
Nacido en Nigeria, El Pastor Omojola Morenikeji es el líder espiritual de la comunidad en Sevilla de la Redeemed Christian Church of God. Sus aproximadamente 130 miembros, la mayoría migrantes africanos, se apoyan y alientan entre sí, unidos en sus celebraciones por una fe y unos lazos culturales comunes.
EL TAXISTA MIRA AL FRENTE esforzándose para ver el diminuto dispositivo de GPS que se tambalea peligrosamente en el salpicadero. Su pequeña pantalla oscura está mugrienta por la falta de uso. Alternando entre suspiros exasperados y exclamaciones curiosas, se maravilla con esta dirección a la que nunca ha conducido. “¿Está segura?” pregunta, sin esperar respuesta. “Calle Herramientas, número 82”, murmura medio retóricamente. El taxi va a paso de tortuga, pasando filas de almacenes de metal dispuestos de manera uniforme al ardiente resplandor del sol del mediodía. Sus paneles de aluminio crean un efecto caleidoscopio de luz a su alrededor. “Allí”, dice pisando fuerte el freno y gesticulando hacia lo que parece un almacén en una de las zonas más industriales de Sevilla. La única característica distintiva entre el número 82 y la unidad contigua es una pequeña puerta que descansa sobre un bloque de cemento que evita que se cierre. Una niña de unos cuatro años, con piel de color café y el pelo ornamentado de forma desordenada y pintoresca con un halo de lazos y pasadores coloridos, mira desde la puerta tímidamente. Después de diez segundos mirando fijamente, se retira bruscamente de nuevo al tentador fresquito de la oscuridad del almacén, canturreando alegremente. El taxista tiende una mano ahuecada para coger el dinero. Una serie de fuertes aplausos seguidos de un rotundo “Aleluya” emanan al otro lado de la puerta. Estamos en la Redeemed Christian Church of God, en Sevilla.
El interior del almacén tiene un marcado contraste con el espartano exterior: es rico en decoración y rezuma espiritualidad. Una alfombra verde se extiende sobre el suelo bajo las filas ordenadas de sillas plegables blancas de plástico. Un escenario, vestido con una tapicería granate y cortinas de un alegre verde lima, azul y rosa domina el pequeño espacio. Hay un podio de plexiglás con el emblema de la iglesia al frente en el centro. La estancia está llena de gente; los niños se esquivan y se tropiezan unos con otros jugando al pilla-pilla, los hombres llevan trajes formales y las mujeres lucen sombreros y bufandas modestos. Es domingo, y muchos miembros de la congregación de 130 personas han llegado temprano para ver al invitado estelar, el Pastor Yomi Obadimeji, un líder de la iglesia mundialmente conocido del Reino Unido. “Si haces el bien, te lo haces a ti mismo”, dice el predicador estelar, gesticulando animadamente con las manos. Aunque este monólogo sólo es el precursor de la sesión de culto de tres horas que tienen por delante, el sudor reluce ya en su frente. “Si haces el mal, te lo haces a ti mismo… ¡Alabado sea el Señor!”, dice. Su aseveración se demuestra apoyada con la afirmación entusiasmada de un “amén” colectivo y las cabezas asintiendo con fervor. La audiencia repite la frase a su invitado y después a la persona de al lado, sonriendo.
Como la inmensa mayoría de miembros de la Redeemed Christian Church of God (RCCG), la congregación es casi completamente africana; una mezcla de nigerianos, liberianos y cameruneses. Una sola joven caucásica charla entre un grupo de mujeres cerca del escenario. En este almacén se reúne sólo una pequeña fracción de los aproximadamente cinco millones de adeptos de la confesión, que se extiende por 147 países.

