Lawrence de Sevilla y otras ficciones

foto de Columbia Pictures: T. E. Lawrence (Peter O’Toole) y Auda Abu Tayi (Anthony Quinn) en una escena de “Lawrence of Arabia” rodada en el Casino de la Exposición de  Sevilla en 1961

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El cine de Hollywood y la literatura de viajes del romántico siglo XIX han ayudado a dar forma a la imagen de Sevilla, una mezcla entre realidad y ficción. Hemos hablado sobre la ciudad ideal con un arquitecto, un profesor de arte y un extra de la legendaria película de David Lean rodada aquí en Sevilla en 1961.

Corre la primavera de 1961 en el sur de España. Un gran grupo de muchachos se relaja en la Plaza de España leyendo el periódico bajo la legendaria fuerza del sol de Sevilla. Este lugar que tanto frecuentan se construyó originariamente para la Exposición Iberoamericana de 1929, y su forma curvada simboliza a España abriendo sus brazos para acoger a sus antes colonias americanas. Seducidos por la primavera y por las vacaciones del trabajo, estos sevillanos pasan una tarde corriente en una de las obras arquitectónicas más icónicas de su ciudad, un monumento que se ha ido transformando con el paso del tiempo no sólo en un espectáculo que contemplar con el mejor traje de los domingos, sino también en un lugar de paso en la vida diaria de los de aquí. Atraídos por los baratos costes de la producción, la industria cinematográfica norteamericana está lista para volver a los brazos de España. A uno de los muchachos, Antonio González Sánchez, están a punto de sacarle del guión de su vida cotidiana para introducirle en el de una Sevilla disfrazada de El Cairo y de Damasco.

Cuando el equipo de producción de “Lawrence de Arabia” llegó a Sevilla hace cincuenta años, Sánchez era un hombre de 20 años, alto y delgado, con muy buena presencia. Gracias a sus buenos genes y a un poco de suerte, fue uno de los aproximadamente ochocientos sevillanos elegidos para ser extras de la legendaria película dirigida por David Lean. No muy distinto de lo que hicieron los universitarios europeos del siglo XIX que se alistaron en el Grand Tour –un viaje académico de tres o cuatro años que ofrecía la oportunidad de estudiar de primera mano lugares lejanos y exóticos y las culturas que aparecían en los libros de texto entre las que se encontraba Andalucía–, el joven Sánchez no dejó escapar esta experiencia única aunque efímera, desenfadada y constructiva, de ver otra parte del globo. Como ocurre con cualquier encuentro intercultural, ya sea transitorio como un viaje de fin de semana o permanente como una mudanza, el problema de la autenticidad está siempre presente.

“Cuando hablas de la imagen de la ciudad y de lo que es ficción y lo que es realidad, yo diría que esta relación no es tan directa, es decir, la realidad tiene partes de ficción y la ficción también tiene partes de la realidad”, dice el arquitecto Paco González. Por arbitrarios y complejos que puedan ser estos juicios de veracidad, la imagen de una ciudad presenta un poder de propaganda innegable (un valor comercial y emocional vital) tanto para los residentes como para los visitantes. “La ciudad ideal”, añade  “se puede construir a base de relatos, y una parte de los relatos pueden ser los textos, pero en la época contemporánea, la mayor fábrica de relatos es el cine”.

París es quizás el ejemplo más representativo de esta construcción cinemática de la imagen de una ciudad. Es difícil imaginar un París sin una Torre Eiffel, o una Torre Eiffel sin París. La Torre Eiffel es la única pista contextual que necesita una escena de una película para revelar su escenario y para encandilar a la audiencia con esa icónica estructura de hierro altísima y resplandeciente. Pero la historia que hizo que esta hazaña de ingeniería llegara al estrellato de la simbología es un poco menos romántica. “Se construyó para la Exposición Universal de 1889, a la que sobrevivió simplemente porque costaba demasiado desmontarla”, dice González.

Antonio señala una paradoja. “En aquella época, los parisinos rechazaron la torre Eiffel porque les parecía fea y porque no formaba parte del auténtico París. Tiempo después, se convirtió en el símbolo de la ciudad. Verdadero y falso son palabras que llevan a engaño, uno puede creer que París está muy bien representado por la Torre Eiffel, pero cuando se construyó, no era ése el caso”.

