Loza de Sevilla

Read this article in ENGLISH / PDF de esta revista

Los trabajadores de Pickman La Cartuja luchan por la supervivencia de la fábrica de loza fundada por un comerciante inglés en 1841. Carmen Vivero, la presidenta de su comité, se aferra a lo que la fábrica significa para Sevilla, donde este oficio ha existido durante miles de años: “es una historia viva ”.

“Lo que se dice en la calle es que estamos cerrados, pero no lo estamos y el objetivo es no cerrar nunca”, dice Carmen Vivero, presidenta del comité de trabajadores y miembro del sindicato de Comisiones Obreras, desde su puesto en la fábrica que Pickman La Cartuja tiene a las afueras de Salteras, a 13 kilómetros de Sevilla. “Estamos luchando para que la fábrica siga abierta… al menos por ahora”.

Debido a la crisis económica, la empresa ha tenido que esforzarse por tener sus puertas abiertas durante años. A pesar de los rumores, hoy Pickman La Cartuja está fabricando con la misma calidad las mismas vajillas, lámparas y otros trabajos de artesanía en loza que se han estado produciendo en Sevilla desde que el comerciante de Liverpool, Charles Pickman, abriera la fábrica en 1841. Se llamó La Cartuja porque el empresario inglés construyó los hornos y almacenes en el antiguo y abandonado monasterio Cartujano de Santa María de las Cuevas, al otro lado del río. Ahora, después de que la fábrica se trasladara a unas instalaciones más modernas, el lugar alberga el Museo Andaluz de Arte Contemporáneo (MAAC), donde se pueden ver aún las reliquias de la actividad industrial del siglo XIX. Pero, a diferencia de lo que se habla en la calle, la producción sigue en marcha.

En Zadi, una pequeña tienda de la calle Sierpes, un cliente que lleva en la mano una pieza de loza con el logotipo de Pickman La Cartuja en la base mientras lo examina, pregunta a la dependienta, Rocío López, “¿La Cartuja está cerrada, verdad?”. Sin sorprenderse, Rocío le responde que la fábrica sigue abierta mientras coloca la pieza de loza de nuevo en su sitio. “Hay mucha gente como este cliente que nunca saben si la fábrica está abierta o cerrada, pero sigue abierta”, asegura Rocío. De hecho, los trabajadores de la fábrica, hoy en día propiedad de un empresario malagueño, Antonio Hierrezuelo, están satisfaciendo la demanda y produciendo, mientras intentan reprimir el miedo por la situación financiera de la empresa y esperan la ayuda prometida por parte del gobierno andaluz.

Carmen Vivero está sentada en una larga mesa de madera en el centro de una luminosa y elegante habitación de paredes anaranjadas, donde hay piezas de loza en cada superficie plana. Aunque parece un museo, el lugar es una sala de conferencias. Ninguno de los juegos de loza es igual que otro, pero todos se complementan entre ellos.

Vivero abre un libro de Pickman La Cartuja y hojea las páginas, deteniéndose en algunas más que en otras. Está claro que la historia de la fábrica forma ya parte de su vida.

Ha trabajado en Pickman durante más de 30 años y durante los 10 últimos ha estado luchando para demostrar su importancia y mantenerla viva. Habla de cada pieza de forma individual, contando su historia y su complejo proceso de elaboración.

“Si ves como las pie zas se pintan y agrupan, no te parecerían caras. Están hechas a mano, creo que es ahí donde está el encanto de la loza de La Cartuja: en lo artesanal”, comenta Vivero. “Por pequeña que sea, cada pieza pasa por las manos de los artesanos. Aquí hay muy pocas máquinas, muy pocas”.

Luis Morenas, propietario de la tienda La Cerámica de Sevilla, en el número 36 de la calle García de Vinuesa, en la céntrica zona del Arenal, ha vendido productos de La Cartuja desde el año 1986. “Siempre cerrada, abierta, cerrada, abierta. Tiene mala suerte”, dice Morenas. “A pesar de todo esto, tiene mucha fuerza en todo lo que hace, en diseños, forma y calidad”.

