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En Chefchaouen, Marruecos, vive Naziha Bouama, de 17 años, una adolescente que madura en una sociedad musulmana, tambaleándose en el precipicio de la edad adulta, en un país limítrofe entre continentes.
A cientos de kilómetros del Louvre, en un apartamento de Chefchaouen, Marruecos, un retrato de la Mona Lisa de DaVinci cuelga sin marco de una luminosa pared turquesa. La reproducción es pequeña y se esconde entre otros elementos decorativos: un verso del Corán enmarcado, una foto de un hombre trajeado con bigote, una estantería de madera con figuritas de los personajes de Shrek y un gran lienzo del rey de Marruecos, Hassan II, colgado sobre una chimenea que no se utiliza. Naziha Bouama, de 17 años, se sienta en uno de los sofás multicolores que flanquean las paredes del salón, con un jersey de cuello vuelto y medias, radiante. Lleva su abundante melena morena recogida en una trenza que descansa hacia un lado sobre un hombro. Con los ojos castaños bien abiertos, mueve rápidamente las manos conforme explica el entorno artístico.
“¿Sabes ? La Mona Lisa puede notar cómo te sientes”, dice Nahiza. “Tras la muerte de mi padre, me senté aquí a llorar y, cuando miré a la Mona Lisa, ella también parecía triste”.
La madre de Nahiza, Habiba, entra en la habitación vestida con un pijama azul y amarillo y un pañuelo en la cabeza. Lleva unos platos llenos de pan recién hecho, aceitunas, queso y potaje de garbanzos. El hermano de ocho años de Naziha, Ahmed, descansa plácidamente en una silla mientras su madre pone la mesa para cenar, embobado viendo en la tele Dr. Oz subtitulado en árabe.
“Quería mucho a mi padre ”, continúa Nahiza. “Era el mejor, pero ya se ha ido y lo he perdido todo. Lloro cada minuto de cada día”.
Me siento a su lado en el sofá, sin saber cómo consolar a una chica a la que he conocido apenas unas horas antes. Mi amiga Marisa y yo nos vamos a quedar con Naziha y su familia dos días mientras participamos en un taller multimedia y, aunque apenas recuerdo su nombre ni ella el mío, Nahiza se abre desde el principio. El inglés no es su primera lengua pero, aun así, parlotea de cómo la mayor parte de su familia los ha repudiado, de cómo su novio la dejó sin dar explicaciones justo antes de que su padre muriera y de cómo le preocupa cómo van a sobrevivir cuando el dinero que ganó su padre como enfermero se acabe. “Pero Alá proveerá”, repite.
Han pasado ocho meses desde que su padre murió por problemas neurológicos y Nahiza ha asumido el cargo de cabeza de familia. Cuando no está estudiando para una de sus 10 clases, está en casa haciéndole compañía a su madre, jugando con su hermano o haciendo recados. En vacaciones, Nahiza no va a la playa ni se pasa el día viendo la tele, sino que trabaja 12 horas al día en la tienda del barrio donde gana sólo 500 dírham (50 euros) al mes. Habiba borda manteles y pañuelos, pero no puede mantener a su familia con los 10 dirham (10 céntimos) que saca por artículo.
No poder gastar dinero limita la actividad preferida de Naziha, ir de compras, así que se decanta por el entretenimiento gratuito que le proporcionan Demi Lovato, Taylor Swift o la película Titanic. “Me encantan los Estados Unidos “, dice Nahiza. “Me encantaría ir allí a vivir y estudiar”.
Pero en Chefchaouen, una ciudad de 35.000 habitantes de una región montañosa del norte de Marruecos llamada Rif, las jóvenes tienen unas opciones muy limitadas, especialmente aquéllas de familias con pocos ingresos. Tradicionalmente, las mujeres de Chefchaouen han sido amas de casa; sin embargo, ahora algunas continúan su educación y se mudan a las ciudades para ir a la universidad. Aun así, sólo el 39% de las mujeres marroquíes están alfabetizadas, lo que convierte a Naziha en una de las pocas privilegiadas que pueden ir a la escuela.
El año que viene, Nahiza deberá elegir entre ir a la universidad de Tetuán o quedarse en casa para mantener a su familia. Sueña con hacerse periodista y suele quedarse hasta las cuatro de la mañana estudiando para sacar buenas notas y así poder continuar sus estudios. Si elige ir a Tetuán, Erasmus Mundus le ofrece un programa de intercambio en la Universidad Abdelmaled Esaâdi, donde Naziha puede solicitar una beca para estudiar en Europa. Irse del país aumentaría sus oportunidades de encontrar trabajo, pero Tetuán está a una hora de su casa y no tendría más remedio que dejar a su madre y a su hermano, lo que supondría más gastos. “Mi madre quiere vivir conmigo en Tetuán”, dice Nahiza. “¡Pero le dije que no! Tengo que valerme por mí misma”.
