Tesoros ocultos

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A primera vista, muchos de los artículos del Mercadillo del Jueves parecen basura más que tesoros. Sin embargo, una vez que apartamos el polvo, las joyas escondidas salen a la luz.

Los feroces rayos del sol de media mañana caen a plomo sobre la calle Feria, iluminando las docenas de mesas y de lonas que la flanquean. Los vendedores examinan con impaciencia la calle estrecha y abarrotada de gente, haciendo señas a los clientes para atraerlos hacia sus puestos. “¡Buenas cosas, precios baratos!”, gritan. Los espectadores se inclinan sobre los productos expuestos, hojeando montones de postales antiguas, inspeccionando joyas deslustradas y examinando detenidamente las páginas amarillentas de los libros. Andrés Tosao Villanueva observa con calma a su alrededor desde una silla plegable, como lleva haciendo desde hace más de 20 años. A sus pies hay un par de máscaras africanas, cuyas caras de ébano están talladas con diseños intrincados. Rodeando las máscaras hay una amplia variedad de objetos decorativos de países como Rusia, Grecia y Marruecos.

Más adelante, enfrente del bar El Ambigú, se encuentra Alberto Víctor tras su puesto, sosteniendo un cigarrillo en una mano. La otra la utiliza para señalar a los fajos de postales de infinidad de países que ha estado recogiendo durante décadas. Detrás de él, un grupo de chicas adolescentes van caminando por la acera con una maleta en la que llevan unos gatitos tan pequeños que se pueden sacar dos con una sola mano. Enfrente de una tienda de ropa vintage, una lona extendida en el asfalto muestra varias docenas de figuras de bronce. Según el vendedor estas piezas tienen entre 200 y 300 años, y fueron desenterradas en la ciudad de Morón de la Frontera, a 66 kilómetros al sureste de Sevilla, cerca de la base aérea americano-española. En una mesa cercana, Ángel explica cómo fabrica sus productos de manera artesana a partir de metales reciclados: “La esencia está muerta. Yo la devuelvo a la vida”.

Una tradición centenaria

El Mercadillo del Jueves se celebra cada jueves en la calle Feria desde el siglo XIII, siendo así el mercadillo al aire libre más antiguo de Sevilla. Desde su origen, muchos objetos de valor han pasado por el mercado y llegado a las manos de los clientes. A menudo, la importancia histórica o el valor económico de los artículos pasan desapercibidos hasta que se da el caso rarísimo de que un comprador decide indagar un poco más a fondo en la historia de un objeto. Una vendedora, Mercedes Riva, describía la naturaleza del mercado: “Vendemos cosas que no sabemos lo que son. Eso es lo que hace interesante el mercadillo”.

Diamantes en bruto

Tal es el caso de un cuadro que se vendió a un comerciante gitano en 1972, y que más tarde se identificó como una obra del famoso pintor Francisco de Goya. A primera vista, muchos de los artículos del Mercadillo del Jueves parecen basura más que tesoros. Sin embargo, una vez que apartamos el polvo, las joyas escondidas salen a la luz. En 1958, justo delante de lo que era entonces el bar Luis Cruz de la calle Feria, Juan de Mata Carriazo estaba echando un vistazo a los artículos del puesto de un hombre llamado Pedro (nadie puede decirnos cuál era su apellido). Profesor y apasionado investigador de la arqueología, Carriazo se interesó por una pequeña pieza de bronce que presentaba la imagen de una mujer en el centro. Sus brazos extendidos agarraban dos sonajas triangulares y a cada lado había un pájaro en posición más elevada y mirando hacia fuera. A pesar de que había muchos otros objetos de metal en el mercado, Carriazo se sintió especialmente predispuesto a comprar ése. Lo que compró por unas pocas pesetas a Pedro no era un objeto cualquiera para decorar la pared; de hecho, llevaría a Carriazo 2.500 años atrás en la historia de España.

El “Bronce Carriazo”

En honor a su descubridor , la pieza se conoce ahora como el Bronce Carriazo, y está alojada en una urna de cristal en el Museo Arqueológico de Sevilla. Mientras que su telón de fondo estuvo una vez compuesto de cómics rotos y vestidos de flamenca de segunda mano, el Bronce Carriazo está hoy rodeado de otros valiosos artefactos del periodo tartesio. En el interior de la vitrina a la derecha, se encuentra una pequeña figura de bronce de la diosa Astarté, encontrada en el yacimiento arqueológico de El Carambolo, a pocos kilómetros al oeste de Sevilla. En su base se encuentra el ejemplo de escritura fenicia más largo y quizá más antiguo de la Península Ibérica, con la que Baaljaton y Abdibaal, hijos de Dommelek, expresan su gratitud a los dioses por escuchar sus plegarias. En el centro de la habitación se halla orgulloso el Tesoro del Carambolo, un conjunto suntuoso de adornos de oro que muy probablemente llevaría puestos un sumo sacerdote o un rey. Lo descubrió un trabajador de una obra en 1958 y se ha fechado aproximadamente entre los siglos VII y III a.C.

