
Como parte de la serie de retratos de estudiantes saharauis en Sevilla que realizan los estudiantes en el curso Reportaje y Publicación en Revistas (Magazine Reporting and Writing), Anabel Alfaro y Vanessa Rodríguez, realizan cada una su perfil del vital y comprometido Allach Salami Muhamad.
Un puñado de arena
por Anabel Alfaro – Universidad de Sevilla
“Se dice que los ancianos de mi país son capaces de reconocer de qué región es un puñado de arena.”
Imagínate en medio del desierto. Cierras los ojos para que no te los seque el sol. Un calor abrasador te persigue allá donde vayas. La arena es tu hogar. Apenas hay comida. Tienes siete años, el pelo duro, rizado, oscuro y los ojos penetrantes. Te llamas Allach. A tu lado, como cada tarde, un viejo te habla del paraíso “un lugar donde el sol no te abrasa como allí, donde el siroco no te quema la piel, donde puedes encontrar agua en cualquier sitio.” Un lugar que no entiendes por qué un día os fue arrebatado. Es el Sáhara Occidental.
Miles de saharauis se concentran hoy en los campos de refugiados de El Aaiún, Awserd, Smara, Dajla y Tinduf a la espera de un referéndum que nunca llega. Así, las mujeres, los niños y los hombres malviven mientras mantienen una resistencia pacífica que parece no dará resultado nunca. Allach Salami Muhamud, 23 años, piel morena y ojos oscuros, fue uno de ellos. Su salida de los campos fue posible gracias al proyecto de acogida de niños saharauis en verano Vacaciones en Paz. “Recuerdo el momento como si fuese ayer, cuando mi madre y el resto de madres ven a sus hijos montándose en un camión para irse dos meses fuera. Sin saber dónde van, qué les pasará… Recuerdo la cara de mi madre y del resto de madres intentando no llorar, para que los niños sientan la valentía de atreverse a ir… muy doloroso. No poder darle nada a tu hijo y que tengas que dejarle ir con otra familia para que, por ejemplo, tenga atención médica.”
Allach, llegó a España a los siete años. “Me impactó muchísimo llegar aquí. Es como algo que no habías visto ni en películas. Por ejemplo, ver la televisión a color, la electricidad… Recuerdo que veníamos muchísimos niños en el vuelo y que nos sorprendía todo. Llegaba un niño, iba al baño del avión y todos exclamaban: ¡hay un baño en el avión! Y de repente todos hacían cola… no iban a mear ni nada, iban a verlo.”
El pequeño Allach tenía un destino, Almansa. Allí, su madre española Carmen lo recibiría con los brazos abiertos, ofreciéndole una vida de posibilidades alcanzables para cualquier español e imposible de imaginar siquiera para un niño del desierto. “Le deseo a todo el mundo que pueda conocer a mi madre española. Es quién me ha dado los valores, quién me ha ayudado… porque hay muchos paisanos míos a los que les cuesta adaptarse a la vida de aquí o a la gente.”
Cuando Allach tenía nueve años, su familia biológica pudo emigrar a España, donde se establecieron en la ciudad de León, venciendo cada día un mar de dificultades que los atormentaba. “Mi padre se hartaba de trabajar para mantenernos. Éramos tres niños, mi madre, mi hermano y luego vinieron mis hermanas. Llegó un momento en que iban a dejarlo todo e iban a volver a los campamentos. Íbamos los martes y los jueves a Cáritas, a por arroz, huevos…” Ante estas dificultades, la madre biológica de Allach le pidió que volviese con su madre de acogida, Carmen, ya que sólo así tendría una oportunidad: “En ese momento en que dejas de estar con tu familia, dejas de ser un niño, aunque tengas nueve años. Ya tienes una responsabilidad. Eres el único que está aquí para poder ayudar o ser alguien. No vienes aquí de parranda… no puedes permitirte errores. Te quedas con un compromiso”. Afortunadamente, una semana antes de tener que volver a los campamentos, el padre de Allach consiguió trabajo en León.