La necesidad de emigrar es una realidad para muchos marroquíes pero, sin dinero ni visado, algunos prefieren cruzar el estrecho de Gibraltar en pateras, lo que puede llegar a costar 600 euros por billete. Cruzar los 15 kilómetros que separan España de Marruecos es peligroso, pero muchos ven la emigración como su única opción. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 9,1% de los marroquíes estaban desempleados en 2011, el crecimiento del PIB estaba en un mínimo histórico de 2,7% debido a las sequías, y una cuarta parte de la población vive o corre riesgo de vivir en la pobreza absoluta. Las mujeres sufren especialmente la pobreza y el desempleo y, aunque técnicamente sólo constituyen el 25% de la población activa, trabajan sin descanso sacando agua de los pozos, cuidando niños y realizando otras tareas domésticas.
Para encontrar trabajo, miles de marroquíes y africanos cruzan el estrecho todos los años considerando la muerte una mejor perspectiva que la de seguir en sus países. En 2012, la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) estima que 225 personas murieron de frío, de sed o por las inclemencias del tiempo en este cementerio suboceánico. En cambio, para aquellos con pasaporte extranjero y 33 euros, el viaje dura 35 minutos y se lleva bastante bien con Cruzcampo y una bolsa para vomitar. Así que el ferry principalmente transporta a españoles adinerados que buscan objetos para decorar sus casas o marihuana barata más que a africanos en busca de una oportunidad.
En lugar de arriesgar su vida y sus pocos ahorros, Naziha se embarca hacia otros mundos a través de la televisión o el móvil. Ha visto de todo; desde The Real World en la MTV hasta películas de Bollywood; la televisión es un murmullo constante en su casa. La exposición a la programación occidental, entre otros factores, ha influido en la vida cotidiana de los jóvenes marroquíes, cuya educación islámica normalmente rechazaría la ropa ajustada, las relaciones prematrimoniales y salir de fiesta. “Yo no puedo hacer lo mismo que vosotras. No puedo tener sexo prematrimonial ni beber alcohol en las fiestas”, dice. “Pero de verdad que quiero ir a vuestro país”.
Entre su educación y sus aspiraciones, Naziha vive entre dos mundos. Sigue los cinco pilares del Islam: profesión de fe, rezo diario, caridad, ayuno durante el ramadán y peregrinación a la Meca, en Arabia Saudí (que aún tiene que realizar), pero también escucha el Someone Like You posruptura de Adele y lleva lápiz de ojos y vestidos que le marcan la figura.
“Algunos padres obligan a sus hijas a quedarse en casa y llevar pañuelos”, explica Naziha. “Pero mi padre nunca me habló de los pañuelos y mi madre dijo que podía llevarlos cuando estuviera lista. Soy libre. Saben que seré buena persona, así que no pasa nada”.
Hasta hace 10 años, estas libertades para la mujer eran impensables. En 2003, el rey Mohammed VI promulgó la Mudawana (el nuevo código de familia de la ley marroquí), que incluía nuevos derechos para las mujeres, como el derecho al divorcio, la facultad de heredar propiedades, la restricción de la poligamia y el derecho a permanecer soltera. Podría decirse que aún existe una gran desigualdad entre hombres y mujeres en Marruecos a pesar de estas leyes. Sin embargo, yo sólo pasé 48 horas en Marruecos y generalizar sobre la transformación de la feminidad en Chefchaouen sería injusto. Pero por lo que pude ver, Nahiza puede andar por la calle sin un pañuelo en la cabeza, hablando de primeros amores y cantando Katy Perry y seguir siendo una musulmana orgullosa.
En nuestro breve fin de semana juntas, vi a Nahiza como una adolescente normal, con tendencia a la alegría, amor por el baile y adicción a su móvil. Trabaja mucho para poder disfrutar de placeres sencillos como tomar el té con sus amigos o comprarse un anillo brillante. Aprecia a su familia y le recuerda a su madre constantemente lo mucho que la quiere pero, como la mayoría de hermanos, sigue peleándose con su hermano pequeño por el mando a distancia. A pesar de su belleza y encanto, Nahiza envidia nuestra piel blanca, ojos de color avellana y pelo claro. Fantasea con quemar la tarjeta una tarde de compras y no se cansa de los consejos del Dr. Oz. Vive en el gris, mirando a través de un techo de cristal con los pies firmememente anclados al suelo marroquí.
Durante nuestra última mañana en Chefchaoeun, mientras Marisa y yo desayunamos tortillas, queso y jamón, Habiba sale de su cuarto con dos recipientes de cerámica y nos los da a modo de obsequio. La Meca está pintada con mucho esmero en las cajitas circulares que, al abrirlas, revelan anillos con corazones enjoyados que Nahiza ha incluido como regalo. Marisa y yo metemos los tesoros con cuidado en nuestras mochilas y nos los llevamos de vuelta a España, dejando a Nahiza y a su familia diciéndonos adiós con la mano desde la ventana de su apartamento. Nosotras volvemos a nuestros estudios y duchas calientes en unas horas pero, por ahora, Nahiza se queda en Chefchaouen, sentada en el precipicio de la edad adulta, a horcajadas entre naciones y sueños, con su abundante melena morena recogida en una trenza que descansa hacia un lado sobre un hombro, radiante, esperando a que se abra una puerta.