
Read this article in ENGLISH / PDF de esta revista
Con tan sólo cuatro años, las niñas se apuntan a la Escuela de Danza Matilde Coral de Triana para empezar a aprender el arte del baile andaluz. Carmen, una pequeña bailaora, y María, su profesora, nos explican su amor hacia este baile tradicional.
Son las 17:15 de un miércoles por la tarde, y Carmen Pérez, de siete años, entra rápidamente por la puerta con su abuela unos pasos rezagada. Con una muñeca bajo el brazo y una mochila de baile de princesa Disney al hombro, Carmen esta preciosa de rosa. Lleva unas medias rosas, un maillot rosa, unas converse rosas, y una falda de vuelo rosa. Es la primera en llegar a la clase de flamenco de la Escuela de Danza Matilde Coral, situada en la calle Castilla 82, en la barriada sevillana de Triana.
Carmen se sienta en uno de los bancos de la entrada para cambiarse las converse rosas por zapatillas de baile. “Bailo porque me gusta y es guay”, dice rotundamente. Al ver entrar a un grupo de niñas de su edad, se le ilumina la cara de emoción. Las unas gritan los nombres de las otras y corren a abrazarse. Las niñas se van al vestuario con sus uniformes escolares y salen vestidas de rosa y listas para ensayar. Todas corren hacia sus madres para darles un beso de despedida antes de entrar y subirse a la tarima. La profesora cierra la puerta y empieza el taconeo.
Desde la entrada, se puede escuchar de todo, desde flamenco y sevillanas hasta música de ballet clásico, acompañado de palmas. Hay una docena de cuadros antiguos enmarcados que cubren todas las paredes; la misma bailaora es el centro de cada imagen, luciendo un despliegue de bonitos trajes de flamenca: la mismísima Matilde Coral. Se la conoce por su estilo único y se considera una de las bailaoras más importantes de su tiempo. Ella define su baile como: “un estilo tomado del propio ambiente, un aire plateresco, muy limpio, muy alado, muy fresco y muy relajado”.
Matilde Corrales González (su nombre real), fundó la Escuela de Danza Matilde Coral en 1967 y fue profesora hasta los 65 años, cuando dejó los tacones y se retiró. Alicia González, que ha sido la secretaria de la escuela durante 20 años, dice que la escuela ha tenido mucho éxito, aunque últimamente el número de alumnas ha disminuido debido a la crisis económica de España, dejando el número en alrededor de 60. Las niñas empiezan a ensayar desde muy pequeñas, a los cuatro años, siguiendo los pasos de Matilde Coral, quien también empezó a una edad muy temprana. La hija menor de Matilde, María García Corrales, de 32 años, ha estado bailando desde que tenía ocho, y recuerda vívidamente ver a su madre actuando en grandes escenarios, glorificada por su público. Recuerda la forma en que su madre iluminaba la habitación cuando bailaba. “Yo empecé a bailar porque lo llevo en la sangre. Mi madre era profesora, mi hermana es profesora y, al final, acabó encantándome. Sin embargo, dedico la mayoría de mi tiempo al ballet en vez de al flamenco porque me divierte más”, nos explica. María ayuda a su hermana Rocío a llevar la escuela desde que su madre se retiró.
María García enseña a grupos de diferentes edades, incluyendo a un puñado de niños de entre cuatro y siete años. Dice que algunas veces puede ser un trabajo duro trabajar con los pequeños porque no entienden el significado del baile; hay días en los que están entusiasmados y deseando aprender, y otros en los que vienen de mal humor pero, en general,
está encantada de enseñar una parte tan bonita de la cultura española a la siguiente generación.
Alicia, una de las nietas de Matilde Coral, también decidió ser bailaora y profesora. Recuerda como de pequeña iba a la escuela de baile de su abuela a observar, y empezó a dar clases cuando tenía siete años. Ahora se gana la vida con el flamenco, “Bailar es una carrera profesional dura y si decides tomar el camino del baile, tienes que tener pasión por ello. Consume mucho de tu tiempo y puede ser estresante, pero también puede ser muy terapéutico y a mí me gusta usarlo como una forma de desahogo. Decidí tomar el camino de esta profesión porque me enamoré, es como una droga”, dice.
Alicia explica que cuando era una niña había muchas veces que sólo le apetecía quedarse en casa y jugar con sus juguetes en vez de ir a clase de flamenco. Pero conforme se hacía mayor, aprendió a ver la belleza en el arte del flamenco, y llegó a apreciarlo. Si tiene hijos, espera que también sigan la tradición del baile.
Ya son las 18:30, y la clase de flamenco ha terminado. María abre las puertas y las niñas salen corriendo con sus largas faldas de flamenco, taconeando hacia los brazos de sus madres.