Es como si el mundo hubiese acordado un pacto para auto engañarnos, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para cerrar los ojos ante la ironía de la industrial Torre Eiffel como símbolo de amor. Del mismo modo que siempre hay visiones alternativas, inevitablemente también hay una imagen que personifica a una comunidad y a un lugar. Aunque Sevilla se ha usado numerosas veces como escenario neutral para filmar, por otro lado, existe una parte inevitable de su identidad que se ha propagado histórica y coherentemente a través del arte y la cultura popular.

Cuando el típico turista fantasea con Andalucía, probablemente su imaginación evoca una aventura que se completa con el clásico estereotipo de Carmen la cigarrera, “la representación de la femme fatale, la mujer independiente que lucha en un mundo de hombres por su independencia”, explica Fernando Solano, profesor de arte del colegio Sagrado Corazón (Esclavas) y del CIEE. Naturalmente, el argumento contiene una escena de toreo, el reparto inevitablemente incluye gitanos y, por supuesto, el flamenco es indispensable en esta fantasía.

Solano dice que los viajeros románticos del siglo XIX como Richard Ford, Washington Irving y Prosper Mérimée permitieron al mundo redescubrir Andalucía transmitiendo observaciones de primera mano del día a día en la España de aquella época a través de los libros de viajes, un género más literario que las guías de bolsillo que compramos hoy en día para aprovechar al máximo nuestro destino turístico. Los libros de viajes “han creado la imagen de la ciudad y la visión más tópica de Andalucía que es la que aún conocen muchas personas de todo el mundo”.

Según el arquitecto Paco González, “existe una ciudad ideal que es la imagen que tienen los ciudadanos de Sevilla, pero también existe la ciudad ideal del turista. Cuando la gente visita Sevilla, se imagina el tópico, el toreo, las calles estrechas, la Giralda”. Paco nos explica que otro icono clásico de Sevilla, la Plaza de España, fue diseñada por el arquitecto Aníbal González con una imagen tradicional “para que la gente aceptara que pertenecía a Sevilla”. Hace hincapié en el curioso dato de que la Plaza de España constituye un doble diseño escénico: nació como escenario principal de la Exposición de 1929 y posteriormente ha sido utilizada como decorado de cine”.

En aquella época de dificultad económica en España, empeorada por la inundación de Sevilla en 1961, Antonio Sánchez estima que su papel como extra fue seis veces mayor que el de un empleado local. El salario que ganó por actuar en dos escenas se lo dio rápidamente y con mucho gusto a su madre, ya que la familia es lo primero en la tradición española. Su primer día de tomas fue en la Plaza de América (otra de las plazas principales de la Exposición de 1929) donde se rodó la escena de la protesta en la que los extras españoles se disfrazaron de árabes de Damasco. Sánchez hizo su segunda aparición en el Alcázar de Sevilla, el palacio medieval, esta vez vestido de un oficial de la armada británica que, entre otros camaradas, saluda a Lawrence de Arabia (representado por Peter O’Toole) cuando llega al cuartel general de El Cairo después de derrotar a los turcos en Áqaba. “Me siento orgulloso de que me hayan cortado el pelo y maquillado en los jardines del Alcázar de Sevilla”, dice el que fuera extra, ahora comerciante jubilado.

Corre la primavera de 2012 en el sur de España. “Me gustó mucho, me gustó mucho”, recuerda Antonio. “Pero, por otro lado, me decepcionó cuando la vi en el cine porque conocía todos los trucos”.

Antonio y su mujer, Lola, entrecierran los ojos para protegerlos del famoso sol sevillano, y recorren con la mirada la mezcla de tradición y modernidad que marcan los edificios en el horizonte desde la azotea de su bloque de pisos en el centro de la ciudad. Desde allí pueden contemplarse el antiguo alminar de la Gran Mezquita de Sevilla, construido por los almohades a finales del siglo XII, la Giralda, y el lugar más moderno y polémico de Sevilla: el Metropol Parasol o, como la gente lo llama aquí, Las Setas, que se inauguró el año pasado. No hay dos Parises idénticos, ni dos Cairos, ni dos Damascos, y esta pareja tiene su propia ciudad ideal entre las muchas posibles Sevillas. Colocan los pies sobre el sitio de la azotea perfecto para ver la torre medieval rechazando alegremente la imagen progresista de Sevilla con un gracioso: “¡Setas fuera, nos encanta la Giralda!”

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