La oportunidad de unas vacaciones

Sabah and her sister Amma at the beach of Caños de Meca, Julio 2015

Cada año desde 1994, en los meses de junio a agosto, Vacaciones en Paz trae niños saharauis de entre 7 y 12 años a diversas ciudades españolas desde los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia). Los niños son recolocados en familias de acogida con los que tendrán nuevas experiencias, formaran vínculos especiales y escaparán del calor de las extremas temperaturas del verano del desierto. El verano pasado, el programa, apoyado tanto por financiación pública como privada, ha traído cerca de 4.570 niños y niñas a España, 1.230 de los cuales llegaron a Andalucía. Ésta es la historia de Sabah, una niña de 16 años, y su mamá española, Diana, que se conocieron hace nueve años gracias al programa.

“Yo sabía muy poco sobre lo ocurrido en el Sáhara Occidental en los campamentos de refugiados, por lo que en 2007, cuando llegó la Pascua y quisimos irnos de vacaciones, dijimos: “Vayamos al Sáhara”. Entonces, un amigo de mi esposo Jose, que había ido a los campamentos de refugiados, nos dijo: ‘Uy, no, no, no, no podéis ir allí tal cual; primero tenéis que acoger a un niño del Sáhara, y luego podéis ir”. Entonces le dije: ‘¿Qué? ¿Qué quieres decir con que tenemos que acoger a un niño?’. Así es como conocí el programa Vacaciones en Paz”, explica Diana Mina. “Nos embarcamos en una aventura sobre un tema prácticamente desconocido para nosotros. Pasaron marzo y abril, y en junio llegó ella. Esta pequeñita. Mi marido y yo ni siquiera habíamos pensado en ello, en tener un hijo. Lo que queríamos era ir al Sáhara de vacaciones”.

Vacaciones en Paz le dio a Galia Hassan Gali, de 39 años, y Ahmed Gali, de 45 años, al igual que a otros padres saharauis que viven en los campamentos, la oportunidad de enviar a su hija Sabah Ahmed Gali, de entonces siete años, a España a pasar el verano, no sólo para escapar de las temperaturas extremas –que pueden alcanzar los 58 grados en verano‒, sino también para disfrutar de la playa, del cine, de las calles pavimentadas y otras cosas aparentemente normales pero que escasean en los campamentos. En junio de 2007, Sabah llegó por primera vez a Sevilla e inmediatamente notó las diferencias entre la vida en los campamentos y la vida en España. “Aquí se come con tenedor y cuchillo, allí no. La ropa que se usa aquí, los ascensores, poder ducharse todos los días, cosas por el estilo. Me encanta Sevilla. Al principio, todo me llamaba la atención”. Sabah continua: “Aquí todo es muy diferente. Tan sólo con apretar un botón ya tienes luz, giras el grifo y tienes agua. Cuando iba a casa de mi abuela Mari, tan sólo quería abrir el grifo para ver el chorro de agua. Allí en mi casa, no podía; teníamos que ir a un pozo y llevar el agua a casa. Además, aquí hay suelo pavimentado por todas partes, a diferencia de allí, donde las casas están hechas de ladrillos de barro de la tierra que nos rodea”. Lo que más le sorprendió fue uno de los lujos que muchos dan por sentado: “Aquí tengo mi habitación, mi cama… cosas que no tengo que compartir con nadie”.

Venir a España no sólo supuso un cambio para Sabah sino también para Diana, quien tuvo sus momentos de duda y ansiedad. “Cuando llegó por primera vez a Sevilla, Sabah se quedó en casa de otra mujer porque yo estaba en Madrid por trabajo. Me enviaron su foto porque no teníamos ni idea de qué niño había llegado. Cuando fui a recogerla, estaba muy nerviosa. El primer día, cuando vi a aquella niña de siete años tan pequeña, me pareció preciosa. Nos estábamos conociendo las dos y ella debía estar pensando: ‘¿Quién es esta mujer?’. Y yo debía tener cara de: ‘¿Qué hace esta niña en mi casa?’”, recuerda Diana. “Era una extraña sensación de miedo. No podía evitar preguntarme: ‘¿Qué pensará de nosotros? ¿Estoy haciendo lo correcto?’ Yo no era madre, por lo que no tenía experiencia. No estaba segura de si ella podría adaptarse a nuestro entorno o a nuestra cultura”.

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Sabah y Diana en el campo de refugiados de El Aaiun, Febrero de 2009 / JOSÉ MANUEL MARTÍNEZ

Ni Sabah ni Diana sabían que no sólo tendrían más tiempo para conocerse mejor, sino que Sabah tendría la posibilidad de llenar su futuro de grandes oportunidades. “Pasamos un fantástico verano juntos. Gracias a esa experiencia, comencé a entender más acerca del conflicto en el Sáhara Occidental. Me fui involucrando más con Vacaciones en Paz y comencé a defender la causa saharaui. Mi marido y yo no buscábamos eso, pero eso fue lo que ocurrió. El verano siguiente, Sabah regresó y por casualidad me enteré de que existía la posibilidad de que se quedara aquí si quería estudiar. Tan sólo necesitábamos la aprobación de su familia biológica y yo debía poder cuidar de ella. Ella era una chica muy inteligente y pudimos darle esa oportunidad”.1

