Ondas de cambio

foto de Javier Díaz para Correo de Andalucía: Genaro Quintanilla, Miguel Rodríguez y David Lara durante una de las primeras emisiones de Onda Cerebral en 2008

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El hospital psiquiátrico del centro penitenciario Sevilla 1, alberga a ciento ochenta internos. Ésta es la historia de la batalla que los pacientes libran a diario con su enfermedad ayudados por el personal del centro. La emisora de radio Onda Cerebral les ofrece un lugar en el que poder expresarse además de charlar con gran cantidad de invitados.

“Se dice que todos los días pueden suponer una segunda oportunidad si lo deseas, ¿no? Si alguien quiere una segunda oportunidad, ¿la merece? ¿Todo el mundo consigue una segunda oportunidad?

Ésta es una de las muchas preguntas planteadas por los internos que realizan el programa matinal de Onda Cerebral, la emisora de radio que retransmite desde el hospital psiquiátrico de Sevilla 1, una de las prisiones de Sevilla. El programa matinal –en el que se realizan debates, lecturas de poesía, programas de rock y entrevistas, entre otros– se emite en tiempo real para el resto del hospital penitenciario. Con nuestro mejor aunque imperfecto español, otros dos estudiantes americanos y yo intentamos satisfacer la curiosidad de algunos internos sobre nuestra vida como extranjeros en la entrevista que nos están realizando. Y así, llegamos a los últimos diez minutos de la hora que dura el programa.
Julián Vicente, un cordial psicólogo y educador que ha trabajado en la prisión durante veinte años, coge un micrófono y se dirige a nuestros oyentes: “Si alguno de los oyentes quiere venir y participar o hacerle alguna pregunta a nuestros visitantes americanos, ¡ahora tenéis la oportunidad!”

Unos minutos más tarde, un hombre moreno de unos treinta y pocos, llamado Paco González, entra dando saltos en la habitación con los ojos abiertos como platos y sin aliento. “Tengo una pregunta para la psicóloga, para Claire”. Ésa soy yo; parece que mencionar en el aire mis estudios de psicología me ha convertido en psicóloga profesional. Se sienta a mi lado y se va acercando a mí hasta quedarse a escasos centímetros de mi cara mientras me pregunta con ímpetu sobre las segundas oportunidades. Paco, que nació en Los Boliches, un pequeño pueblo de la provincia de Málaga, y trabajó como camarero y guía turístico en Inglaterra, lleva viviendo ya año y medio en el hospital. La semana que viene se irá para continuar su tratamiento en una comunidad psiquiátrica abierta en Torremolinos, más cerca de su ciudad natal.

Paco solía vivir solo y su esquizofrenia paranoide le hacía amenazar a a vecinos y extraños. Un juez dictaminó que debía ser tratado en el hospital penitenciario de Sevilla. Curiosamente, tiene un trastorno del habla que afecta a su español pero no a su inglés, idioma que habla con fluidez y soltura. Mientras pienso qué responder, se hace evidente que la respuesta a esa pregunta es lo único que importa, no sólo para Paco, sino también para sus ciento ochenta compañeros.

Onda Cerebral nació hace cuatro años y funciona con muy poca financiación. Se trata de una especie de emisora “pirata” que sólo se escucha en un radio de tres kilómetros de la prisión. Como nos explicó Julián, aunque el cometido del proyecto de la radio es facilitar la comunicación de los pacientes con el mundo exterior, se da prioridad a la protección de las antiguas víctimas de los internos que no querrían reconocer las voces de estos por la radio.

Como la mayoría de las prisiones, Sevilla 1 se encuentra a las afueras de la ciudad que la acoge; de hecho, está situada dentro de los límites de otro municipio: Mairena del Alcor. Para llegar allí hay que conducir casi quince kilómetros dejando atrás edificios abandonados, pequeñas chabolas, burros paciendo en campos llenos de hierbajos, coches averiados y una fábrica de Heineken. Dado el aislamiento de la prisión y el corto alcance del programa de radio, Onda Cerebral no llega a muchos oídos, excepto a los de los mismos internos.

Sin embargo, todos los lunes de once a doce de la noche, tres o cuatro de los colaboradores habituales participan en un programa de Radiópolis (98.4 FM), una emisora local que retransmite para toda Sevilla. Ahí los internos tienen la oportunidad de que se les escuche, discutiendo libremente sobre temas de actualidad y realizando entrevistas en las que se protege su identidad ya que no se mencionan los apellidos.

Aunque el hospital se encuentra dentro del recinto cerrado de Sevilla 1, parece más un centro de rehabilitación o una casa de acogida que una prisión. No hay esposas, ni celdas cerradas, ni armas. Como en el resto de penitenciarías españolas, los pacientes no llevan uniforme y pueden andar con bastante libertad por el recinto del hospital.