La cerámica, que como oficio, está arraigada en la cultura e historia sevillanas es un aspecto esencial de la civilización humana, ya que sentó las bases del comercio y el desarrollo de las sociedades más organizadas. Las orillas del Guadalquivir han ofrecido la materia prima necesaria para hacer vasijas, ánforas y cuencos durante miles de años. El comercio del aceite de oliva, vino y trigo, entre otros productos agrícolas, fue tan activo en el valle del Guadalquivir desde el siglo I al III, que con los millones de recipientes de cerámica que se desecharon en esta parte del Imperio Romano, se llenó un vertedero que cubría un espacio de unos 52.000 kilómetros cuadrados, que finalmente formó una montaña en Roma, conocida como el Monte Testaccio. Como es lógico, la historia de la artesanía de la cerámica en Sevilla también incluye el trabajo de las santas patronas de la ciudad y primeras mártires cristianas, Santa Justa y Santa Rufina, dos hermanas nacidas en el barrio de Triana a finales del siglo III, que ayudaban en su casa con el principal sustento familiar: la cerámica.

Antonio Zarco, de 78 años, que fuera trabajador de la cadena de grandes almacenes Galerías Preciados, que cerró sus puertas en 1995, recuerda el auge de los productos de La Cartuja en los años setenta, cuando estaban presentes en cada una de las familias de clase media. Según cuenta, por entonces era muy raro que no apareciera un juego de La Cartuja en una lista de boda. Ahora no. “No sé si las ventas están acordes con la necesidad de seguir fabricando porque es un producto que la mayoría de los jóvenes de hoy no suelen utilizar”, dice Zarco. “La gente los compraba hace más de 40 años pero, hoy en día, se mantiene gracias al turismo, si no fuera por el turismo, no se venderían estos productos”, comenta.

Volviendo a la fábrica, Vivero afirma que si no hubiese suficiente demanda del producto que fabrican, habrían tenido que asumir que había pasado de moda, “pero no es así, el producto se demanda muchísimo porque aún se sigue vendiendo”, asegura.

En su tienda, Luis Morenas explica que los turistas están bien informados sobre la importancia de La Cartuja y su trascendencia. “Es un producto muy reconocido. La Cartuja se vendía incluso a la Casa Real. Es una fábrica muy importante a nivel nacional e internacional. Siempre será un emblema valioso para Sevilla. Sin embargo, ha estado constantemente castigada por la clase política. Siempre la misma canción: parece que estuviera maldita”.

La presidenta del comité de empresa, Carmen Vivero, explica: “Desde julio tenemos una deuda pendiente. Sin embargo, seguimos trabajando, que es lo más importante. La plantilla tenía 99 personas. Ahora mismo estamos 50, pero aquí seguimos fabricando y apostando por la fábrica, aunque vamos cobrando muy poquito a poco”.

Pickman tiene que hacer frente a una deuda de 17 millones de euros, por lo que ha pedido ayuda al gobierno central y al de la Junta de Andalucía, de los que han recibido una ayuda mínima, según Vivero. “Con la crisis económica, sabemos que para ellos sólo somos una empresa más, pero durante años les hemos estado diciendo: ‘venid a la fábrica y comprobadlo con vuestros propios ojos’, porque no es sólo el patrimonio de los trabajadores y del negocio, sino también de Sevilla”, dice. “Sin embargo, no vienen, no…”.

Se deja de pagar a los trabajadores durante meses y la empresa ha tenido que despedir a parte de la plantilla o reducir el número de horas de trabajo de los empleados. “Los que seguimos aún aquí, tenemos miedo de quedarnos en paro, no sólo porque afuera no hay muchas oportunidades laborales, sino también porque no queremos dejar la fábrica, no la queremos ver cerrada”, dice. “Estamos pendiendo de un hilo pero, gracias al sacrificio que estamos haciendo los trabajadores, vamos a intentar salir hacia adelante”. Carmen Vivero es la imagen de la determinación, de que la empresa no debe perder la esperanza de recuperarse. “Esta fábrica seguirá adelante. Pickman no está acabada. Es una historia viva”.