Desde que Sabah y Diana se conocieron hace nueve años, han conseguido establecer una relación indistinguible de cualquier otro vínculo familiar. Sabah ve al hijo de Diana –Samuel, de seis años– como a un hermano pequeño, al igual que él la ha conocido como su hermana mayor. Aunque Sabah no fue dada en adopción a su familia de acogida ‒Galia todavía tiene la patria potestad de Sabah‒, Diana le proporciona un hogar hasta que obtenga la documentación legal para quedarse en España. Por primera vez en siete años, el pasado verano, Sabah visitó a sus padres y a sus hermanos, Amma, Farrah y Sidahmed, en el campamento de El Aaiun. Durante este reencuentro, ella les habló sobre sus experiencias en España, sobre sus estudios en el instituto Albert Einstein y sus planes para el futuro. “Quiero terminar el colegio e ir a la universidad. Quiero ser parte de la policía local de Sevilla, preferiblemente trabajando en mi barrio de Pino Montano, y seguir apoyando la causa saharaui”.

Vacaciones en Paz busca luchar e informar a las personas acerca de la causa saharaui, igual que los niños que participan. Dado el importante papel de España en la historia del Sáhara Occidental, resulta sorprendente que muchos españoles no estén informados sobre la situación actual del pueblo saharaui. Las interacciones de Sabah con sus amigos del colegio han sido similares a las de otros estudiantes saharauis. “Tengo amigos que no saben nada de lo que pasó. Ancianos, jóvenes, personas con formación… Es como si todo el mundo se hubiese olvidado del Sáhara. Entonces, cuando llegas aquí, la gente te hace preguntas acerca de la situación que allí se vive y les explicas que éste es un tema actual, y poco a poco empiezan a entenderlo”.

Sabah and Amma at the refugee camp of El Aaiun, February 2009 / JOSE MANUEL MARTÍNEZ
Sabah y Amma en el campo de refugiados de El Aaiun, Febrero de 2009 / JOSE MANUEL MARTÍNEZ

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Tres de los que en su día fueran participantes del programa Vacaciones en Paz, ahora estudiantes de la Universidad de Sevilla, explican la historia del éxodo saharaui: Allach Salami Mahamud (23), Sidati Brahim Buhari (22) y Jalil Saila (23).

Allach – “El conflicto del Sáhara Occidental comienza con la invasión marroquí de 1975, pero el primer traidor fue el Gobierno español. Se justificó diciendo que el Frente Polisario había realizado muchos ataques contra España. Sin embargo, estos ataques se debieron a los rumores del año anterior que aseguraban que el futuro Rey Juan Carlos I iba a repartir el Sáhara entre Marruecos y Mauritania. Lo que es más, no iban a repartirlo; iban a venderlo. Así, empezamos a luchar por nuestra independencia. El Frente Polisario comenzó entonces como un movimiento no-armado y organizaron manifestaciones y protestas, pero el ejército español respondió encarcelando a cada líder. El caso más notorio fue el de Basiri, quien escribió El Sáhara para los saharauis. Nadie sabe lo que le ocurrió”.

Sidati – “Puesto que de forma pacífica no se conseguía nada, se comenzó a atacar los centros principales de la Guardia Civil española. Luego vino la Marcha Verde, que fue una estrategia del rey Hasán II apoyada por la CIA. Crearon una invasión militar que, a la vista del resto del mundo, tenía el aspecto de ocupación pacífica. Hasán II mandó a las tropas del ejército marroquí a que masacraran a los saharauis, que no tenían armas, porque su ejército y su policía eran los españoles, y ya no estaban allí. Los saharauis que pudieron huir lo hicieron hacia el desierto, ni siquiera sabían que se dirigían a territorio argelino, no sabían hacia dónde iban, tan sólo huían de la muerte. Los marroquíes no sólo bombardeaban a los saharauis, sino también a los franceses”.

Allach -“Poco a poco, la población de refugiados se hizo más fuerte y nos acogieron en Argelia, cuyo Gobierno proporcionó armamento al Frente Polisario. También Libia nos ayudó. La guerra duró 16 años y en 1991 se firmó un acuerdo de paz auspiciado por la ONU. En ese momento, tres cuartas partes del Sáhara Occidental estaban ocupadas por Marruecos y una cuarta parte por el Frente Polisario. Hoy, hay cerca de 400.000 saharauis repartidos por todo el mundo, pero en los territorios ocupados del Sáhara hay casi 10 veces más marroquíes que saharauis. En lo que solía ser el Sáhara Occidental, en las ciudades de la antigua colonia española, tan sólo hay pequeños barrios (guetos) de saharauis, rodeados de barrios marroquíes y vigilados por la policía”.

Jalil – “Cuando se alcanzó el acuerdo de paz, Marruecos estaba perdiendo la guerra puesto que, aunque los saharauis estaban peor armados, conocían mejor el desierto. De hecho, durante la guerra, el Frente Polisario tuvo 2.000 bajas y el ejército marroquí, 4.000. Mauritania se retiró pronto, en 1979, porque los saharauis llegaron incluso a atacar su capital. Cuando firmamos la paz, lo único real que se consiguió fue que Marruecos construyera el muro de 2.700 kilómetros que nos separa de nuestra gente”.

Allach – “De los marroquíes nos separa la lengua: ellos hablan darija y nosotros hassanía. Si habláramos el mismo idioma, seríamos indistinguibles, como hermanos y hermanas”.