Don Juan y sus raíces

Juan junto a sus palos de mangos y marañón

La autora nos muestra a su padre Juan, siempre conectado a la tierra a pesar de que las circunstancias lo alejaran de ella.

Juan muestra una expresión de alivio al ver que sus palos de mangos y marañón todavía están dando frutos, 20 años después de haberlos plantado. Con su machete y su matate en la mano, éste salvadoreño de 75 años camina por su solar al mediodía, vestido con una camisa de flannel que guardar su piel morena del sol ardiente. Aún con ojos de cansancio y con presión arterial alta, afronta el calor tropical para seguir cultivando unos campos que lo vieron crecer. Acompañado por su hija, comparte con ella palabras sabias, “…En la vida se pasan momentos de sufrimiento y de rechazo. Aunque mi papá nunca me enseñó lo que es un cuaderno o la escuela, él y estos campos me enseñaron a tener paciencia y persistencia”.

En Chirilagua se reencuentra con unas humildes raíces que él dejó en búsqueda del “sueño americano”. Don Juan o Juanito, según el apodo que su familia le dio, es conocido por todo el pueblo como el señor generoso que comparte su solar con mozos durante el tiempo de cosecha, cuando él no está para hacerlo por sí mismo. Campos que antes pertenecían a su papá, ahora le pertenecen a él.

Juan se agacha bajo un palo, y con ternura acerca un marañón a su nariz para saber si la fruta ya está madura. Sus plantas son su salvación, lo que lo llena de emoción y esperanza. Desde que es ciudadano americano, hace el esfuerzo de regresar a sus tierras cada año. Él nunca abandonará sus raíces por mucho tiempo. A veces regresa solo, y a veces con sus hijos. Pero a medida que envejece, sus palos de mangos y marañón estarán tal como él los dejó. Y para Juan esa es una recompensa de la vida.