Allach habla de su vida en el desierto con paciencia y amabilidad, deseoso de volver si hiciera falta. “Si el Sahara fuese dependiente o necesitara de mi para su independencia, por supuesto. Sería lo primero. Mis padres han dado todo lo que tenían y más por la causa. La mayoría de jóvenes en los campos de refugiados lo que piden al gobierno es la vuelta a las armas. Ves que durante 16 años de guerra el Frente Polisario ha recuperado el 25% del territorio, y durante todos los años de paz los marroquíes siguen torturándonos, matándonos y violándonos… siento esa desesperación de mi padre que lo dejó todo por algo que no se soluciona. Y, sin embargo, ellos han sido firmes durante cuarenta años. Ellos fueron los perseguidos y los bombardeados y continúan con el sentimiento de resistencia pacífico y de concienciación. Ellos han sido capaces de montar un gobierno en mitad del desierto, donde alimentarte, cuidar de ti y darte valores ¿quién eres tú para, por el simple hecho de estar en España, cómodo porque no te falta de nada, olvidarte del tema? Moralmente es injusto”.
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El futuro, la fuente de la esperanza
por Vanessa Rodríguez – Mount Holyoke College
Un joven saharaui lleva con certeza y orgullo sus raíces.
Nacido en el campamento de refugiados saharaui de Dahla, y criado por dos familias, una la biológica, y la otra la de acogida en España, Allach Salami Muhamad, de veintitrés años, carga con la historia de abandono y engaño de su pueblo, que suele ser la más olvidada. Ahora, residente de España, es estudiante de Ingeniería de la Edificación en la Universidad de Sevilla. Allach, el adaptable, el admirador, el afortunado y el defensor del pueblo saharaui llego a España con la gran responsabilidad de continuar con la lucha de su patria.
A los siete años, se separó por primera vez de su familia biológica para irse a vivir dos meses con una familia española como participante en el programa Vacaciones en Paz, que, organizado por las Asociaciones Españolas de Amistad con el Pueblo Saharaui, proporciona a los niños de los campamentos un verano alejado del rigor del desierto. Allach recuerda el fuerte sentimiento cuando se tuvo que separar temporalmente de su familia en los campamentos. “Es desastroso. Las madres ven a sus hijos montándose a un camión para irse dos meses sin saber nada de ellos. Recuerdo las caras de las madres intentando no llorar frente a sus niños para que ellos sientan esa valentía de poderse ir… y todo para poder abrirle los ojos de una situación injusta”.
Afortunadamente, Allach fue alojado por una familia generosa y amable, que le abriría las puertas de su casa por segunda vez años después, cuando su familia biológica no tuvo los recursos suficientes para poderlo educar, y le ayudaron a continuar sus estudios en España. Este es uno de los pocos episodios de su niñez que Allach aún recuerda claramente. Con alegría, describe a la mujer que le ayudo en su transición a una nueva vida. “Carmen, mi mamá española, me trato como a su hijo, me ha educado y me lo ha dado todo sin pedir nada a cambio”.
Fue una decisión difícil no vivir con su familia biológica. Aunque ésta siguió teniendo un papel importante en su crecimiento dentro de España. “Eran clave los veranos con mi familia biológica porque te ponían los pies en el suelo. Mi familia me recordaba de donde venía y me ayudaban a no perder el conocimiento de mi origen”.
Allach no piensa olvidar su pasado. “¿Quien soy yo para, por el simple hecho de estar en España, olvidarme de los esfuerzos de mi comunidad? ¿Si no me muevo yo por los ancianos o las ancianas y su derecho a la libertad, quien se va mover?”
Aunque ahora vive en la tierra de los colonizadores, que le dieron la espalda a su pueblo, no culpa de ello ni a la tierra ni a la población, sino al gobierno. Allach es consciente que se le ha dado la oportunidad de mejorar su vida y reconoce que no tiene espacio para cometer errores. Es un joven maduro, serio y concentrado, que está listo para luchar por la libertad del Sahara Occidental. Con certeza, dice, “preguntarle a alguien si cree que el Sahara va ser libre, dudándolo, es como decirle que el suelo está en cielo y el cielo está en el suelo… Te preguntarías ‘¿el cielo está arriba o abajo?’…No, el cielo está arriba y el Sahara va ser libre”.