Esa zona incluye, entre otros, cuatro patios exteriores, aulas para los talleres y los programas de la prisión, un jardín con árboles frutales, verduras y flores cuidado por los internos, canchas de baloncesto al aire libre, una pequeña sala para hacer ejercicio, un aula de música en la que se encuentra el estudio de radio y casetas de perro para las mascotas del hospital, dos perezosos labradores retriever.

El hospital está pensado para aquellos delincuentes que no comprendieron la naturaleza de sus delitos en el momento de cometerlos y que no pueden vivir con los presos comunes debido a sus problemas psicológicos.
De los ciento ochenta pacientes, un 20% fueron encarcelados por cometer crímenes violentos como violación y asesinato. Según Julián, la mayoría de los delitos cometidos por los internos están relacionados con las drogas y el consumo excesivo de alcohol, ya que los enfermos mentales corren mayor riesgo de desarrollar una adicción a estas sustancias. También resulta alarmante que los crímenes de violencia doméstica se incrementen cada vez más. Y, aunque los pacientes tienen muchas oportunidades de recibir visitas de familiares, aquéllos que cometieron un delito de violencia doméstica lo tienen vetado. La dinámica es demasiado tóxica para un ambiente de rehabilitación.

El hospital ofrece entre otros un programa de terapia musical que pudimos presenciar ya que dos internos actuaron para nosotros. El segundo, un hombre bajito de treinta y muchos llamado Antonio, insistía en cantar una larga balada de amor a pesar de perderse a mitad de la canción. Paco Herrera, el funcionario que se encarga del taller, se acercó a Antonio y le marcó el ritmo con la mano como un metrónomo para ayudarle. Mientras Antonio miraba a una pantalla en la que aparecía la letra y continuaba cantando su canción lastimera, Paco nos susurró “borderline”, refiriéndose al tipo de trastorno de la personalidad del paciente.

Paco corta la canción y Antonio deja el micrófono con fuerza y arrastra los pies hacia una de las esquinas de la habitación. Julián se acerca a él, abre los brazos ofreciéndole un abrazo al que Antonio se resiste ferozmente. Riéndose, Julián sigue intentándolo pero Antonio se resiste con fuerza y Julián acaba dejándole ir con gesto afable.

Como el resto del mundo, los pacientes del hospital se encuentran en diferentes puntos del espectro de gravedad de la enfermedad mental. Algunos hombres, como los cinco que nos entrevistaron en la radio, parecen bastante funcionales. Algunos pacientes sólo padecen alcoholismo o drogadicción, así que no presentan apenas ninguna patología cuando están en pleno uso de sus facultades.

Hay un equipo llamado Agentes de Salud, compuesto por estos pacientes funcionales, que se encarga de dar la bienvenida a los nuevos internos y enseñarles cómo funciona todo. Llevan sudaderas personalizadas en las que se indica su papel en el hospital y reparten entre los pacientes nuevos unos folletos con información detallada sobre los horarios, las normas de la lavandería, una lista de los empleados y consejos como “cumplid con la medicación y rechazad otras drogas”.

Hay otros pacientes que se encuentran claramente en un extremo más grave del espectro de enfermedad mental. En todos los patios hay unos pocos internos que se sientan inmóviles recostados en las paredes bajo el sol mirando al vacío, a la nada. Pero hay muchos pacientes interesados en hablar con nosotros, y uno en particular, un búlgaro llamado Deyam, recibe con alegría la oportunidad de mantener una conversación. “Sólo hablo inglés, siete años en España y sólo hablo inglés”, nos dice encogiéndose de hombros como diciendo, “¿podéis creerlo?”

Deyam acabó en el hospital por una infracción leve: agredió a la policía cuando intentaban arrestarle por causar desorden público.

“¿Sois todos americanos?”, nos pregunta con acento búlgaro. Cuando asentimos, una sonrisa ilumina su cara y exclama “¡Fuckin’ hell!” con acento británico. Se queda con nuestro grupo durante la mayor parte de la visita y nos pide que nos lo llevemos de vuelta a Estados Unidos en una de nuestras maletas y empieza a cantar California Girls de Katy Perry cuando descubre que soy de San Francisco.

Le preguntamos a Deyam en qué programas de la prisión participa. Se nos queda mirando un buen rato sonriendo y temblando levemente. “No hago nada”, nos dice sonriendo y levantando un poco la voz. “¡Me aburre! Cualquier cosa que hago aquí me aburre, así que me siento y me quedo callado”. Una funcionaria viene hacia nosotros y se une a la conversación, riendo amablemente con Deyam mientras le dice “tranquilo”, para calmarlo. “Tranquilo, tranquilo”, repite él con su acento búlgaro bajando la mirada hasta el suelo mientras sigue sonriendo y temblando.

