Atrapado en la línea de fuego

Adnan Amon asked us not to be photographed. These are his hands during the interview / JENNA ROHDE

“Si vuelvo, el Gobierno me hará prestar servicio en el ejército. No quiero luchar; no quiero ser parte de esta guerra. Estoy esperando el día en que pueda volver a mi familia, a mi casa… a Siria”. – Adnan Amon

Los nombres de los protagonistas de este reportaje han sido modificados para proteger su identidad.

“Yo estaba con ella. Todos los días, Yana y yo caminábamos hasta la calle principal para coger el autobús, yo a la universidad y ella al instituto. Se suponía que debía llegar a clase aquella mañana, pero no lo hizo. Se había detenido en una tienda de perfumes por el camino. Había una bomba en el coche que estaba en la puerta de la tienda, y todos—todas las personas que había dentro— se quemaron. La identificaron sólo por las uñas”, relata Adnan Amon, suspirando profundamente, sobre el último momento que tuvo con su prima.

“Eso es lo que me mata. Hay tantas personas inocentes que mueren en la calle así, víctimas de un proyectil o una bomba… Un momento alguien camina en la calle y, al siguiente, no lo vuelves a ver nunca más”, dice Adnan, con las palmas de las manos extendidas, como si esperara una explicación a la pesadilla de su realidad.

Cinco años después, Adnan  es refugiado declarado en Sevilla, a más de 5.000 kilómetros de distancia de su familia, amigos y vecinos de Daraa, Siria, un pequeño pueblo al sur de Damasco.

“En 2010, las cosas parecían ir muy bien en Siria. La economía iba genial y teníamos buenas relaciones con nuestros vecinos y con Europa”, describe Adnan. “Pero había gente en el campo muy descontenta con el Gobierno”.

Con un trabajo estable como arquitecto freelance y un buen sueldo, Adnan era ajeno a las tragedias que pronto se desarrollarían en Siria, incluyendo la muerte violenta de más de 140.000 personas.

Desde 1971, la familia al-Assad ha gobernado la República Árabe Siria, actualmente bajo el gobierno del Presidente Bashar al-Assad. En 2010, una ola de levantamientos prodemocráticos conocida como Primavera Árabe se extendió por Oriente Medio y África del Norte y, por el camino, catalizó una serie de protestas por el cambio político y económico en Siria. “Yo participé una vez cuando estudiaba en la universidad. Llevábamos juntas las dos banderas, la bandera siria y la bandera de tres estrellas de la liberación”, relata Adnan. “Para mí, somos todos sirios. Quería mostrar que todos tenemos derecho a expresar nuestras preocupaciones, pero que debemos hacerlo con amor”.

En marzo de 2011, las pacíficas protestas se pusieron feas. Un grupo de 15 niños fue arrestado después de pintar grafitis anti-Gobierno en la pared de una escuela en Daraa. Mientras estaban en la cárcel, los niños sufrieron un maltrato extremo, algunos hasta el punto de la muerte. Los oficiales responsables no recibieron ningún castigo. Después de hacer la vista gorda a los problemas de su pueblo, una mezcla de ex-oficiales militares y ciudadanos se unieron para formar el Ejército Libre Sirio (ELS) con la intención de derrocar al Presidente al-Assad y establecer un nuevo Gobierno.

Aquí radica el problema, según Adnan.

Miembros del ELS se enfrentan a fuerzas leales al Presidente Bashar al-Assad en Deir al-Zor, mayo de 2013, May 2013 / NAMPA (AFP)

“No se puede simplemente eliminar una forma de gobierno e instaurar una nueva. Es como un mosaico”, explica Adnan, señalando los azulejos árabes decorativos de la pared. “Hay que desmontarlo pieza por pieza hasta que sea una obra completamente nueva. O como un bebé, por ejemplo: no se le puede quitar un muñeco a un bebé sin hacerle llorar; no puede llegar alguien más fuerte y quitarle el poder al Gobierno y esperar que todo vaya bien”.

En noviembre de 2012, Adnan y su familia tuvieron un peligroso encuentro con el ELS. El hermano menor de Adnan, Anas, y unos amigos fueron secuestrados mientras iban por la ciudad a comprar pan. “Los retuvieron en un cuarto de baño así”, dice Adnan, colocando las manos como si las tuviera atadas firmemente a la espalda. “Los pies también”. Anas y sus amigos sufrieron abusos físicos y psicológicos. Uno de los peores momentos fue cuando los metieron en una tumba medio enterrados vivos.

“Durante esos 51 días, mi familia y yo estábamos enloqueciendo. No comimos, no bebimos. Mi madre estaba volviéndose loca; no era persona en absoluto”, describe Adnan. “Cuando hablamos con los rebeldes que los secuestraron, nos dijeron que querían la cabeza del Presidente, la cabeza de al-Assad”, dice Adnan. “Mi familia les dijo: ‘Si ustedes no son capaces de conseguir la cabeza del Presidente, ¿cómo vamos a conseguirla nosotros?’ Les dijimos que nos pidieran algo lógico”, continua Adnan, con tono de frustración en su voz cansada. La familia de Adnan entregó un rescate por la vida de Anas. Sin embargo, poco después, el Gobierno sirio capturó a Anas y durante dos meses lo interrogó sobre su experiencia con el ELS. “Por eso, no me fío ni de los rebeldes ni del Gobierno”, dice Adnan. “Mi hermano tenía apenas 21 años en aquel momento y ha sufrido lo que un hombre de 50 años no debería tener que soportar”.

