Cuando pienso en mi hogar, pienso en que estoy en mi jaima, allí con una tabla de té y haciéndole té a mis familiares; eso es tranquilidad,” dice Hattab.
Esta tranquilidad viene de unas jaimas idénticas, todas más o menos iguales, con sus colores oscuros, grises y negros, y los patios pequeños. Viene desde la cercanía de la familia y desde la rutina diaria que consistía en levantarse por la mañana, comer lo que habían preparado la madre, Lala, y la abuela lo más rápido posible y salir para la escuela, donde estudiaba sobre todo el Córan y la religión.
Hoy en día, esa tranquilidad ha sido reemplazado por la seguridad de una nueva rutina como estudiante Saharaui en Sevilla. Aprovecha las mañanas como puede; estudia, visita a algún familiar, descansa. Por las tardes, asiste a clases de tecnología relacionada con el ámbito de la salud, que abarcan desde la gestión informática de todo un hospital a la historia clínica de los pacientes.
Se trata de un interés bien presente en la familia de Hattab. Su padre, Mohamed, ha trabajado en la misma carrera y su hermano pequeño, Salem, está estudiando en un laboratorio médico.
Por las noches, como hacen sus compañeros españoles, charla con los miembros de la residencia en la que vive y, ocasionalmente, fuma un cigarrillo.
Sin embargo, hay algo que lo separa de los demás, la sensación de que no está en su hogar, en su país natal, en el mundo donde la tranquilidad es tan sencilla como una tabla de té y la familia.
Hattab salió del Sáhara cuando solo tenía cinco años, así que tiene dificultades para recordar todos los detalles de la vida en aquella época.
Hay algunas cosas que le ayudan a recordar, como el anillo rojo y plateado que lleva en la mano y que le dio un amigo del Sáhara.
También conserva en la memoria los cuentos que le contaron sus familiares sobre brujas y vampiros, historias escalofriantes que debían darle miedo a un chico de cinco años, pero que él siempre podía olvidar para dormirse.
Los recuerdos de su infancia en el Sáhara se paran ahí. “Tengo muy pocos recuerdos de allí. Cuando no recuerdo algo le pregunto a mi madre,” dice. De hecho, es casi un milagro que Hattab pueda preguntar esto porque salir del Sáhara con toda la familia, como ellos pudieron hacer, es muy raro. La mayoría de los inmigrantes saharauis que viven en España fueron adoptados por familias españolas y tuvieron que dejar a sus familias biológicas en los campamentos de refugiados de Tinduf, al sur de Argelia. “Yo tengo mucha suerte,” dice Hattab.
Sin embargo, su familia no ha estado siempre junta. En los años noventa, el padre de Hattab salió del Sáhara para trabajar en España y, cuando su madre le dijo que se mudarían a España con cinco años, no había visto a su padre en uno o dos años.
En el año 2000, después de pasar dos meses en Mauritania para arreglar los papeles, Hattab, su madre y su hermano pequeño viajaron a España donde estaban esperando su padre y hermana mayor, Galia. Su hermano mayor, Levid, no llegaría hasta 2006.
Hattab describe la experiencia como un viaje a otro mundo, especialmente porque lo primero que vio de España fueron las islas canarias, que le parecieron un paraíso. Fue un viaje larguísimo, con mucho cansancio, en el que su madre tuvo que tener cuidado porque viajaba con dos niños de cinco y cuatro años.
“Yo sólo iba con la idea de ver a mi padre. Cuando llegué al aeropuerto de Sevilla, estaba él. Recuerdo la imagen de mi padre, con toda la familia rodeándole.”
Hoy, la familia vuelve a estar separada. Levid se casó en el Sáhara el verano pasado y todavía está allí con su esposa. Después de pasar dos semanas en Smara, su campamento natal, para la boda, Hattab está seguro de que quiere volver, un deseo que comparten todos los saharauis en opinión de él.
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Viajero de nacimiento
Por Laura Campos – Universidad de Sevilla
Desde hace 41 años, el conflicto del Sáhara Occidental es un problema latente y silenciado. Por eso, a Hattab Abdelhay, un joven saharaui que vive en España, no le importaría ir a las armas para ver su Sáhara libre.
Todo está invadido por un paisaje de jaimas grises y negras, y de casas construidas con ladrillos de barro. Una reja rodea cada vivienda formando un patio donde los niños juegan. Alejadas del barrio, protegidas por unas vallas, están las cabras, que saludan con sus berridos a cada saharaui que pasa por allí. Este lugar en medio del desierto es el campamento de refugiados saharauis de Smara, en la provincia argelina de Tinduf. Aquí nació Hatab. Éste es su hogar, ésta es su jaima.