“La mayoría de las personas de aquí son inmigrantes”, explica Irene Odeyemi, 32, una de las siete mujeres en total, y cuatro en Sevilla, que son pastores en la rama de la iglesia de Sevilla. “Para nosotros, la iglesia significa mucho”, continua con un tono casi confidencial, una mirada atenta, revoleteando rápidamente entre los niños que juegan alrededor de sus piernas e interviniendo hábilmente con las manos para evitar que se den cabezazos. “Es una iglesia de alianza, fundada en Cristo y en Dios”. Odeyemi llegó a Europa en 2005 y a España un año después buscando más oportunidades, y nunca se marchó. Arrancada por necesidad de su lugar de nacimiento en Nigeria, Odeyemi, como los miembros de la congregación a la que guía, ha trasplantado sus raíces a la comunidad española. Con la guía del Pastor Morenikeji Olemuyiwa Omojola y su esposa, Opeyemi Omojola, ha empezado una vida nueva. “Yo venía aquí en busca de un futuro mejor y para llegar a fin del mes”, dice Odeyemi. “No hay trabajo, aunque seas graduado en Nigeria, y no se trata a todos por igual”.
Mirando al almacén, el único rastro de esta dificultad financiera es el humilde espacio usado para el culto. No hay imágenes extravagantes de Cristo, decoración de pan de oro, incienso quemándose, ni himnarios encuadernados en cuero. Hay una pila de boletines de papel en una mesa auxiliar, con un resumen de los puntos esenciales para el servicio del día y una lista de números de teléfono de miembros de la congregación ofreciendo servicios profesionales, desde cosméticos a reparación de ordenadores. La conversación entre la reportera y Odeyemi es interrumpida por un acomodador que les da una biblia y les urge a tomar asiento en la fila de sillas. “Bienvenida, hermana”, dice una mujer alta con una impresionante pañoleta amarilla y azul en la cabeza. La niña pequeña reaparece, mirando desde detrás de la pierna de su padre. Un hombre, de baja estatura, expresión abierta y expresiva y arrugas pronunciadas alrededor de los ojos y los labios—presuntamente de sonreír mucho—, avanza hacia adelante con ambas manos extendidas. “Pastor Keji”, dice con tono de urgencia en un inglés lleno de vocales largas. Se tira distraídamente de su corbatín rojo, colocándoselo. “Siéntese, por favor”, dice amablemente con voz suave. “El servicio está a punto de comenzar”.
La congregación es un frenesí de color y actividad, de trajes formales de negocios, aleluyas altísimos y ferviente oración. La banda de alabanza se congrega rápidamente al lado del escenario, pasando con cuidado alrededor de las urnas de flores de plástico rosas y amarillas. Para el resto del servicio, su kit de seis micrófonos y una única batería destaca entre el ritmo regular de un grupo mucho más grande en tamaño. Keji, con un traje gris oscuro de raya diplomática, se arrodilla al lado de su esposa —embarazada de muchos meses— a la derecha del escenario, rezando. Las filas de sillas reservadas para los varios “caminantes”, ministros y pastores de la iglesia son una escena de oración personal en medio de una vorágine de gritos. Muchos miembros agarran sus móviles y tabletas, siguiendo los pasajes de la Biblia online.
El pastor británico invitado suscita risas en su audiencia, dando su sermón como un acto de comedia, con una buena dosis del deseo genuino de ser mejor moralmente, amar al prójimo más. “Algún día… quizás esta iglesia, este almacén, podría ser una instalación moderna más cerca del centro de la ciudad”, afirma. Sus palabras se acercan mucho a la política de la RCCG, una denominación ambiciosa fundada en 1958 en Lagos, Nigeria. Desde entonces, la RCCG se ha extendido rápidamente de África al resto del mundo, y han surgido rápidamente nuevas iglesias e instalaciones, la más reciente de las cuales es un complejo de 283 hectáreas en el sur de Tejas. Un hombre camina de fila en fila, ofreciendo una pequeña bolsa a cada miembro para recoger el diezmo. Éste es el tipo de caridad de la que depende la iglesia.
