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Los actores de Estrellas en Silencio rompen estereotipos. Son internos del hospital psiquiátrico de la prisión Sevilla-1 y cruzan sus muros para interpretar la universal historia de Cervantes como forma de rehabilitación. Hoy los acompañamos a una de sus representaciones y escuchamos las historias que los llevaron a escena.
Tras las cortinas burdeos del escenario del auditorio de la Casa de la Cultura de Gilena, se encuentra Julián Vicente, guion en mano, facilitándoles líneas olvidadas a sus seis actores en escena en su interpretación de Don Quijote. Habían llegado hacía unas horas del hospital psiquiátrico situado en la prisión Sevilla-1 en un minibús conducido por Julián, que no sólo es el director, sino también el autor de esta adaptación de la novela universal de Cervantes. Viajaron en minibús para ofrecer su actuación a un grupo de estudiantes de instituto de Gilena, en la provincia de Sevilla. Conforme bajan del minibús, sacando pecho y con sus cigarrillos en la mano listos para fumar, más parecen estrellas de rock saliendo de su jet privado que pacientes psiquiátricos que vienen a representar una obra.
Al preguntarles si están nerviosos por la actuación, Ramón Rebanal, el mayor del grupo, responde con confianza: “Ya lo hemos interpretado cuatro veces, así que no podemos estar más preparados. No empezamos a ponernos realmente nerviosos hasta que estamos en el escenario”.
Entran con un pequeño surtido de atrezo sencillo y empiezan a montar el escenario. Entre el equipo más complejo encontramos un retroproyector y un reproductor de CD para poner la música que sonará al principio de cada uno de los cuatro actos.
En el escenario se colocan dos pupitres cubiertos con manteles blancos y dorados y lleno de libros viejos. Enseguida, los actores se ponen a ensayar y se colocan el vestuario antes de que el público llegue. Cuando todos están ya entre bastidores, se abren las puertas traseras y una riada de estudiantes adolescentes, extremadamente entusiasmados y felices de saltarse las clases para ver la obra, inunda la sala.
Cuando todo el mundo está en sus asientos y el estruendo se ha disipado, se informa a Julián de que los estudiantes desconocen la historia de los actores. Se les ha dicho que los seis hombres que están a punto de aparecer en escena pertenecen a un grupo teatral ordinario.
Estrellas en Silencio es uno de los diversos proyectos artísticos terapéuticos que ofrece el hospital psiquiátrico penitenciario de Sevilla-1, uno de los dos únicos centros de este tipo que existen en España. Los pacientes de este centro sufren algún tipo de enfermedad psiquiátrica y han sido condenados por crímenes que, en su mayoría, cometieron bajo la influencia de las drogas o el alcohol. Aquí se les trata y reciben el apoyo de psiquiatras, psicólogos, médicos y educadores; además de que reciben visitas familiares con frecuencia. A los pacientes se les considera primero y ante todo personas, no criminales.
Estrellas en Silencio se creó en 1994 y pone en escena una obra cada año y medio más o menos. Las obras varían desde clásicos como Don Quijote hasta monólogos de una sola persona.
“Son varios los efectos terapéuticos del teatro: mejora de los aspectos cognitivos (atención, concentración, memoria), al igual que los afectivos (emociones y sentimientos)”, explica Julián. “Estas obras exponen a los actores a situaciones que generan ansiedad y desarrollan estrategias de afrontamiento adaptativas, potencian las relaciones interpersonales y desarrollan las capacidades de empatía y habilidades sociales”.
Aunque a todos se les alienta para que participen en el teatro, Julián intenta buscar pacientes que se identifiquen personalmente con los personajes y que se atrevan a actuar.
Carlos López interpreta al personaje principal: Don Quijote. Está vestido todo de blanco, un marcado contraste con su larga barba negra como el azabache. Tiene su texto escondido debajo de un libro en la mesa que está frente a él, situada en el centro del escenario. Carlos lleva en el hospital mental de la prisión seis años y es un miembro activo tanto del grupo de teatro como de la emisora de radio. Se sienta en el centro del escenario recitando sus líneas alto y claro frente a los ochenta y cinco estudiantes que componen el público. De vez en cuando, necesita que Julián le lea el principio de una línea para acordarse pero, a pesar de eso, se mueve por el escenario con soltura y confianza. Reclama la atención de la sala y no puede evitar sonreír cuando el público estalla en carcajadas con las gracias de la obra.