Hattab Abdelhay, saharaui de 22 años, es alto y delgado, luce una gran sonrisa que se deja ver entre la barba y el bigote y unos ojos oscuros llenos de expresividad. Hoy lleva chaleco de rayas azules y grises, conjuntado con unos vaqueros y botas de estilo militar. Vive en Rociana del Condado (Huelva) con sus padres, pero la mayor parte del tiempo está en Sevilla, donde estudia Ingeniería de la Salud. A diferencia de sus compañeros saharauis, él ha podido venir a España con su familia biológica. «Dicen que soy un afortunado».
El primero que viajó a España, fue su padre, Mohamed, en los 90, ejerciendo como técnico superior de laboratorio. En el 2000, Hattab, su madre Lala, y su hermano pequeño, Salem, pusieron también rumbo a España. «Mi madre me decía que iba a ver a mi padre. No era consciente de que venía aquí», explica Hattab con pose relajada, mientras las manos acompañan sus palabras. Salieron en camión desde el campamento de Smara hasta llegar a Mauritania, donde tomaron un avión rumbo a la isla de Tenerife, y de allí a Sevilla. «El viaje me pareció tan impresionante que cada vez que pasábamos por algún sitio, le preguntaba a mi madre: ¿esto qué es?», cuenta Hattab entre risas, al recordar el niño curioso que era y aún es. Sus ojos se posan en las entrevistadoras a la espera de más preguntas.
Cuando llegaron a Sevilla, se reencontraron con su padre y con su hermana mayor, Galia, que vivía en acogida con una de las familias participantes en el proyecto para niños de los campamentos Vacaciones en Paz. Por último, su hermano mayor, Levid, se unió a ellos en 2006. La familia ya estaba al completo.
Hattab es viajero de nacimiento. Ya conoce toda Andalucía y al terminar la carrera desea volar por todos los países del mundo, encabezando su lista EE.UU. y el norte de Europa. Mochila al hombro y mapa en mano, quiere descubrir todas las oportunidades y experiencias que le brinda el mundo. A pesar de eso, siente nostalgia. «Cada vez que pienso en el hogar, recuerdo mi jaima, en mi Sáhara, con una tabla de té junto a toda mi familia», dice mirándose un anillo de metal con círculos rojos que lleva la mano izquierda. Un regalo traído por un amigo de su tierra nativa.
Aunque vino a Sevilla a una temprana edad, Hattab tuvo tiempo de asistir a una escuela en el campamento de Smara con escasos recursos. «La educación es muy importante para los saharauis. En nuestra cultura, el profesor es como un padre. Se le debe respeto y admiración». Aparte de aprender las asignaturas básicas, también estudian El Corán ya que los saharauis son muy creyentes y se aferran a él en todo momento. «Mi concepto de Dios es diferente», comenta Hattab. «Dios es cualquier cosa porque es algo que se desconoce, puede ser el sol, la luna… El universo es demasiado perfecto para haber nacido de una bomba».
Este joven saharaui no ha conocido la guerra. Vino muy pronto a España. Tanto su padre como sus hermanos se han dedicado a los estudios. Nadie de su familia se ha alistado en el ejército, excepto su abuelo materno, de quien Hattab heredó tanto el nombre como el espíritu guerrero. «Si la única solución para la independencia del Sáhara fueran las armas, yo iría a las armas», admite con voz firme. «Aunque es con la educación como sale hacia delante un país», concluye.
El conflicto del Sáhara lleva 40 años sin solución. Fue una pieza más en la Guerra Fría entre EE. UU y la Unión Soviética. Tuvo su origen con la expansión imperialista del rey de Marruecos, Hassan II, que reclamaba el Sáhara como parte del “Gran Marruecos”. En 1975, el rey, instó a su pueblo a un movimiento “pacifista”, sin armas, conocido como la Marcha Verde, que llevó a 300.000 marroquíes a recorrer 4.000 km para “recuperar” el Sáhara. Al mismo tiempo, el ejército marroquí se movilizaba. Mientras, España, negociaba la independencia de esta colonia saharaui, pero debido a la Marcha Verde, este proceso se interrumpió y España abandonó este país. Así, el ejército marroquí invadió el Sáhara entrando en lucha con el Polisario que defendía sus tierras. En 1991, Naciones Unidas acordó celebrar un referéndum con un alto al fuego y que los saharauis decidieran su futuro. Pero debido a las discrepancias de ambas partes no se produjo, ni se ha producido dicho referéndum. Aún el Sáhara no es libre.