El canto se intensifica en una cacofonía metálica mientras la congregación entra en el punto más profundo de oración, moviéndose frenéticamente con el latido irregular de la oración inspirada por el Espíritu Santo. Keji sube al escenario y, de repente, los fieles asienten en reconocimiento según el pastor invitado va convirtiendo las discretas afirmaciones de su discurso en una apasionada prédica. El antes manso y de voz suave Keji es ahora una persona completamente diferente, que se transforma con pasión según predica. Frunce el ceño por el esfuerzo de la oración y la proclamación de las enseñanzas de Dios, el volumen de su discurso va subiendo con cada frase y decreciendo con cada “Alabado sea el Señor”.
Keji, 38, quien supervisa los centros de la RCCG de Huelva y Jerez, no es ajeno a la idea de reunir a la gente con el poder de las palabras para incitar la acción comunitaria. Como miembro de la RCCG desde 2002, ha experimentado personalmente la transformación de un ciudadano “normal” en lo que él denomina un “renacido”. Su familia vivía en Ocampos, Nigeria, donde asistía a la escuela politécnica para obtener un diploma en contabilidad y finanzas. “Nunca había sabido que Dios tenía un plan para mí”, dijo. “Era 31 de diciembre de 2001 cuando decidí ir a la iglesia RCCG en Ocampos. Allí, respondí a la llamada”, Keji entrelaza los dedos de las manos y, con una media sonrisa que le hace temblar la boca marcando una curva, se refiere a la “llamada al altar”, una parte crucial del servicio en la que la gente es llamada a recibir Jesucristo. Para Keji, futuro padre de una niña, cada día es una bendición de Dios. Lo dice continuamente, entretejiendo verdades teológicas con conversación normal. “Ahora soy una vasija en las manos de Dios”, dice. “Me trae muchísima alegría porque, por la gracia de Dios, como pastor, estás guiando a la gente al cielo, y al servicio”. Al principio, Keji viajó de Nigeria a Holanda en 2002 y después a España pasando por Francia, “en busca de pastos más verdes”.
Como el propio Keji, muchos miembros de su congregación pertenecen a la tribu Yoruba de Nigeria, y hablan yoruba, inglés y español. Keji explica cómo su iglesia se esfuerza en ayudar a nuevos inmigrantes y nuevas familias que llegan a Sevilla. Frecuentemente, se les apoya con una pequeña cantidad de dinero de la iglesia y se cubren sus necesidades básicas como la ropa. Cuando están establecidos, ellos, junto con el resto de la iglesia, participan en la programación semanal de la iglesia, desde el estudio de la Biblia los martes a las clínicas de fe los jueves y los servicios de oración los viernes de cada mes. Los requerimientos del trabajo de dirigir la comunidad pueden ser delicados, dice. “Es un desafío reunir a gente de tan diferentes niveles… ayudarles a reunirse desde dos lados. Tengo que tender un puente por medio del liderazgo cuando tienen un conflicto”. Keji es interrumpido a mitad de frase cuando un miembro de la congregación llama a la puerta. Quiere ayuda para decidir dónde asignar los fondos semanales de la iglesia. Después de enumerar varias cantidades en euros y mencionar a varios miembros específicos de la congregación, llamándoles “hermano” y “hermana”, Keji sonríe disculpándose por la interrupción. “Todo es cuestión de responsabilidad”, continúa, concentrándose de nuevo con expresión seria.
El dulce y húmedo olor de la lluvia mezclado con perfume llena el espacio de la reunión. Odeyemi habla con algunos de los niños y después les manda a jugar. Las filas de sillas ya se han retirado. Las mujeres se abrazan en la puerta y un hombre coge a la niña en brazos, sonriendo. Aquí, parece que todos los niños son de todos. La voz de Odeyemi, suave por encima del escándalo de los ruidosos niños, entona, “Me encanta ser de esta organización, ¿sabes? Puedo ayudar a cambiar las vidas de esta gente. Con Dios”. •