Nuestro grupo genera un gran interés y muchos hombres se acercan a nosotros para preguntarnos de dónde somos y por qué estamos allí. Cuando le digo a otro grupo de internos en la cafetería de dónde soy, todos se sonríen y empiezan a cantar el famoso estribillo “If you’re going to San Francisco/ Be sure to wear some flowers in your hair”. A una compañera y a mí nos dicen educadamente lo guapas que somos cada vez que entramos en una habitación. Mientras continuamos con nuestra visita, la música del programa de radio se cuela por ventanas y puertas abiertas, desde el sonido clásico de la guitarra española, pasando por éxitos más modernos como Losing My Religion de REM, hasta el heavy metal. La presencia afable de Julián suscita sonrisas en cada habitación en la que entramos.

“No estamos aquí para condenarlos”, me susurra en un momento de seriedad. “Ya les condenamos al traerlos aquí. No se trata de castigarlos más”.

¿Todo el mundo consigue una segunda oportunidad? Aún sigo reflexionando sobre esta cuestión más tarde en el estudio, intentando encontrar una respuesta satisfactoria para Paco aunque mi español me lo dificulta. Al final me decido por mi respuesta instintiva, por lo primero que pensé, por mis verdaderas convicciones. “Por supuesto”. Todos en la habitación asienten y parecen coincidir en que siempre puede haber segundas oportunidades, con la condición de que la persona a la que se le conceda debe quererlo visceralmente, desde lo más profundo. Un verdadero cambio interior no puede forzarse.

Con un 5% de reincidencia, en contraste con el 70% de la población penitenciaria en general, parece que muchos pacientes están aprovechando realmente esta segunda oportunidad que se les brinda al salir. La mayor señal de éxito que los empleados del centro pueden esperar es no volver a ver nunca más a los hombres que han tratado.

Terminamos el programa con la canción Resistiré. Nos arrancamos con este himno a capella, cantando a grito pelado partes de la letra como “Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte/ Soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie”. Cuando la canción va llegando a su fin, observo a mi alrededor a internos, a estudiantes y a funcionarios, mirándose unos a otros, sonriendo mientras gritan “¡Resistiré, resistiré!”

“LA MEDICACIÓN NO LO ES TODO”

Los internos del Hospital Psiquiátrico Penitenciario Sevilla 1 presentan diversos tipos de enfermedad mental, siendo los más comunes la esquizofrenia y una serie de desordenes de la personalidad. Estas enfermedades afectan tanto al juicio como a la percepción de la realidad, suponiendo una batalla de por vida para aquéllos que sufren sus síntomas.

Muchos pacientes del hospital toman medicación diariamente como parte de su tratamiento. Sin embargo, aunque la psicofarmacología es un aspecto importante del tratamiento, según el psicólogo Julián Vicente, “La medicación no lo es todo”. Más bien, cada faceta del tratamiento está dirigida a un aspecto de la vida del interno, desde su vida familiar hasta sus aptitudes en el trabajo, su educación e incluso la higiene básica. Todos los aspectos del tratamiento están integrados en un modelo de rehabilitación que atiende las necesidades de cada paciente basándose en el nivel de gravedad de su enfermedad y en su motivación.

Se ofrecen numerosos programas en el hospital y depende de los pacientes si aprovechan o no las oportunidades que se les brindan. Nos informan que hay una sala de estudio, un aula de ordenadores, un taller de habilidades cognitivas conducido por un psicólogo, talleres de carpintería y manualidades, otro de jardinería, un equipo de fútbol, una compañía teatral muy popular y, por supuesto, la emisora de radio.

Uno de los programas más populares y más terapéuticos del hospital penitenciario es la clase de cerámica. En la pared de uno de los patios hay un gigantesco mosaico del Guernica de Picasso, un cuadro en el que se representan los horrores de la Guerra Civil Española. Los pacientes de una clase tardaron en terminarlo ocho años y el resultado es impresionante; a pesar de estar hecho de azulejos en lugar de pintado en lienzo, es una copia casi exacta del original.

La sala de arte donde tiene lugar la clase, ocurrentemente bautizada por uno de los pacientes como “fábrica de sueños”, está llena de estanterías y estanterías con piezas de cerámica hechas a mano y objetos de papel maché. Entre éstos se incluyen figuritas de nazarenos, pequeñas bailaoras de flamenco con trajes coloridos, huchas “para la crisis”, delicados ramos de flores y un Pato Lucas pequeñito pero con mucho detalle. Ninguno de estos objetos se vende, sino que se envían a familiares y amigos o se conservan como recuerdos de las habilidades que han adquirido los pacientes, lo que supone una gran inyección de autoestima para muchos de ellos.

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