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Hattab
Por Carolina Hitchcock – University of Indiana-Bloomington
«Estoy en mi jaima, con una tabla de té y haciéndole té a mis familiares—” Con una amplia sonrisa en el rostro, Hattab se inclina hacia atrás en su silla, describiendo el lugar que él llama su verdadero «hogar». Hattab Abdelhay no ha vivido en su jaima en el campo de refugiados saharaui de Smara, en la provincia argelina Tinduf, desde que su familia se fue de allí cuando él tenía 5 años.
«Todas las jaimas eran de colores oscuros, gris o negro. Cada familia tenía una, todo más o menos estaba igual.»
Hattab tiene hoy 20 años y estudia Ingeniería de la Salud en la Universidad de Sevilla. Vive en Rociana del Condado (Huelva) durante el fin de semana, junto a la mayoría de su familia, que está formada por sus padres, Mohamed y Lala, hermano mayor Levid, hermano menor Salem y hermana mayor Galia. Hattab es afortunado, “Yo tuve la suerte de venirme a España con mi familia. Muchos de mis amigos llevan años sin ver a las suyas”, dice Hattab.
Habla con las manos, en una de las cuales luce un anillo de plata con acentos rojos en el dedo anular (¿),regalo de un amigo saharaui. Hattab recuerda la primera vez que llegó a España. Su padre había venido a trabajar aquí unos años antes de que llegara el resto de su familia. “Yo solo iba con esa idea, la de ver mi padre”, recuerda. Cuando llegué al aeropuerto de Sevilla recuerdo la imagen de mi padre, con toda esa familia alrededor. Desde ese momento estoy yo aquí »
Hattab lleva chaqueta azul, un color calmado que puede simbolizar la tranquilidad que ha mantenido a lo largo de su vida, incluso en la situación de riesgo de pasar de los campamentos de refugiados del desierto del Sáhara a España. “Teníamos que tener cuidado, pero yo estaba tranquilo. Mi madre siempre me decía que estuviera muy tranquilo. »
Aunque Hattab dice que su «hogar» está en su jaima, bebiendo té con su familia, él anhela un futuro aún más lejos de donde está ahora. Quiere viajar a otros lugares de Europa o de los Estados Unidos y eventualmente tener el poder y los recursos para ayudar a los saharauis. “Me gustaría contribuir a la causa del mi pueblo. Espero que en el futuro el Sahara sea independiente, sería mucho mejor”.
A pesar de que sigue habiendo mucho trabajo por hacer en el Sahara, Hattab dice que la vida de los saharauis ha mejorado dramáticamente desde que su familia se fue de allí hace15 años, con grandes avances en el acceso al agua y la electricidad.
Aunque era muy joven cuando se marchó, Hattab recuerda que la vida en Tinduf era más simple y que había una omnipresencia de la fe musulmana en toda su comunidad. “Tiene una presencia en todas las partes de la vida y nos ayuda en todos los momentos, en todas las necesidades”.
Hattab dice que mientras que él fue criado con el Corán y que la fe está profundamente arraigada en todos los aspectos de su cultura, sus puntos de vista sobre Dios se han transformado a medida que ha crecido. «Hoy no sé si Dios puede ser el sol, no sé si puede ser el universo entero—puede ser cualquier cosa.”
A pesar de la desolada situación en la que abandonó el campamento de Smara en Tinduf, debido a las inundaciones que lo destruyeron en octubre de 2015, Hattab describe su última visita allí llena de “mucha familia, amigos, risa, fiestas”.
Hattab tiene esperanzas y dudas para el futuro del Sahara y su lucha contra Marruecos. Explica que muchos jóvenes están en peligro en el ejército. Cree que la educación de los jóvenes es el futuro del país y sostiene que esto es cierto en su propia vida, a medida que continúa con su educación. Cree que la mejor manera de poner fin a los “40 años aguantando injusticias, torturas y acuerdos que no llegan a nada” sería un diálogo entre los dirigentes marroquíes y saharauis. Sin embargo, también dice que los saharauis necesitan usar cualquier medio necesario para proteger a su gente, incluyendo las armas.
Sea cual sea el método para alcanzar la paz, Hattab tiene esperanza. “Tiene fe en un país libre.”