En sus inicios, el ELS carecía de los efectivos y el arsenal necesarios para una intentona golpista. Por lo tanto, sin el menor asomo de duda, aceptaron el apoyo de otras facciones rebeldes que querían derrocar a al-Assad. El conflicto civil que sirvió en su día como un mero grito de independencia se ha convertido ahora en un virulento baño de sangre entre bandos hambrientos de poder que no repararán en gastos para obtener lo que quieren. El Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) es una de esas facciones militares insurgentes que están intentando tomar el control de Siria y de otras naciones de Oriente Medio bajo extremas creencias yihadistas. Yihad denota cualquier cruzada emocional enérgica en apoyo de una causa, idea o principio. En el caso de ISIS, los rebeldes querían difundir y defender el Islam por cualquier medio que fuera necesario.

“Cuando vivía en Siria, mi familia y yo abandonamos nuestro hogar porque teníamos el ISIS a 200 metros de la puerta de casa”, dice Adnan. “El Gobierno militar llegó a mi ciudad y estableció una frontera justo al lado de nuestra casa para que los rebeldes no pudieran avanzar más”. Desde 2011, el conflicto en su día civil ha evolucionado e involucrado a países vecinos como El Líbano, Jordania y Turquía, obligando a más de seis millones y medio de residentes sirios a desplazarse de sus hogares y buscar refugio en otros lugares.

“Me preocupa que el ISIS se esté haciendo más fuerte”, dice Adnan. “Apoyo al Gobierno sirio en su esfuerzo de acabar con la rebelión, pero sólo para que podamos sentar las bases para la reforma y reconstrucción de nuestra nación bajo un Gobierno nuevo”.

Adnan no tiene fe en la capacidad de los gobiernos extranjeros para intervenir y poner fin a la guerra. “Nadie quiere involucrarse a menos que se beneficie directamente de ello”, dice Adnan. “Cuando todo haya sido destruido en Siria, la reconstrucción estará en manos de las empresas extranjeras de Qatar o los Estados Unidos o Rusia”. Según Adnan, el mayor interés de los dos últimos países es el control de los depósitos de petróleo de Siria y la implantación de bases militares en la costa mediterránea. “No creo que nadie esté tratando de resolver el conflicto por el bien del pueblo sirio”.

En febrero de 2014, Adnan llegó a España con un visado de estudiante para librarse del servicio militar. “Normalmente, estaría orgulloso de servir a mi país, pero la situación actual es una verdadera locura”, dice Adnan. “No sabes por quién estás luchando o contra quién estás luchando. Es un lío”.

A su llegada a Sevilla, Adnan encontró refugio temporal en el Centro de Acogida de Refugiados del barrio de Sevilla Este. “No quería declarar asilo y colgarme al cuello la etiqueta de ‘refugiado’. Pero cuando llegas sin nada a un nuevo país y tienes la oportunidad de obtener algo de ayuda, por supuesto que la aprovechas”, explica Adnan. “Me siento muy agradecido por todo lo que el centro ha hecho por mí”.

Adnan, de 29 años de edad, se licenció en Arquitectura en la Universidad de Damasco en 2010 y espera hacer carrera como arquitecto durante su tiempo en España. “Para mí, un arquitecto es como un dios. Crea cosas para beneficio de otras personas”, dice Adnan, con un primer rayo de esperanza en sus ojos. “Salí de Siria y ahora tengo la oportunidad de hacer algo con mi vida ayudando a otros. Eso es lo que el destino me tiene deparado”.

Poco más de un año después, Adnan considera a sus amigos de Sevilla como familia. “Les hablo de mis padres, de mis hermanos y de mis experiencias en Siria, y realmente me entienden. Me ayudaron a encontrar trabajo e incluso me abrieron sus hogares, ofreciéndome un lugar donde quedarme”, dice Adnan.

“En Damasco, cuando caminas por una calle, sientes una conexión en el alma. Se siente ese espíritu en todo”, describe Adnan, con una mano sobre el corazón. “Los árabes han estado aquí antes, en Andalucía. Cuando camino por estas calles, cuando miro los rostros de la gente, los edificios, las iglesias—siento una conexión similar”.

A Adnan le entristece creer que el conflicto sirio puede continuar al menos cinco años más, pero espera el día en que pueda regresar con seguridad con sus padres y sus nueve hermanos, quienes todavía están en su país natal. “En mi pueblo, cuidamos los unos de los otros. Si un hombre está solo, puedes destruirle. Pero si las personas se unen y trabajan juntas, son mucho más fuertes. Creo que ésta es la única manera de que mi país progrese”.