Al hacer la última reverencia, se quita el gorro blanco que esconde su cabeza totalmente ausente de pelo y se dirige al frente del escenario con el resto del reparto. Miran fijamente al público con entusiasmo dando paso a una ronda de preguntas y respuestas. Cuando los aplausos se apagan, el grupo se presenta finalmente al público.
“Bueno, pues ahora que os digan de qué centro venimos, ¿no?”, explica Julián.
El hombre que interpretaba a Sancho Panza coge el micrófono.
“Venimos del hospital psiquiátrico penitenciario de Sevilla-1”.
Julián les pregunta a los estudiantes si saben qué significa eso. Les explica que los seis hombres son pacientes psiquiátricos viagra for less in the united que utilizan el teatro como forma de terapia. Actuando y convirtiéndose en personajes diferentes, los pacientes se enfrentan a ellos mismos al mismo tiempo que desarrollan empatía por otras personas e ideas.
Cada uno de los seis actores comparte una anécdota personal describiendo sus experiencias con las drogas y los crímenes que han cometido. Aunque los estudiantes son tímidos y reacios a hacer preguntas, asienten en señal de que lo están comprendiendo todo. El grupo se toma un momento para hacer hincapié en los peligros del alcohol y en lo fácil que es convertirse en víctima de estas sustancias.
El papel de Don Quijote le vino de forma natural a Carlos porque, igual que el caballero de La Mancha, Carlos ha experimentado una distorsión de la percepción (cuando consumía drogas) y ha luchado por lograr la normalidad.
“Estuve 15 años enganchado al speed, y cometí un delito de incendio”, cuenta, “lo bueno es que he pillado unos padres que son una bendición. Aunque le he robado dinero a mis padres —300.000 pesetas una vez— y le he pegado a mi padre, me lo han perdonado todo y ahora estoy deseando llegar a casa para ayudarles porque son viejos. Recibo una pensión de 280 euros —y eso es lo que me gasto en speed en un mes”, bromea. “No, aparte de bromas con las drogas, que las voy a dejar, intentaré opositar para cosas sencillas, como barrendero, porque yo no tengo carrera”.
Ramón Rebanal, que interpreta al mesonero y al escribano, no es sólo el más mayor, sino que también es el que ha estado más tiempo recluido. “He estado 18 años en prisión y cinco años en el hospital psiquiátrico”, dice. “La verdad es que, como enfermos mentales, no podíamos estar en una prisión corriente. Tenemos mucha suerte de tener a tantas buenas personas ayudándonos, de hacer tantas actividades terapéuticas y, para los que reciben el apoyo de sus familias, es maravilloso recibir visitas y tener permisos ocasionales para ir a verlos. Eso lo hace bastante más llevadero. Y aquí nos ayudan a que podamos recuperarnos como enfermos y reinsertarnos como personas”.
Antes de que Ramón interpretara sus dos papeles, Antonio Écija era el mesonero y el escribano, aunque sólo en las tres primeras representaciones. De vuelta en el hospital, nos ofrece un relato de su pasado, que parece estar en total contradicción con su apacible conducta. “Estoy aquí porque atraqué cinco gasolineras, una detrás de otra. Y luego tuve un atropello de dos policías en Málaga, y me pedían 19 años y seis meses de condena. Pero se me quedó en tres años en el hospital. Y ahora estoy bien. Llevo dos años sin consumir nada”.
A diferencia de muchos pacientes, él tiene la suerte de tener el apoyo de su familia. “Tengo mujer e hijo. Me quedan unos cuatro o cinco meses para terminar. Mi meta es ser ama de casa, porque mi esposa trabaja y yo ya no puedo trabajar nunca más. Entonces, pues yo tengo que barrer, fregar, hacer la colada, planchar, coser, llevar al niño al colegio, recogerlo… y por las tardes haré algo de deporte, porque estoy muy gordito”.
De vuelta en el auditorio, los jóvenes estudiantes del instituto de Gilena no hacen preguntas durante el discurso, pero el ambiente parece lleno de un sentimiento de comprensión y seriedad. Los estudiantes, sentados quietos y en silencio, asimilan las palabras de los hombres del escenario. Cuando finaliza la presentación, la sala estalla en un último aplauso. Los adolescentes empiezan a salir a la vez que los seis actores abandonan el escenario para cambiarse a su ropa habitual.
Cuando la multitud se va y el escenario se queda vacío, los seis hombres vuelven al minibús para comenzar su viaje de vuelta al hospital psiquiátrico al que llaman hogar. Les han roto varios estereotipos a un grupo de jóvenes estudiantes y han representado su propia versión de Don Quijote… Todo en un solo día.