Con un poco más de precisión , el Bronce Carriazo se ha datado a finales del siglo VII, en el apogeo del dominio tartesio en la costa suroeste de la Península Ibérica, junto a los bancos de lo que es actualmente el río Guadalquivir, en las provincias andaluzas de Cádiz, Huelva y Sevilla. La pieza se usaba muy probablemente como bocado para caballos, siendo el foco de atención de la decoración también la diosa Astarté. Esta divinidad es una de las principales diosas cananeas del segundo milenio a.C., y fungía como símbolo de la fertilidad y guardiana de la navegación. La placa de identificación de la pieza en el museo también se refiere a ella como guardiana de los animales; cualidad derivada de su papel adicional de diosa de la guerra y de la caza. Conocida también como la reina del inframundo y como el Lucero del alba o el planeta Venus, Astarté es la predecesora de la divinidad griega Afrodita.

En el Bronce Carriazo, Astarté sostiene una sonaja triangular en cada mano. La forma creada por las aves al unirse por encima de ella imita la forma de una barca en la que navega la diosa. Según las antiguas creencias egipcias, se usaba una “barca solar” para transportar el alma al más allá. Los dioses egipcios también usaban barcas solares para viajar a las estrellas, bastante apropiado para Astarté: el Lucero del alba. Las flores de loto que adornan su figura representan el ciclo de la vida y la muerte que Astarté controla como reina del inframundo. Todas sus labores divinas hacen de Astarté la protectora de Tiro, una ciudad en el actual El Líbano que fue hogar de la mayoría de los colonos fenicios que más tarde colonizaron la Península Ibérica.

A través de los ojos de un vendedor

Hoy , en el mercado , Luis Andújar está al cargo de su puesto detrás de una mesa, la cual hace alarde de montones y montones de libros antiguos a la venta. Tiene el pelo gris y blanco, una barba espesa del mismo color y grandes gafas que enmarcan su mirada concentrada. Es también el orgulloso propietario de la librería El Desván, en Sevilla. Su colección incluye obras de Cervantes, como Don Quijote de la Mancha, y otras de las generaciones del 27 y del 98 de la literatura española. En palabras de Manuel Pastor, un vendedor cercano, “Luis es un experto en libros extraordinario”. De acuerdo con Andújar, aparte del cuadro de Goya y el Bronce Carriazo, los libros son el mayor tesoro que se puede encontrar en el Jueves. Habiendo trabajado en el mercado durante 42 años, Aranda ha llegado a reunir una cantidad significativa de obras literarias. Durante sus primeros años como vendedor, coincidió con Pedro, al que también le compraba libros de vez en cuando. “Era ignorante, muy ignorante”, dice Aranda, “no tenía ni idea del valor de la pequeña pieza de bronce que le vendió a Juan de Mata Carriazo”.

Pedro murió en 2001, y por lo tanto no pudo expresar su opinión acerca de su influyente venta. Carriazo falleció dos años antes que Pedro, por lo que sólo sus textos publicados y sus numerosos premios pueden manifestar su opinión y su pericia en el tema. Aranda no sabe mucho del comprador, pero aún conserva algunos recuerdos de su viejo amigo Pedro. Él lo llama “pobre diablo”, mientras niega con la cabeza y se ríe. “Le gustaba el alpiste, igual que a la mayoría de los vendedores de aquí”.

Pedro vendía principalmente objetos de hierro y trozos de otros metales que encontraba en las colinas de Aljarafe, al oeste de Sevilla, en las que se hallan extraordinarios sitios arqueológicos de las épocas romana y prerromana, incluida la ciudad de Itálica, fundada en el año 206 a.C. por Escipión el Africano y lugar de nacimiento de los emperadores romanos Trajano y Adriano. Seguramente, Pedro no sabía mucho sobre la historia de la ciudad en la que encontraba su mercancía. “No sabía leer ni escribir. No entendía de otra cosa que no fuera vender”, dice Aranda. En cualquier caso, el tesoro desenterrado del puesto de Pedro resultó ser muchísimo más valioso que la calderilla que Carriazo le pagó hace más de medio siglo.

Un legado duradero

El Bronce Carria zo es sólo uno de los muchos tesoros que el Mercadillo del Jueves esconde bajo sus altísimas pilas de muñecas desfiguradas y cartas de amor descoloridas. Cada objeto tiene una historia, una vida, cuyas palabras se han ido silenciando con el paso del tiempo. Pero, cada jueves, como ha ocurrido durante cientos de años, resurge una oportunidad, la oportunidad de tomar un trocito de historia y darle la bienvenida al presente. Los vendedores, los rostros tras el Jueves, dedican gran parte de sus vidas al intercambio de artículos de segunda mano. Cada semana, montan sus mesas de madera y sus lonas desgastadas con la esperanza de que sus artículos encuentren nuevo dueño. La pregunta es: ¿quién está dispuesto a detenerse y volver a echar un vistazo para descubrir los secretos enterrados en su interior?